A 45 años del asesinato del Che:
Prólogo de Fidel al Diario del Che en Bolivia
Una introducción necesaria
Era costumbre del Che en
su vida guerrillera anotar cuidadosamente en un Diario personal sus
observaciones de cada día. En las largas marchas por terrenos abruptos y
difíciles, en medio de los bosques húmedos, cuando las filas de los
hombres, siempre encorvados por el peso de las mochilas, las municiones y
las armas, se detenían un instante a descansar, o la columna recibía la
orden de alto para acampar al final de fatigosa jornada, se veía al Che
-como cariñosamente lo bautizaron desde el principio los cubanos-
extraer una pequeña libreta y con su letra menuda y casi ilegible de
médico, escribir sus notas.
Lo
que pudo conservar de esos apuntes le sirvió luego para escribir sus
magníficas narraciones históricas de la guerra revolucionaria en Cuba, llenas de contenido revolucionario, pedagógico y humano.
Esta
vez, gracias a aquel invariable hábito suyo de ir anotando los
principales hechos de cada día, podemos disponer de una información
pormenorizada, rigurosamente exacta e inapreciable de aquellos heroicos
meses finales de su vida en Bolivia.
Esas
anotaciones, no escritas propiamente para la publicación, le servían
como instrumento de trabajo para la evaluación constante de los hechos,
las situaciones y los hombres, a la vez que daban cauce a las
expresiones, de su espíritu profundamente observador, analítico, y
muchas veces matizado de fino humorismo. Están sobriamente redactadas y
poseen ininterrumpida coherencia desde el principio hasta el fin.
Téngase
en cuenta que fueron escritas en los ratos escasísimos de descanso, en
medio de épico y sobrehumano esfuerzo físico y de sus agotadoras
obligaciones como jefe de un destacamento guerrillero en la difícil
etapa de los comienzos de una lucha de esta naturaleza, que se
desenvolvía en condiciones materiales increíblemente duras, lo que
revela una vez más su estilo de trabajo y su voluntad de hierro.
En
este Diario, al analizar en detalle los incidentes de cada día, se
hacen constar faltas, críticas y recriminaciones que son propias e
inevitables en el desarrollo de una guerrilla revolucionaria.
En
el seno de un destacamento guerrillero esas críticas se tienen que
producir incesantemente, sobre todo en la etapa en que está constituido
sólo por un pequeño núcleo, enfrentados a condiciones materiales
sumamente adversas y a un enemigo infinitamente superior en número,
cuando el menor descuido o la más insignificante falta pueden resultar
fatales y el jefe debe ser exhaustivamente exigente, a la vez que
utilizar cada hecho o episodio, por insignificante que parezca, para
educar a los combatientes y futuros cuadros de los nuevos destacamentos
guerrilleros.
El
proceso de formación de la guerrilla es un incesante llamado a la
conciencia y al honor de cada hombre. El Che sabía tocar las fibras más
sensibles de los revolucionarios. Cuando Marcos, reiteradamente
amonestado por el Che, fue advertido de que podía ser expulsado
deshonrosamente de la guerrilla, respondió:
“¡Antes
fusilado!” Más adelante dio su vida heroicamente. Similar fue el
comportamiento de todos los hombres en los que puso su confianza y a los
cuales se vio en la necesidad de amonestar por alguna u otra causa en
el transcurso de la lucha. Jefe fraternal y humano sabía también ser
exigente y en ocasiones severo; pero lo era en primer lugar y en mayor
grado que con los demás, consigo mismo. Che basaba la disciplina en la
conciencia moral del guerrillero y en la fuerza tremenda de su propio
ejemplo.
El
Diario contiene también numerosas referencias a Debray y evidencian la
enorme preocupación que suscitó en el Che el arresto y encarcelamiento
del escritor revolucionario a quien había encomendado una misión en
Europa, aunque en el fondo habría deseado que aquél permaneciera en la
guerrilla. Por eso manifiesta cierta inconformidad, y en ocasiones
algunas dudas, sobre su comportamiento.
Che
no tuvo posibilidad de conocer la odisea vivida por Debray en las
garras de los cuerpos represivos y la actitud firme y valerosa mantenida
por este ante sus captores y torturadores.
Destacó,
sin embargo, la enorme importancia política del proceso, y, el 3 de
octubre, seis días antes de su muerte, en medio de amargos y tensos
sucesos, consigna: “Se escuchó una entrevista de Debray muy valiente
frente a un estudiante provocador”, siendo ésta su última referencia al
escritor.
Como
en este Diario la Revolución Cubana y sus relaciones con el movimiento
guerrillero aparecen reiteradamente señaladas, algunos pudieran
interpretar que su publicación por nuestra parte constituye un acto de
provocación que dará argumentos a los enemigos de la Revolución y a los
imperialistas yanquis y sus aliados, los oligarcas de América Latina, para redoblar sus planes de bloqueo, aislamiento y agresión a Cuba.
