terça-feira, 9 de março de 2010

Crisis del sistema

Segunda parte



Jo Cottenier y Henri Houben



1.

En 1979, Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal, decidió sin previo aviso elevar los tipos de interés. En pocos meses subieron de un 11% a un 22%. Tal porcentaje era increíblemente alto, especialmente con la depresión todavía muy presente. El hecho de que el crédito aún fuera increíblemente caro siguió frenando la economía. Una tasa de inflación del 10% suponía que los capitalistas perdían anualmente el 10% de su fortuna. La alta inflación es buena para quien está endeudado porque está devolviendo el dinero que debe con dinero de bajo valor. Los bancos, sin embargo, veían que los préstamos que habían concedido perdían el 10% de su valor. Reagan y Volcker rápidamente tomaron una decisión[6].

Esta decisión también estuvo condicionada por el hecho de que la deuda previa a la alta inflación podía atribuirse a los altos salarios y los “excesivos” beneficios sociales. En resumen, los poseedores de capital querían que la lucha contra la inflación tuviera preferencia y lo lograron. Como resultado, la inflación bajó al 2 ó 3% a finales de los 80. Fue el primer gran regalo de los EEUU al mundo financiero.

Las consecuencias aparecieron rápidamente. La crisis empeoró y llegó a su cima. Las principales víctimas fueron quienes estaban fuertemente endeudados y no podían hacer otra cosa más que ver cómo los tipos de interés se incrementaban vertiginosamente. Fue un desastre para los países latinoamericanos.

Los bancos occidentales habían concedido préstamos a países del tercer mundo que se alegraron al ver que se inyectaba capital que ayudase a construir sus industrias. Los EEUU estaban en una particularmente buena situación económica: el 40% de todos los préstamos lo hacían sus bancos, y las empresas de EEUU recibían muchos pedidos de equipamiento para la industrialización de los países del tercer mundo, industrialización que, a menudo, estaba dando sus primeros pasos. Todo parecía prometedor hasta que los tipos de interés se dispararon y los países que habían pedido dinero prestado tuvieron que pagar en intereses más de lo que estaban ganando con sus exportaciones. En 1982, Mexico estuvo al borde de la bancarrota. En 1983 fue el turno de Argentina, y Brasil fue detrás en 1984. Como es natural, la industria bancaria también se encontró en serios problemas pero, al mismo tiempo, se trataba de una nueva oportunidad para que Estados Unidos, vía el FMI, presionase para la adopción de estrategias radicales de reestructuración que abrirían las economías del Tercer Mundo a las multinacionales estadounidenses. En nombre del libre mercado, todas las barreras nacionales fueron derribadas en beneficio de las compañías transnacionales.

La decisión de Volcker de subir los tipos de interés hizo al dólar más atractivo. El tipo de cambio del dólar dejó de caer y los altos tipos de interés ayudaron a atraer inversores. El camino estaba así despejado para la entrada de los dos siguientes elementos: el crédito y la especulación.



2.

Los poseedores de capital también exigían una reforma fiscal. Reagan les concedió la Ley de Impuestos para la Recuparción de la Economía de 1981. El tipo impositivo sobre los ingresos más elevados se redujo durante los años 80 y 90 del 70% al 28%, con Reagan y, en parte, con Clinton en la presidencia. Como el ingreso de los más ricos de EEUU (1% de los ciudadanos) se incrementó un 50% durante ese período, el tipo impositivo medio sobre sus ingresos se redujo del 37% en 1979 al 29% en 1990. Esto supuso un incremento del 70% en la liquidez tras impuestos. Para los más pobres de EEUU (el 20% de los ciudadanos), sin embargo, el ingreso y la presión fiscal se mantuvieron igual. En 1980, ese mismo 1% de los más ricos ciudadanos de EEUU poseían el 30% de todos los activos, un porcentaje que alcanzó rápidamente el 38% en los 80[7]. En 1998, el 5% de los más ricos de EEUU poseía el 59% de la riqueza, es decir, más que lo que poseía el 95% restante.

