JOSÉ MARTÍ
POR LOS CAMINOS DE LA VIDA NUEVA
Carlos Rodríguez Almaguer (Manatí, 1971)
Licenciado en Estudios Socioculturales. Profesor, poeta, narrador y ensayista. Sus poemas, cuentos y ensayos han sido publicados en revistas nacionales e internacionales. Sus artículos sobre temas sociales, políticos, culturales, filosóficos e históricos, especialmente sobre diversas facetas del pensamiento de José Martí, han aparecido en publicaciones como Honda, El Caimán Barbudo, La Jiribilla, Granma, Juventud Rebelde, Tribuna de La Habana y Trabajadores, y en diversos sitios digitales. Ha impartido conferencias en foros relacionados con el arte y la cultura en José Martí, la ética y la cultura en la Revolución y los jóvenes artistas e intelectuales en Defensa de la Humanidad. Es miembro de la Asociación de Pedagogos de Cuba, de la Unión de Historiadores y vicepresidente de la Junta Nacional de la Sociedad Cultural José Martí.
JOSÉ MART
POR LOS CAMINOS DE LA VIDA NUEVA
Carlos Rodríguez Almaguer
“A servir modestamente a los hombres me preparo; a andar, con el libro al hombro, por los caminos de la vida nueva; a auxiliar, como soldado humilde, todo brioso y honrado propósito; y a morir de la mano de la libertad, pobre y fieramente.”
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
Este era un libro necesario. No porque falten buenas obras sobre José Martí para niños y jóvenes, sino porque está concebido con una metodología que lo distingue en cierto sentido de los demás.
En primer término, el autor se propuso que las nuevas generaciones descubran en el Apóstol, además de sus cualidades excepcionales --que se han divulgado asiduamente--, también a un ser humano que tuvo inquietudes, sueños, desengaños, penas y alegrías comunes a cualquier persona de su edad y su medio.
Como cualquier otro muchacho de su entorno social, el niño de carne y hueso que había en Martí padeció las estrecheces del hogar, vio en peligro sus estudios por dificultades económicas de la familia, soportó los regaños --a veces muy duros—de Don Mariano, y, sin que su edad le permitiera comprender las nobles razones que movían al padre, llegó a pensar en cierto momento que era un tirano. (Más tarde, cuando se lo permitió la madurez de su pensamiento, cambiaría radicalmente aquel juicio inicial).
Al acompañar a su padre en los campos del sur matancero, en Caimito del Hanábana, tuvo un caballo, aprendió a montarlo, lo cuidó y engordó “como un puerco cebón”, y lo enseñó a caminar enfrenado para que marchara bonito. Le regalaron un gallo fino, que era otro de sus orgullos, y lo preparó para la pelea. Vio por primera vez un río crecido, hizo travesuras y gozó los encantos de la vida rural.
El niño se convirtió en adolescente, escribió versos elementales y tuvo sus noviecitas de estudiante, como todos sus compañeros. En Zaragoza encontró su primer amor conocido, y lo plasmó en sus versos:
Amo la tierra florida,
musulmana o española,
donde rompió su corola
la poca flor de mi vida.
La novia madrileña se quejaba amargamente de su desvío. En México se sintió hechizado por Rosario de la Peña, “la musa romántica de la literatura mexicana”, y nadie ha leído sin dolor el romance de la niña “que murió de amor” en Guatemala. La pasión por Carmen, la madre de su hijo, marcó profundas huellas en su vida. Y en Nueva York dejó recuerdos inolvidables.
Como estudiante universitario, mostró una inteligencia poco frecuente y alcanzó las más altas calificaciones en difíciles asignaturas; pero hubo otras que sólo aprobó “por los pelos”, como todos los estudiantes. Aunque en estos tropiezos debe tenerse en cuenta el tiempo que perdió por sus dolencias crónicas –provenientes del presidio y de las canteras--, que hicieron imprescindibles varias intervenciones quirúrgicas, así como su dedicación a la lucha por la independencia de Cuba, que le restó tiempo para el estudio.
Todo lo dicho hasta ahora nos demuestra que, pese a su precoz apostolado, la vida de aquel cubano inolvidable se correspondió siempre con su edad y con su tiempo. Sería falso considerar que nunca fue niño, que era, desde que nació, un hombre en miniatura.
Pero en Martí es imposible comprender al hijo, al hermano, al padre, al esposo, al amigo, si lo separamos mecánicamente del patriota, del combatiente, del revolucionario. E incluso resulta inevitable darle un peso mayor al luchador cubano, latinoamericano y universal, que al hombre común, íntimo, familiar.
Por ello este libro que prologamos desarrolla, además, una idea en la que deben meditar los niños y jóvenes de hoy: que todos, sin excepción, formamos parte de ese inmenso conglomerado que es la sociedad humana, gozamos de los beneficios del progreso que constantemente ella genera, recibimos de la misma inestimable ayuda y, a la vez, sufrimos las consecuencias de sus imperfecciones y sus males. Por consiguiente, tenemos deberes que cumplir con esa colectividad, sobre todo en la parte de ella que tenemos más cerca, en nuestra propia patria.