A
los que así juzgan los hechos, es bueno recordarles que el imperialismo
yanqui no ha necesitado nunca de pretextos para perpetrar sus fechorías
en cualquier lugar del mundo y que sus esfuerzos para aplastar la Revolución Cubana se
iniciaron desde la primera ley revolucionaria promulgada en nuestro
país, por el obvio y conocido hecho de que ese imperialismo es el
gendarme de la reacción mundial, promotor sistemático de la
contrarrevolución y protector de las estructuras sociales más retrógadas
e inhumanas que subsisten en el mundo.
La
solidaridad con el movimiento revolucionario puede ser tomada como
pretexto, pero nunca será la causa de las agresiones yanquis. Negar la
solidaridad para negar el pretexto es ridícula política de avestruz, que
nada tiene que ver con el carácter internacionalista de las
revoluciones sociales contemporáneas. Dejar de solidarizarse con el
movimiento revolucionario no es negarle un pretexto sino solidarizarse
de hecho con el imperialismo yanqui y su política de dominio y
esclavización del mundo.
Cuba
es un pequeño país de economía subdesarrollada, como todos los que
fueron durante siglos dominados y explotados por el colonialismo y el
imperialismo, situada sólo a 90 millas de las costas de Estados Unidos,
con una base naval yanqui en su propio territorio, que se enfrenta a
numerosos obstáculos por llevar a cabo su desarrollo económico-social.
Grandes peligros se han cernido sobre nuestra Patria desde el triunfo de
la Revolución, pero no por ello conseguirá el imperialismo doblegarla,
sin que deban importarnos las dificultades que una línea revolucionaria
consecuente pueda conllevar.
Desde
el punto de vista revolucionario la publicación del Diario del Che en
Bolivia no admite alternativa. El Diario del Che quedó en poder de
Barrientos, que de inmediato entregó copia a la CIA,
al Pentágono y al gobierno de Estados Unidos. Periodistas allegados a
la CIA tuvieron acceso al documento en la propia Bolivia y sacaron
copias fotostáticas del mismo, aunque con el compromiso de abstenerse,
por el momento, de publicarlo.
El
gobierno de Barrientos y los más altos jefes militares tienen sobradas
razones para no publicar el Diario, donde se puede constatar la inmensa
incapacidad de su ejército y las incontables derrotas que sufrieron en
manos de un puñado de guerrilleros decididos que en unas pocas semanas
le arrebató en combate cerca de doscientas armas.
Che
describe además a Barrientos y su régimen en los términos a que es
acreedor con palabras que no podrán borrarse de la historia.
Por
otro lado, el imperialismo tenía también sus razones: Che y su ejemplo
extraordinario cobran fuerza cada vez mayor en el mundo. Sus ideas, su
retrato, su nombre, son banderas de lucha contra las injusticias entre
los oprimidos y los explotados y suscitan interés apasionado entre los
estudiantes y los intelectuales de todo el mundo.
En
los propios Estados Unidos el movimiento negro y los estudiantes
progresistas, que son cada vez más numerosos, han convertido en algo
suyo la figura del Che. En las manifestaciones más combativas por los
derechos civiles y contra la agresión a Vietnam, sus retratos son
esgrimidos como emblemas de lucha. Pocas veces en la historia, o tal vez
nunca, una figura, un nombre, un ejemplo, se han universalizado con tal
celeridad y apasionante fuerza. Es que el Che encarna en su forma más
pura y desinteresada el espíritu internacionalista que caracteriza al
mundo de hoy y cada vez al de mañana.
De
un continente oprimido ayer por las potencias coloniales, explotado hoy
y mantenido en el retraso y en el subdesarrollo más inicuo por el
imperialismo yanqui, surge esa singular figura que se convierte en
aliento universal de lucha revolucionaria hasta en las propias
metrópolis imperialistas y colonialistas.
Los
imperialistas yanquis temen la fuerza de ese ejemplo y todo lo que
pueda contribuir a divulgarlo. Es el valor intrínseco del Diario,
expresión viva de una personalidad extraordinaria, lección guerrillera
escrita al calor y la tensión de cada día, pólvora inflamable,
demostración real de que el hombre latinoamericano no es impotente
frente a los esclavizadores de pueblos y sus ejércitos mercenarios, lo
que les ha impedido hasta hoy darlo a la publicidad.