El consumo de los bien posicionados económicamente experimentó un doble incentivo. Primero, porque tenían mayores ingresos; segundo, porque el incremento de sus activos les proporcionaba cobertura si querían obtener préstamos. La parte del consumo privado en el PIB[8] se incrementó del 62% en 1980 al 68% en 2000.

Esto se reflejaba en los ahorros de las familias de EEUU. El 50% de las familias norteamericanas con ingresos bajos casi no lograba ahorrar dinero pero, independientemente de esto, los ahorros anuales hechos por todas las familias cayeron del 8% del PIB en 1980 al 5% en 1990 y al 1,5% en 2000. Se incrementó y se alentó la deuda privada. En 1980, las deudas de las familias norteamericanas suponían aproximadamente el 50% del PIB y alcanzaron el 65% en 1990, el 75% en 2000 y el 100% en 2007. El segundo elemento había entrado en escena.

Este gigantesco crecimiento del crédito no tuvo lugar sin producir consecuencias para la economía global. El consumo de EEUU, que alcanza una media del 30% del consumo privado global, promovió la demanda global. De hecho, desde los años 60, las compañías multinacionales estadounidenses habían estado produciendo cada vez más en el extranjero: en Europa y el países donde el trabajo era barato. El consumo se incrementaba, lo que suponía que las importaciones crecían. Estados Unidos tuvo que enfrentarse, rápidamente, a un creciente déficit comercial.

El creciente tipo de cambio del dólar (debido a los altos tipos de interés) tuvo un doble efecto. Por un lado, un dólar fuerte permitía a la gente comprar bienes de importación de mejor valor; por otro lado, también se atraía a inversores extranjeros. Así que los dólares que abandonaban el país cuando se pagaban las importaciones, se reinvertían como capital en los bonos del gobierno de los EEUU y los bancos de EEUU. El dólar garantizaba que el sobreconsumo de la riqueza se perpetuase. En otras palabras, la economía de EEUU estaba siendo sostenida por el resto del planeta.

3.

Al mismo tiempo, tuvo lugar una evolución crucial en la vida empresarial. Las empresas trabajaban cada vez más para la bolsa. Fue Jack Welch quien marcó la pauta. En 1981, Jack Welch era el director de General Electric, con una plantilla de 400.000 trabajadores. Su ambición era convertir a General Electric en la empresa más competitiva del mundo y tenía sus propios métodos para alcanzar tal meta. ¿Cuál era el primer paso? Despedir al 10% de los trabajadores menos eficientes cada año. ¿Cuál era el segundo paso? Al estar la empresa en lo alto de la actividad industrial, introducirla en el mundo financiero. Esto es lo que Welch hizo con General Electric. Los ingresos del grupo se elevaron de 1.500 millones de dólares en 1980 a 4.000 millones en 1990 y a 7.300 millones en 2000. Los accionistas estaban exultantes.

El método de Welch tuvo tanto éxito que pronto se convirtió en la norma en los EEUU e incluso en todo el mundo empresarial occidental. Las ganancias se fijaban de antemano, generalmente alrededor del 15%, lo que era un índice mucho más alto que la tasa media de beneficio. Y el margen de beneficio ya se calculaba de antemano en los costes de producción. La deducción de beneficio se hacía antes, no después. Esto hizo que las compañías ahorrasen constantemente allí donde fuera posible y asumieran muchos riesgos financieros. Se precipitaron en el mundo financiero, trabajando principalmente con dinero prestado y contando con la palanca financiera[9].

Los dividendos se conviertieron en el criterio último; la valoración bursátil de una empresa se convirtió en el único modo de medir su valor. Cuanto más alto fuera el valor de mercado, más inversores se atraía. Así es como apareció el tercer elemento.