“Nada humano me es ajeno”, dijo el filósofo. Y este libro nos muestra cómo Martí hizo suyo ese principio desde niño. Así, con sólo nueve años de edad y encontrándose en el Hanábana, no se entrega sólo a diversiones, aventuras y otros goces propios de su edad, sino que está pendiente de los problemas de la familia y de la comunidad. Ayuda eficazmente al padre en su trabajo y se inquieta por la afección que sufre en la piel. Se preocupa por los daños que ocasiona el desborde de los ríos. Y algo mucho más significativo: lo hieren tan profundamente los crímenes que se cometen contra los negros esclavos, que, pese a su niñez, se jura a sí mismo lavar con su vida esos crímenes.
La trayectoria del Martí niño y adolescente confirma el hecho de que la infancia y la juventud son las etapas en que se desarrolla más impetuosamente la personalidad del hombree, en que se forja lo decisivo del carácter, en que se arraigan con mayor firmeza los sentimientos. Por eso tiene tanta importancia que desde los primeros años se eduque a los niños en la preocupación por cuanto les rodea, por el medio ambiente y por la sociedad, por la forma en que la gente vive, piensa, siente y se comporta.
Esas son las edades idóneas para que se afiancen en el ser humano sus virtudes: el amor a la vida, a la Naturaleza, a nuestros semejantes; la rebeldía contra toda injusticia; los sentimientos de amistad, solidaridad y ayuda mutua; los hábitos de trabajo, estudio, disciplina y pulcritud. Es el período en que se afirman el pensamiento propio y el respeto al pensamiento ajeno; en que se aprende a actuar con honradez, sinceridad, sencillez y desprendimiento. Y algo determinante: ese modelo de conducta no se forja sólo con palabras, consejos y castigos, sino, sobre todo, con el ejemplo de los mayores, con la lección insustituible de la vida diaria.
Así nos lo enseñó Martí, como se demuestra en este libro: con su trayectoria. Aunque también, desde luego, lo subraya con sus palabras: “El niño –dice—ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso.” Y en otra ocasión: “El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar para que puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado”.
En Cuba, desde que el niño nace –y aun desde antes--, goza del cuidado y la atención de sus mayores, y no sólo de sus padres y demás familiares, sino también del médico, del maestro, de la sociedad en su conjunto. Recibe alimentación, vestido, calzado y aseo; atención médica, educación física y mental; recreación y preparación para la vida. Esa atención es posible en nuestra patria porque las generaciones anteriores, a costa de inmensos sacrificios y de un heroísmo permanente, conquistaron la independencia y la libertad, y crearon una república libre, soberana, digna, democrática y justa, que hoy defendemos abnegadamente frente a los más poderosos y crueles enemigos. Decenas de miles de patriotas, de revolucionarios valerosos, muchos de ellos jóvenes, han vertido su sangre para alcanzar y conservar la patria libre. De ahí que los niños y jóvenes de hoy tengan una deuda sagrada con nuestros mártires, con nuestro pueblo todo, y es la responsabilidad de velar por la patria, de trabajar por hacerla cada día mejor, más próspera y feliz. También la Cuba de hoy tiene sus héroes, y los tendrá siempre.
El joven Martí asumió desde muy pequeño esa enorme responsabilidad, como hemos expresado antes. Muchas veces enfrentó un grave dilema, un difícil conflicto espiritual, como nos expresó tan sabia y bellamente en su conocido poema “Yugo y estrella”. Es la lucha entre el hombre que quiere su hogar, su familia, su esposa y su hijo, de una parte, y de la otra, el hombre que quiere redimir a su patria esclava, emancipar a sus hermanos oprimidos, y que para eso tiene que renunciar a la vida hogareña, al calor de la familia, a todos los goces personales. Y en ese conflicto medular Martí se decide por Cuba, la madre mayor. Pero no por eso deja de ser el hijo amoroso, el padre tierno, el hermano afectivo, el hombre que ama y sufre, que indaga y aconseja en todo cuando se refiere a la vida íntima de sus seres queridos.
Así se fragua nuestro Héroe Nacional, el más universal de los cubanos. Así asume una ética y una moral inconmovibles, y se convierte en paradigma para todos los tiempos. Así, se atrinchera en el sacrificio, en la verdad, en la honradez, en el heroísmo y la dignidad humana. Así libra sus épicas batallas, y así cae combatiendo, como quería, de cara al sol; sin tener patria, pero tampoco amo; montado en un carro de hojas verdes, cubierto por las flores de la campiña cubana y bajo su bandera tricolor.
De todo eso trata este libro. Su autor, Carlos Rodríguez Almaguer, es un joven que domina el lenguaje y el alma de los niños, y que sabe hablarles con el encanto, la frescura, y también con la claridad que ellos necesitan y merecen. Nacido y formado en la provincia de Las Tunas, Carlitos tiene ese sabor a tierra adentro que lo identifica con los intereses y la mentalidad de la juventud, y que únicamente podría perderse si se pierden la naturalidad y la sencillez que emanan de José Martí.
Así este libro tiene elementos no sólo de biografía y ensayo, sino también de apólogo, leyenda y aventura, como la vida misma del Apóstol. Por eso ha de llegar a infinidad de ojos ansiosos que, tras beberse ávidamente sus páginas, se quedarán buscando más.