Pudieran
estar también interesados en que este Diario no se conociera nunca. Los
seudorrevolucionarios, oportunistas y charlatanes de toda laya, que
autoconceptuándose marxistas, comunistas y otros títulos por el estilo,
no han vacilado en calificar al Che de equivocado, aventurero, y cuando
más begnignamente, idealista, cuya muerte es el canto de cisne de la
lucha armada revolucionaria en América Latina. “¡Si el Che -exclaman-,
máximo exponente de esas ideas y experimentado guerrillero, fue muerto
en las guerrillas y su movimiento no liberó a Bolivia, eso demuestra
cuán equivocado estaba…!” ¡Cuántos de estos miserables se habrán
alegrado de la muerte del Che, sin sonrojarse siquiera de pensar que sus
posiciones y razonamientos coinciden por entero con los de los
oligarcas más reaccionarios y el imperialismo!
De
este modo se justifican a sí mismos, o justifican a dirigentes
traidores que en determinado momento no vacilaron en jugar a la lucha
armada con el verdadero propósito -según se pudo ver luego- de destruir a
los destacamentos guerrilleros, frenar la acción revolucionaria e
imponer sus vergonzosas y ridículas componendas políticas, porque eran
absolutamente incapaces de ninguna otra línea; o a los que no quieren
combatir, ni combatirán jamás, por el pueblo y su liberación y han
caricaturizado las ideas revolucionarias haciendo de ellas opio
dogmático sin contenido ni mensaje a las masas, y convertido las
organizaciones de lucha del pueblo en instrumentos de conciliación con
los explotadores internos y externos, y propugnadoras de políticas que
no tienen nada que ver con los intereses reales de los pueblos
explotados en este continente.
Che
contemplaba su muerte como algo natural y probable en el proceso y se
esforzó en recalcar, muy especialmente en sus últimos documentos, que
esa eventualidad no impediría la marcha inevitable de la revolución en
América Latina. En su mensaje a la Tricontinental reiteró ese
pensamiento: “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el
imperialismo… En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida
sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un
oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas”.
Se
consideró a sí mismo soldado de esa revolución, sin preocuparle en
absoluto sobrevivir a ella. Los que ven en el desenlace de su lucha en
Bolivia el fracaso de sus ideas, con el mismo simplismo pudieran negar
la validez de las ideas y las luchas de todos los grandes precursores y
pensadores revolucionarios, incluidos los fundadores del marxismo, que
no pudieron culminar la obra y contemplar en vida los frutos de sus
nobles esfuerzos.
En
Cuba, ni la muerte en combate de Martí y de Maceo, a las que siguió más
tarde la intervención yanqui cuando finalizaba la Guerra de
Independencia, frustrando en lo inmediato el objetivo de sus luchas, ni
la de brillantes propugnadores de la revolución socialista como Julio
Antonio Mella, asesinado por agentes al servicio del imperialismo,
pudieron impedir a la larga el triunfo de un proceso que comenzó hace
cien años, y nadie en absoluto podría poner en duda la profunda justeza
de la causa y la línea de lucha de aquellos próceres, ni la vigencia de
sus ideas esenciales que inspiraron siempre a los revolucionarios
cubanos.
En
el Diario del Che se pueden apreciar cuán reales eran sus posibilidades
de éxito y cuán extraordinario el poder catalizador de la guerrilla,
como él consigna en sus apuntes. En cierta ocasión, ante los evidentes
síntomas de debilidad y rápido deterioro del régimen boliviano, expresó:
“El gobierno se desintegra rápidamente, lástima no tener cien hombres
más en este momento”.
Che
conocía por su experiencia en Cuba cuántas veces nuestro pequeño
destacamento guerrillero estuvo a punto de ser exterminado. Pudo ocurrir
así en dependencia casi absoluta de los azares e imponderables de la
guerra, mas, tal eventualidad, ¿habría dado a nadie el derecho a
considerar errónea nuestra línea y tomarla además como ejemplo para
desalentar a la revolución e inculcar en los pueblos la impotencia?
¡Muchas veces en la historia los procesos revolucionarios estuvieron
precedidos de episodios adversos! Nosotros en Cuba, ¿no tuvimos acaso la
experiencia del Moncada apenas seis años antes del triunfo definitivo
de la lucha armada del pueblo?
Para muchos, entre el 26 de julio de 1953, ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba,
y el 2 de diciembre de 1956, desembarco del “Granma”, la lucha
revolucionaria en Cuba frente a un ejército moderno y bien armado
carecía de toda perspectiva y la acción de un puñado de luchadores era
vista como quimera de idealistas e ilusos “que estaban profundamente
equivocados”. La derrota aplastante y la dispersión total del inexperto
destacamento guerrillero el 5 de diciembre de 1956 pareció confirmar por
entero los pesimistas augurios… Pero, sólo 25 meses después, los restos
de aquella guerrilla habían desarrollado ya la fuerza y experiencia
necesarias para aniquilar aquel ejército.