La industria de EEUU comenzó a centrarse principalmente en productos de alta tecnología y en actividades centrales de rama, es decir, en los sectores más beneficiosos. La actividad secundaria se subcontrataba y a menudo se trasladaba a países donde el trabajo era barato. Así es como se desarrollaron las maquiladoras mexicanas: de 620 en 1980 (con 120.000 trabajadores), llegaron en 2006 a ser 2.800, empleando a 1,2 millones de personas. Una evolución similar tuvo lugar en países como Malasia, Singapur y Taiwán.

Los mismos métodos se utilizaban en todo el mundo. Actualmente, muchos monopolios utilizan la regla del 15% para satisfacer a sus accionistas y muchos monopolios europeos y japoneses ganan más con sus operaciones financieras que con su producción industrial real.

4.

La desregulación financiera y la proliferación desenfrenada aceleraron el colapso financiero actual.

Los Estados Unidos adoptaron varias medidas tras el crack de 1929 y después de que varios bancos fueran a la bancarrota para intentar evitar que estos sucesos se repitieran. La Ley Glass-Steagall de 1933 introdujo la separación de tipos de bancos según su negocio (banca comercial y de inversión), y fundó la Corporación Federal de Seguro de Depósitos para asegurar los depósitos bancarios. También aplicó lo que se conoció como la Regulación Q, que tenía como objetivo prohibir una diferenciación en los tipos de interés según el tamaño de la riqueza del cliente. Sin esta regulación, los bancos podían atraer a clientes más ricos al ofrecerles mayores tipos de interés que podrían poner a los bancos ordinarios en peligro.

Sin embargo, a principios de los años 60, estas restricciones legales se fueron levantando gradualmente y en 1980 habían desaparecido completamente. Un creciente mercado de derivados (títulos financieros cuyo valor se determina por otros activos) vio la luz del día. Esto condujo a creaciones financieras sorprendentes. Los bonos se creaban con cualquier cobertura, incluso deuda. Se instigó una verdadera revolución en la financiación de la inversión y la compra. Las empresas ya no se sostenían sobre préstamos bancarios, sino que financiaban operaciones emitiendo títulos financieros. Alguna gente incluso se especializó en emitir estos títulos. Cuando Clinton llegó al poder, se revocó la diferenciación entre instituciones financieras. Llegó la total desregulación. Otros países siguieron el ejemplo de EEUU.

Los instrumentos financieros proliferaron y se convirtieron a su vez en objetos de especulación. Crecieron hasta tal punto que la tradicional relación entre banca e industria acabó adoptando formas completamente diferentes. En su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin muestra cómo la fusión de los monopolios bancarios con los industriales crea lo que entonces se denominó capital financiero. Explica que la propiedad y el interés se vinculan porque, con el crédito, los bancos se convierten gradualmente en propietarios de la industria. Lenin concluye: “Concentración de la producción; monopolios que se derivan de la misma; fusión o ensambladura de los bancos con la industria: he aquí la historia de la aparición del capital financiero y el contenido de dicho concepto[10].” El control del mundo financiero sobre la industria y su interrelación no se redujo, sino que los grandes bancos mercantiles fundaron instituciones financieras con estructuras mucho más flexibles que, preferiblemente, recurriesen a nuevos instrumentos financieros, que fuesen capaces de aparecer con grandes sumas de dinero para las adquisiciones y trabajasen preferiblemente en mercados internacionales, mientras, en general, los bancos mantenían fuertes vínculos con los mercados nacionales.

El porcentaje del mercado habitual que los bancos y los corredores de seguros tenían de los activos financieros de EEUU se dividió por la mitad entre 1980 y 2007, reduciéndose del 70 al 35%. La parte de los fondos de capital privado, fondos de pensiones, fondos de inversión, etc., se incrementó en las mismas propociones. Los fondos de inversión han ido experimentando un animado crecimiento desde 1990; realizan inversiones muy agresivas y alcanzan el 40% de las transacciones bursátiles. En 2007, 11.000 fondos de inversión gestionaban 2,2 billones de dólares. Para muchos, los fondos de inversión son el próximo agujero negro y creen que puede llevar a un nuevo cataclismo financiero.

Hoy en día, unos pocos fondos privados gigantes como KKR, Blackstone, Carlyle y Cerberus controlan el mercado financiero internacional, lo que quiere decir que también controlan muchas acciones de empresas. Los bancos tienen un nuevo papel: conceden préstamos a estos fondos especializados.

Por tanto, la definición de Lenin del capital financiero sigue siendo muy actual. Lenin también se refirió a la creciente separación entre el control de la producción y la capa de parásitos conocida como “cortadores de cupones”. Su libro fue escrito en 1916, hace casi un siglo, pero podía haberse escrito hoy: “Es característico del capitalismo en general que la propiedad del capital esté separada de la aplicación del capital a la producción, y que el rentista que vive completamente del ingreso obtenido del capital dinero, esté separado del empresario y de todos aquellos que están directamente preocupados por la gestión del capital. El imperialismo, o el dominio del capital financiero, es el más alto estadio del capitalismo en el que esta separación alcanza vastas proporciones. La supremacía del capital financiero sobre todas las demás formas de capital significa el predominio del rentista y la oligarquía financiera; significa que un pequeño número de estados financieramente “poderosos” sobresalgan por encima del resto[11].”



La Unión Europea quiere catch up con los Estados Unidos

En la estrategia de Lisboa (2000), la UE fijó el objetivo de alcanzar a la economía de EEUU en 2010, pero esta ambición ha ido incluso más allá. Dado que la crisis ha estado golpeando desde 1973, la burguesía europea fue incitada a buscar una nueva vida en la unificación de Europa, particularmente debido a la agresiva respuesta de los EEUU a esta crisis.

Durante los primeros años de la crisis, la intervención de las autoridades europeas se limitaba a reestructurar la industria siderúrgica y otras industrias amenazadas. Pero la Unión Europea quería alcanzar a los Estados Unidos. En 1983, los administradores de 17 importantes monpolios europeos crearon una mesa de industriales europeos. Esta mesa europea esbozaría el programa del Acta Única Europea de 1985 y terminó el proyecto de 1990 para un mercado único europeo. El proyecto fue lanzado por un entusiasta Jacques Delors y su Comisión Europea. Las cosas se aceleraron en 1991 con el Tratado de Maastricht, que estableció una única divisa europea y una política exterior común europea. La estrategia de Lisboa (2000) afirmaba claramente el gran objetivo de “hacer de la UE la economía más dinámica y competitiva del mundo basada en el conocimiento”.

En muchos ámbitos se adoptó el enfoque de EEUU: reformas fiscales, ampliación de la carga de trabajo, privatización de la seguridad social, mercado totalmente libre, expansión de la bolsa, etc. Las ventajas competitivas de una débil protección social metieron a los países europeos en la vía del desmantelamiento de las conquistas históricas como la seguridad social. La brecha entre los ricos y los pobres se amplió rápidamente también en Europa. Desde principios de los años 90, la UE dirigió la liberalización de las telecomunicaciones, los ferrocarriles y los servicios postales. Los servicios públicos que, en Europa, son mucho más importantes en la vida diaria que en los EEUU, se desmantelaron y transfirieron al capital privado. La reforma de Bolonia supuso que la educación europea copiara el modelo de EEUU, que tiende mucho más a satisfacer las necesidades e intereses de las empresas. El colapso de los países socialistas en 1989 dio aún más fuerza a la ofensiva liberal. El miedo al comunismo había desaparecido, el capitalismo triunfaba.

Sin embargo, los capitalistas europeos se enfrentaban a una mayor oposición a los planes de desmantelamiento. Incluso a pesar de que los sindicatos no estaban organizados a nivel europeo aún, los planes se iban frenando en cada país como resultado de la moviliación a nivel nacional.