Para
no luchar habrá siempre sobrados pretextos en todas las épocas y en
todas las circunstancias, pero será el único camino de no obtener jamás
la libertad. El Che no sobrevivió a sus ideas, pero supo fecundarlas con
su sangre. Con toda seguridad sus críticos seudorrevolucionarios, con
su cobardía política y su eterna falta de acción, sobrevivirán a la
evidencia de su propia estupidez.
Es
notable, como se verá en el Diario, que uno de esos especímenes
revolucionarios que ya van siendo típicos en América Latina, Mario
Monje, esgrimiendo el título de Secretario del Partido Comunista de
Bolivia, pretendió discutirle al Che la jefatura política y militar del
movimiento. Y puesto que alegó, además, el propósito de renunciar
previamente para ello a su cargo partidista, a su juicio, por lo visto,
le bastaba el título de haberlo sido para reclamar tal prerrogativa.
Mario
Monje, por supuesto, no tenía ninguna experiencia guerrillera ni había
librado jamás un combate, sin que por otro lado su autoconceptuación de
comunista lo obligase siquiera a prescindir del grosero y mundano
chovinismo que ya habían logrado superar los próceres que lucharon por
la primera independencia.
Con
semejante concepto de lo que debe ser la lucha antimperialista en este
continente, tales “jefes comunistas” no han rebasado siquiera el nivel
internacionalista de las tribus aborígenes que sojuzgaron los
colonizadores europeos en la época de la conquista.
Así,
el jefe del Partido Comunista de un país que se llama Bolivia, y su
capital histórica, Sucre, en honor de sus primeros libertadores que eran
venezolanos uno y otro, que tuvo la posibilidad de contar para la
definitiva liberación de su pueblo con la cooperación del talento
político, organizador y militar de un verdadero titán revolucionario,
cuya causa por demás no se limitaba a las fronteras estrechas,
artificiales e incluso injustas de ese país, no hizo otra cosa que
entrar en vergonzosos, ridículos e inmerecidos reclamos de mando.
Bolivia,
por no tener salida al mar necesita más que ningún otro país, para su
propia liberación, sin tener que exponerse a un atroz bloqueo, del
triunfo revolucionario de los vecinos. Che era, además, por su prestigio
enorme, su capacidad y su experiencia, el hombre que habría podido
acelerar ese proceso.
Che
había establecido relaciones con dirigentes y militantes del Partido
Comunista boliviano, desde antes de producirse en el mismo la escisión,
recabando de ellos la ayuda para el movimiento revolucionario en América
del Sur. Algunos de esos militantes, autorizados por el Partido,
trabajaron con él durante años en diversas tareas. Al producirse la
escisión en dicho Partido, se creó una situación especial puesto que
varios militantes de los que habían estado trabajando con él quedaron
ubicados en uno u otro grupo. Pero Che no concebía la lucha en Bolivia
como un hecho aislado sino como parte de un movimiento revolucionario de
liberación que no tardaría en extenderse a otros países de América del
Sur. Era su propósito organizar un movimiento sin espíritu sectario,
para que a él se incorporasen todos los que quisieran luchar por la
liberación de B
olivia y demás pueblos sojuzgados por el imperialismo en América
Latina. Pero en la fase inicial de preparación de la base guerrillera
venía dependiendo fundamentalmente de la ayuda de un grupo de valiosos y
discretos colaboradores que al producirse la escisión habían
permanecido en el Partido de Monje. Fue por deferencia con ellos que
invitó, en primer término, a éste, a visitar su campamento, aunque
ciertamente no experimentaba hacia él ninguna simpatía. Después invitó a
Moisés Guevara, líder minero y político que se había separado de aquel
Partido para cooperar en la formación de otra organización, y que luego
también se había marginado de ella inconforme con Oscar Zamora, otro
Monje que hacía algún tiempo se había comprometido con el Che a trabajar
en la organización de la lucha armada guerrillera en Bolivia, rehuyendo
después los compromisos y cruzándose cobardemente de brazos a la hora
de la acción, para convertirse con posterioridad a su mu
erte en uno de sus más venenosos críticos, en nombre del
“marxismo-leninismo”. Moisés Guevara se unió sin vacilación al Che, como
le había ofrecido desde mucho antes de que éste llegara a Bolivia, le
brindó su apoyo y entregó su vida heroicamente a la causa
revolucionaria.
Otro
tanto hizo el grupo de guerrilleros bolivianos que había permanecido
hasta entonces en la organización de Monje. Dirigidos por Inti y Coco
Peredo, que después demostraron ser valerosos y destacados combatientes,
se apartaron de aquél y respaldaron decididamente al Che. Pero Monje,
no satisfecho del resultado, se dedicó a sabotear el movimiento,
interceptando en La Paz a militantes comunistas bien entrenados que iban
a unirse a las guerrillas. Estos hechos demuestran cómo existen en las
filas revolucionarias hombres bien dotados de todas las condiciones
necesarias para la lucha, cuyo desarrollo es criminalmente frustrado por
dirigentes incapaces, charlatanes y maniobreros.
Che
fue hombre al que nunca le interesaron personalmente cargos, mandos ni
honores, pero estaba firmemente convencido de que en la lucha
revolucionara guerrillera -fundamental forma de acción para la
liberación de los pueblos de América Latina, partiendo de la situación
económica, política y social de casi todos los países latinoamericanos-
el mando militar y político de la guerrilla debía estar unificado y que
la lucha sólo podía ser dirigida desde la guerrilla y no desde cómodas y
burocráticas oficinas urbanas. Y en este punto no estaba dispuesto a
transigir, ni a entregarle a un inexperto seso-hueco de estrechas miras
chovinistas el mando de un núcleo guerrillero destinado a desenvolver en
su ulterior desarrollo una lucha de amplia dimensión en América del
Sur. Che consideraba que ese chovinismo, que muchas veces infecta a los
propios elementos
revolucionarios de los diversos países de América Latina, debía ser
combatido como un sentimiento reaccionario ridículo y estéril. “Que se
desarrolle un verdadero internacionalismo proletario -dijo en su mensaje
a la Tricontinental-… la bandera bajo la que se luche sea la causa
sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo que morir bajo las
enseñas de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de
Colombia, de Bolivia…, para citar sólo los escenarios actuales de la
lucha armada, sea igualmente gloriosa y deseable para un americano, un
asiático, un africano, y aún, un europeo. Cada gota de sangre derramada
en un territorio bajo cuya bandera no se ha nacido, es experiencia que
recoge quien sobrevive para aplicarla luego a la lucha por la liberación
de su lugar de origen. Y cada pueblo que se libere es una fase de la
batalla por la liberación del propio pueblo que se ha ganado”.
Che
pensaba igualmente que en el destacamento guerrillero participasen
combatientes de distintos países latinoamericanos y que la guerrilla en
Bolivia fuese escuela de revolucionarios que harían su aprendizaje en
los combates. A su lado quiso tener para ayudarlo en esa tarea, junto a
los bolivianos, un pequeño núcleo de guerrilleros con experiencia, que
habían sido casi todos compañeros suyos en la Sierra Maestra, durante la
lucha revolucionaria en Cuba, cuya capacidad, valor y espíritu de
sacrificio conocía. De esos hombres ninguno vaciló en responder a su
solicitud, ninguno lo abandonó y ninguno se rindió.
Che
actuó en su campaña de Bolivia con el tesón, la maestría, el estoicismo
y la ejemplar actitud que eran proverbiales en él. Puede decirse que
impregnado de la importancia de la misión que se había asignado a sí
mismo, procedió en todo instante con un espíritu de responsabilidad
irreprochable. En aquellas ocasiones en que la guerrilla cometía algún
descuido, se apresuraba en advertirlo y enmendarlo, consignándolo en su
Diario.
Factores
adversos se combinaron increíblemente en su contra. La separación -que
debía ser por unos breves días- de una parte de la guerrilla, donde se
encontraba un grupo valioso de hombres, algunos de ellos enfermos o
convalecientes, al perderse el contacto entre ambos en un terreno
sumamente accidentado, se prolongó durante interminables meses, que
ocuparon el esfuerzo de Che en su búsqueda. En ese período el asma -una
dolencia que solía dominar fácilmente con sencillos medicamentos, pero
que faltando éstos se convertía para él en un terrible enemigo- lo atacó
despiadadamente, deviniendo esto en un problema serio por el hecho de
que las medicinas que previsoriamente había acumulado para la guerrilla
fueron descubiertas y ocupadas por el enemigo. Este hecho, unido al
aniquilamiento a fines de agosto de la parte de la guerrilla con la que
había perd
ido el contacto, fueron factores que gravitaron considerablemente en el
desarrollo de los acontecimientos. Pero Che, con voluntad de acero, se
sobrepuso al malestar físico y en ningún instante su acción aminoró, ni
decayó su ánimo.
Fueron
numerosos sus contactos con los campesinos bolivianos. El carácter de
éstos, sumamente desconfiados y cautelosos, no podía sorprender al Che,
que conocía perfectamente bien su mentalidad por haberlos tratado en
otras ocasiones, y sabía que para ganarlos a su causa se requería una
labor prolongada, ardua y paciente, pero no albergaba ninguna duda de
que a la larga lo obtendría.