La economía burbuja no puede barrer la crisis

En resumen: el hecho de que el consumo de EEUU haya sido enormemente estimulado desde 1973 no ha resuelto la crisis. Al contrario, ha ayudado a prolongarla. Tras 1973, el crecimiento nunca alcanzaría el nivel que alcanzó en los años 60. Como la espada de Damocles, la crisis de sobreproducción nunca cesará de amenazar la economía global.

Cuando tiene lugar la sobreproducción, posteriormente se produce una plusvalía de capital. Un exceso que no puede utilizarse para incrementar la producción porque choca con los límites del mercado. Este exceso de capital busca altos rendimientos y ahí es donde el sector financiero echa una mano. Las condiciones para permitir esto se crearon con la desregulación financiera y el incremento del número de nuevos instrumentos financieros. Todo el asunto se intensificó aún más por el excesivo estímulo al crédito, ya que la concesión de créditos es una forma de crear dinero de la nada.

Un gran paso hacia la proliferación financiera se da cuando la deuda se utiliza como cobertura para la emisión de títulos o derivados financieros – lo que se denomina titulización. Así, toda deuda puede ser convertida en un título, lo que significa que puede seguir siendo comprada y vendida y, como consecuencia, se convierte en objeto de especulación. De ahí en adelante, cualquier polo de crecimiento económico puede convertirse en la piedra angular de burbujas financieras. El dinero es prestado a los polos en expansión de la economía y esta deuda se negocia bajo la forma de títulos financieros. Los polos en crecimiento también hacen que la bolsa suba y, como resultado, las instituciones financieras y los especuladores tienen carta blanca. Así es como nacen las escandalosas burbujas financieras que atraen a inversores y especuladores. Aparece el capital ficticio que se basa únicamente en la esperanza de un crecimiento sin fin. Más tarde o más temprano estas burbujas acaban explotando inevitablemente.

Ése ya fue el caso de la deuda del tercer mundo a finales de los años 70 el cual, como resultado, llevó al colapso de los países latinoamericanos en 1982-1984 que mencionábamos antes. La historia se repitió en 1997 con una gigantesca burbuja financiera en los mercados asiáticos. La devaluación de la divisa tailandesa causó el crack. Los efectos colaterales incluso se notaron en Rusia y Brasil. Los fondos de cobertura entonces se volvieron hacia las empresas de alta teconología localizadas en Silicon Valley. Esa burbuja también explotó con el crack del Nasdaq en 2000. Así es como empieza la historia de la burbuja inmobiliaria.

Tras el crack del Nasdaq y el 11 de septiembre, la Reserva Federal rebajó su tipo preferente[12] al 1% en un intento de impedir la amenaza de la recesión. Los bancos hipotecarios se aprovecharon agresivamente de los tipos bajos para emitir préstamos para la compra de viviendas. Ofrecían condiciones extremadamente favorables sin exigir demasiadas garantías. El mercado real estaba en plena expansión y todo el mundo pensaba que los precios seguirían subiendo, sin importar la solvencia[13] de los prestatarios: sus casas podían ser embargadas, así como su dinero. Se permitía a los ciudadanos insolventes adquirir hipotecas en condiciones especiales. Esto es lo que se acabó conociendo como hipotecas subprime. El mercado hipotecario se disparó y las capas más pobres de la población aprovecharon la oportunidad. El número de hipotecas subprime creció del 8% (en 2001) al 20% (en 2007) del total de préstamos hipotecarios en los EEUU.

La desregulación del mercado financiero hizo el resto. Los bancos hipotecarios vendieron sus hipotecas subprime (junto con sus riesgos) a empresas especializadas[14] que emitían títulos en el mercado cubiertos por estas hipotecas. Como resultado de ello, los bancos hipotecarios podían seguir prestando dinero. Entre 2001 y 2006 la máquina siguió funcionando y las hipotecas de EEUU sumaban 11,5 billones de dólares. Estos títulos fueron esparcidos por todo el mundo en bancos, fondos de pensiones, bancos mercantiles, fondos especulativos y fondos de cobertura, quienes estaban particularmente aficionados a ellos.