Si
se sigue con cuidado el hilo de los acontecimientos se verá que aun
cuando el número de hombres con que contaba en el mes de septiembre,
algunas semanas antes de su muerte, era muy reducido, todavía la
guerrilla mantenía su capacidad de desarrollo y algunos cuadros
bolivianos, como los hermanos Inti y Coco Peredo, se iban ya destacando
con magníficas perspectivas de jefes. Fue la emboscada de Higueras,
única acción exitosa del ejército contra el destacamento que mandaba el
Che, matándole la vanguardia e hiriéndole varios hombres más en pleno
día, cuando se trasladaban a una zona campesina de mayor desarrollo
político -objetivo este que no aparece consignado en el Diario, pero que
se sabe por los sobrevivientes-, lo que les creó una situación
insuperable. Ese avance de día por la misma ruta que venían siguiendo
durante varias jornadas en inevita
blemente amplio contacto con los moradores de aquella zona que cruzaban
por primera vez, y la obvia certeza de que el ejército debería
interceptarlos en algún punto, era sin duda peligroso. Pero el Che,
plenamente consciente de esto, decidió correr el riesgo para ayudar al
médico que venía en muy mal estado físico.
El
día anterior a la emboscada, escribe: “Llegamos a Pujio, pero allí
había gente que nos había visto abajo el día anterior, vale decir:
estamos siendo previstos por Radio Bemba…” “El caminar en mulo se hace
peligroso, pero trato que el médico vaya lo mejor posible pues viene muy
débil”.
Al
día siguiente escribió: “A las 13 salió la vanguardia para tratar de
llegar a Jagüey y allí tomar una decisión sobre las mulas y el médico”.
Es decir, buscaba una solución para el enfermo, a fin de abandonar
aquella ruta y tomar las precauciones necesarias. Pero aquella misma
tarde, antes de que la vanguardia llegara a Jagüey se produjo la fatal
emboscada que llevó al destacamento a una situación insostenible.
Días después, cercado en la quebrada del Yuro, libró su último combate.
Impresiona
profundamente la proeza realizada por este puñado de revolucionarios.
La sola lucha contra la naturaleza hostil en que desenvolvían su acción
constituye una insuperable página de heroísmo. Nunca en la historia un
número tan reducido de hombres emprendió una tarea tan gigantesca. La fe
y la convicción absoluta en que la inmensa capacidad revolucionaria de
los pueblos de América Latina podía ser despertada, la confianza en sí
mismo y la decisión con que se entregaron a ese objetivo, nos da la
justa dimensión de estos hombres.
Che
dijo un día a los guerrilleros en Bolivia: “Este tipo de lucha nos da
la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto
de la especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres;
los que no puedan alcanzar ninguno de estos dos estadíos deben decirlo y
dejar la lucha”.
Los
que con él lucharon hasta el final se hicieron acreedores a estos
honrosos calificativos. Ellos simbolizan el tipo de revolucionarios y de
hombres a quienes la historia en esta hora convoca para una tarea
verdaderamente dura y difícil: la transformación revolucionaria de
América Latina.
El
enemigo que enfrentaron los próceres de la primera lucha por la
independencia, era un poder colonial decadente. Los revolucionarios de
hoy tienen por enemigo al baluarte más poderoso del campo imperialista,
equipado con la técnica y la industria más moderna. Ese enemigo no sólo
organizó y equipó de nuevo un ejército en Bolivia, donde el pueblo había
destruido la anterior fuerza militar represiva y le brindó
inmediatamente el auxilio de sus armas y asistentes militares para la
lucha contra la guerrilla, sino que brinda su aporte militar y técnico
en la misma medida a todas las fuerzas represivas de este continente. Y
cuando no bastan esas medidas, interviene directamente con sus tropas,
como hizo en Santo Domingo.
Para
luchar contra ese enemigo se requiere el tipo de revolucionarios y de
hombres de que habló el Che. Sin ese tipo de revolucionarios y de
hombres, dispuestos a hacer lo que ellos hicieron; sin el ánimo de
enfrentarse a enormes obstáculos que ellos tuvieron; sin la decisión de
morir que a ellos los acompañó en todo instante; sin la convicción
profunda de la justicia de su causa y la fe inconmovible en la fuerza
invencible de los pueblos que ellos albergaron, frente a un poder como
el imperialismo yanqui, cuyos recursos militares, técnicos y económicos,
se hacen sentir en todo el mundo, la liberación de los pueblos de este
continente no sería alcanzada.
El
propio pueblo norteamericano, que empieza a tomar conciencia de que la
monstruosa superestructura política que rige su país no es ya hace mucho
rato la idílica república burguesa que sus fundadores establecieron
hace casi doscientos años, está sufriendo en un grado cada vez más alto
la barbarie moral de un sistema irracional, enajenante, deshumanizado y
brutal, que cobra en el pueblo norteamericano cada vez más víctimas de
sus guerras agresivas, sus crímenes políticos, sus aberraciones
raciales, su mezquina jerarquización del ser humano y el repugnante
derroche de recursos económicos, científicos y humanos de su desmesurado
aparato militar, reaccionario y represivo, en medio de un mundo en sus
tres cuartas partes subdesarrollado y hambriento.
Pero
sólo la transformación revolucionaria de América Latina permitiría al
pueblo de Estados Unidos ajustar sus propias cuentas con ese mismo
imperialismo, a la vez que en la misma medida la lucha creciente del
pueblo norteamericano contra la política imperialista podría convertirlo
en aliado decisivo del movimiento revolucionario en América Latina.
Y
si esta parte del hemisferio no sufre una profunda transformación
revolucionaria, la enorme diferencia y desequilibrio que se produjo a
principios de este siglo entre la pujante nación que se industrializaba
rápidamente, al mismo paso que marchaba por la propia ley de su dinámica
social y económica hacia cumbres imperiales, y el haz de países débiles
y estancados, sometidos a la coyunda de oligarquías feudales y sus
ejércitos reaccionarios, en el balcanizado resto del continente
americano, será apenas un pálido reflejo no ya del enorme desnivel
actual en la economía, en la ciencia y en la técnica, sino del espantoso
desequilibrio que, a pasos cada vez más acelerados, en veinte años más,
la superestructura imperialista impondrá a los pueblos de América
Latina.
Por
ese camino estamos llamados a ser cada vez más pobres, más débiles, más
dependientes y más esclavos de ese imperialismo. Esta sombría
perspectiva afecta en grado igual a los pueblos subdesarrollados de
<199>frica y Asia.199>
Si
las naciones industrializadas e instruidas de Europa, con su Mercado
Común y sus instituciones científicas supranacionales, se inquietan ante
las posibilidades de quedarse rezagadas y contemplan con temor la
perspectiva de convertirse en colonias económicas del imperialismo
yanqui, ¿qué le depara el futuro a los pueblos de América Latina?
Si
frente al cuadro de esta situación real e incuestionable, que
decisivamente afecta al destino de nuestros pueblos, algún liberal o
reformista burgués, o seudorrevolucionario charlatán, incapaz de la
acción, tiene una respuesta que no sea una profunda y urgente
transformación revolucionaria que pueda hacer acopio de todas las
fuerzas morales, materiales y humanas de esta parte del mundo y
lanzarlas hacia adelante, para recuperar el atraso económico y
científico-técnico de siglos, cada vez mayor, con el mundo
industrializado, del que somos tributarios y lo seremos cada vez más, y
en especial de Estados Unidos; y además de la fórmula, el camino mágico
de llevarla a cabo, diferente a la concebida por el Che, que barra
oligarquías, déspotas, politicastros, es decir: criados, y a monopolios
yanquis, es decir: amos, y lo haga con toda la urgencia que la
s circunstancias requieren, que levante entonces la mano para impugnar
al Che.
Como
realmente ninguno tiene respuesta honrada ni acción consecuente que
implique una esperanza real a los casi 300 millones de seres humanos que
componen la población de América Latina, desoladoramente pobres en su
abrumadora mayoría, que serán 600 millones a la vuelta de 25 años, y que
tienen derecho a la vida material, la cultura y la civilización,
entonces lo más decoroso sería el silencio ante el gesto del Che y los
que con él cayeron defendiendo sus ideas con coraje, porque la hazaña
que este puñado de hombres realizó, guiados por el noble ideal de
redimir un continente, quedará como la prueba más alta de lo que pueden
la voluntad, el heroísmo y la grandeza humanas. Ejemplo que iluminará
las conciencias y presidirá la lucha de los pueblos de América Latina,
porque el grito heroico del Che llegará hasta el oído receptivo de los
pobres y e
xplotados por los que él dio su vida, y muchos brazos se tenderán para
empuñar las armas y conquistar su definitiva liberación.
El
7 de octubre escribió el Che sus últimas líneas. Al día siguiente, a
las 13 horas, en una estrecha quebrada donde se proponía esperar la
noche para romper el cerco, una numerosa tropa enemiga hizo contacto con
ellos. El reducido grupo de hombres que componían en esa fecha el
destacamento, combatió heroicamente hasta el anochecer desde posiciones
individuales ubicadas en el lecho de la quebrada y en los bordes
superiores de la misma contra la masa de soldados que los rodeaban y
atacaban. No hay ningún sobreviviente de los que combatieron en las
posiciones más próximas al Che. Como junto a él estaban el médico, cuyo
grave estado de salud se ha señalado antes y un guerrillero peruano
también en muy malas condiciones físicas, todo parece indicar que el Che
hizo el máximo para proteger la retirada a lugar más seguro, de esos
compañeros, hasta caer
herido. El médico no fue muerto en ese mismo combate, sino varios días
más tarde, en un punto no distante de la quebrada del Yuro. Lo abrupto
del terreno rocoso e irregular hacía muy difícil y a veces imposible el
contacto visual de los guerrilleros entre sí. Los que defendían la
posición por la otra entrada de la quebrada a varios cientos de metros
del Che, entre ellos Inti Peredo, resistieron el ataque hasta el
oscurecer en que lograron despegarse del enemigo y dirigirse hacia el
punto previamente acordado de concentración.