Cuando la Reserva Federal subió progresivamente el tipo de interés hasta el 5,25%, muchos nuevos compradores se quedaron sin un céntimo. Una gran cantidad de ejecuciones hipotecarias tuvo lugar y el mercado inmobiliario cambió. El número de insolventes se incrementaba trimestre a trimestre y, a finales de 2006, empezaron los problemas en los bancos y fondos de cobertura.

La avalancha ya no se pudo detener y en septiembre de 2008 la crisis bancaria alcanzó su cénit.

Las consecuencias fueron devastadoras para los propietarios de las casas. Más de dos millones de propietarios perdieron la casa que acababan de comprar y se quedaron en la calle.

Sin embargo, la crisis no se ha producido sólo en EEUU. En todo el mundo, más de 1 billón de dólares en bonos basura ha sido debitado y, uno tras otro, los bancos están declarando pérdidas. La situación empeora cuando, como precaución, los bancos inundan el mercado interbancario porque la desconfianza general crece. Esta desconfianza llega al público y persiste la amenaza de serios problemas bancarios.

Todavía no ha terminado

¿Cómo es posible que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria haya sido un golpe mucho más fuerte que el ocasionado por la burbuja anterior y que todo el sistema financiero se encuentre al borde del abismo? Ésta es la mayor bubuja financiera de la historia y ha contaminado a todo el sistema con sus bonos basura. Todas las medidas de protección y control gubernamental han sido desmontadas de tal manera que nadie es capaz de comprobar el verdadero valor de los títulos basados en hipotecas o cuál es su localización. Esto ha hecho inevitable una reacción en cadena.

La seriedad de nuestra actual sitauación puede observarse por el pánico que ha llevado a prácticamente todos los Estados a proceder al rescate raudo de sus bancos y por la amplitud de sus intervenciones. Para medir esta amplitud, es útil conocer que los siete años de guerra en Irak y Afganistán han costado 750 mil millones de dólares. Esta cantidad es sólo un poco mayor que el plan de Paulson de 700 mil millones de dólares destinado a que el gobierno de EEUU adquiriese la deuda impagada de los bancos. Pero eso no es todo. Se gastaron otro par de cientos de miles de millones para rescatar bancos como el Bear Stearns y para nacionalizar instituciones financieras como Fannie Mae, Freddy Mac y AIG. Sumando las diferentes intervenciones, el total se acerca a los 1,8 billones de dólares. Hay que señalar el dato de que el PIB de todo el continente africano en 2007 fue de 2,15 billones de dólares. Es obvio que un agujero tan grande tendrá consecuencias nefastas en la deuda pública, en el presupuesto y, finalmente, en el ingreso neto del ciudadano norteamericano. Se estima que éste tendrá que desembolsar al menos 2.000 dólares.

¿Será capaz el Presidente de la Reserva Federal, Ben Shalom Bernanke, de encontrar un nuevo sector que infle una nueva burbuja y traiga algo de alivio? Es completamente improbable. El consumo de EEUU se ha colapsado y muchos inversores han perdido grandes cantidades de dinero en la Bolsa. Los instrumentos financieros y los bienes inmobiliarios han perdido mucho valor y no se pueden utilizar para cubrir nuevos créditos. Créditos que, por razones entendibles, la industria bancaria es reacia a conceder. El recorte de los tipos de interés para impulsar la economía tampoco es una opción, puesto que, estando al 3%, ya se encuentran en su mínimo.