Se
ha podido precisar que el Che estuvo combatiendo herido hasta que el
cañón de su fusil M-2 fue destruido por un disparo, inutilizándolo
totalmente. La pistola que portaba estaba sin “magazine”. Estas
increíbles circunstancias explican que lo hubiesen podido capturar vivo.
Las heridas de las piernas le impedían caminar sin ayuda, pero no eran
mortales.
Trasladado
al pueblo de Higueras permaneció con vida alrededor de 24 horas. Se
negó a discutir una sola palabra con sus captores, y un oficial
embriagado que intentó vejarlo recibió una bofetada en pleno rostro.
Reunidos
en La Paz, Barrientos, Ovando y otros altos jefes militares, tomaron
fríamente la decisión de asesinarlo. Son conocidos los detalles de la
forma en que procedieron a cumplir el alevoso acuerdo en la escuela del
pueblo de Higueras. El mayor Miguel Ayoroa y el coronel Andrés Selnich,
rangers entrenados por los yanquis, instruyeron al sub-oficial Mario
Terán para que procediera al asesinato. Cuando éste, completamente
embriagado, penetró en el recinto, Che -que había escuchado los disparos
con que acababan de ultimar a un guerrillero boliviano y otro peruano-
viendo que el verdugo vacilaba le dijo con entereza: “¡Dispare! ¡No
tenga miedo!” Éste se retiró, y de nuevo fue necesario que los
superiores Ayoroa y Selnich le repitieran la orden, que procedió a
cumplir, disparándole de la cintura hacia abajo una ráfaga del
metralleta. Ya había sid
o dada la versión de que el Che había muerto varias horas después del
combate y por eso los ejecutores tenían instrucciones de no disparar
sobre el pecho ni la cabeza, para no producir heridas fulminantes. Esto
prolongó cruelmente la agonía del Che, hasta que un sargento -también
ebrio- con un disparo de pistola en el costado izquierdo lo remató. Tal
proceder contrasta brutalmente con el respeto del Che, sin un sola
excepción, hacia la vida de los numerosos oficiales y soldados del
ejército boliviano que hizo prisioneros.
Las
horas finales de su existencia en poder de sus despreciables enemigos
tienen que haber sido muy amargas para él; pero ningún hombre mejor
preparado que el Che para enfrentarse a semejante prueba.
La
forma en que llegó a nuestras manos este Diario no puede ser ahora
divulgada; baste decir que fue sin mediar remuneración económica alguna.
Contiene todas las notas que escribió desde el 7 de noviembre de 1966,
día en que el Che llegó a Ñancahuazú, hasta el 7 de octubre de 1967,
vísperas del combate de la quebrada del Yuro. Faltan sólo unas pocas
páginas que no han llegado todavía a nuestro poder, pero que por
corresponder a fechas en que no tuvieron lugar hechos de importancia, no
altera en absoluto el contenido del mismo.
Aunque
el documento por sí mismo no ofrecía la menor duda acerca de su
autenticidad, todas las copias fotostáticas fueron sometidas a un
riguroso examen a fin de comprobar no sólo dicha autenticidad sino
incluso cualquier posible alteración, por pequeña que fuese. Los datos
fueron además cotejados con el Diario de unos de los guerrilleros
sobrevivientes, coincidiendo ambos documentos en todos los aspectos. El
testimonio pormenorizado de los demás guerrilleros sobrevivientes que
fueron testigos de cada uno de los acontecimientos, contribuyó asimismo a
la comprobación. Se llegó a la más absoluta certeza de que todas las
fotografías eran copia fiel del Diario del Che.
Constituyó
una fatigosa tarea desentrañar la letra pequeña y difícil de la
escritura, lo que se realizó con la participación laboriosa de su
compañera Aleida March de Guevara.
El
Diario será publicado en forma aproximadamente simultánea en: Francia,
por Editorial Francois Maspero; Italia, Editorial Feltrinelli; RFA,
Trikont Verlag; EUA, Revista Ramparts; Francia, en español, Ediciones
Ruedo Ibérico; Chile, Revista Punto Final; México, Editorial Siglo XXI; y
en otros países.
¡Hasta la victoria siempre!
Fidel Castro
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