Está claro que la única salida de esta crisis de sobreproducción constantemente retrasada es la aniquilación de la capacidad productiva. Esto siginifica que lo peor está por venir. La crisis promete ser larga y profunda. Los países del tercer mundo serán los primeros en ver cómo sus exportaciones disminuyen, proporcionarán menos materias primas y pronto se encontrárán nuevamente bajo el dominio férreo del FMI y sus planes de reestructuración.



¿Asistimos al final de la hegemonía de EEUU?

Durante muchos años, los EEUU han logrado hacer navegar su barco económico trasladando los efectos de la crisis a otros países. La forma en que EEUU impulsa artificalmente la economía también afecta al resto del mundo. Los EEUU han sido capaces de tomarse estas libertades dada su posición como potencia económcia mundial. Pero parece que, en este sentido, las cosas están cambiando. El casi colapso de los grandes bancos de EEUU y la desarticulación del sistema financiero global continuarán inevitablemente drenando la economía de EEUU, así como su autoridad.

Las dificultades financieras de Estados Unidos van de la mano de la Guerra contra el Terrorismo, que lucha por mantenerse a flote e incluso llega a un callejón sin salida tanto en Afganistán como en Irak. La autoridad política de los Estados Unidos en las instituciones internacionales y en el frente diplomático está siendo cada vez más disputada. El orden global está dando un giro y se está formando un mundo más multipolar.

EEUU todavía es la mayor economía mundial. No obstante, en las últimas décadas la economía ha sido inflada artificialmente para que siguiera siendo el motor de la actual situación, y por eso, EEUU está pagando ahora un alto peaje: su situación actual muestra un extremadamente alto déficit, lo que es principalmente atribuible a su descompensada balanza comercial. Como resultado de lo anterior, los dólares están siendo esparcidos por todo el mundo y vuelven a los EEUU como inversiones o capital. Esto sólo será posible que continúe mientras el dólar siga siendo la divisa del comercio y las reservas internacionales. Sin embargo, el colapso del sector financiero, tarde o temprano, pondrá fin a esta posición excepcional.

Las sumas astronómicas que el gobierno de EEUU inyecta en su industria bancaria sólo servirán para incrementar la deuda pública, la cual ya es de colosales dimensiones debido a los costes de la guerra. Cada vez menos países estarán inclinados a invertir incondicionalmente sus reservas en los Estados Unidos y, de esta manera, a dar su apoyo a que el dólar sea la divisa de reserva internacional. Tarde o temprano llegará el final del imperio del dólar.

Se va perfilando el papel de China. Como principal potencia emergente, el país ya tiene una importante influencia en la economía global debido a la creciente plusvalía de su balanza comercial y sus considerables reservas financieras. El déficit de Estados Unidos asciende a 800 mil millones de dólares al año. Según Zhu Min, vicepresidente del banco de China, los Estados Unidos no podrán contar más con China para colocar los bonos estatales necesarios para financiar el rescate de los bancos estadounidenses.

¿Cómo reaccionará el imperio estadounidense? ¿Incrementando aún más sus gastos en la guerra y manteniendo sus aventuras militares? Por el momento, sigue siendo una cuestión abierta, pero es un hecho histórico que sólo la destrucción masiva de la capacidad de producción por medio de la guerra ha sido capaz de hallar la salida a la última crisis importante del sistema, la de los años 30.



Una crisis del sistema tiene que solucionarse sustituyendo el propio sistema

El dique ha acabado reventando. Tras el colapso financiero, tras el crack de la burbuja gigante, se está viniendo abajo todo el suelo de la crisis de sobreproducción, con la apariencia de una depresión larga más que de un breve período de descenso de actividad. Ni siquiera las enormes cantidades de dinero implicadas serán capaces de mantener este tsunami bajo control.

En cuanto a las causas, los dedos apuntan en todas direcciones: es por las suprime, por los fondos de cobertura, por los EEUU...

Según Karel Van Miert, antiguo dirigente del SP.a (partido socialista flamenco), antiguo comisario europeo y administrador de la Philips, es a la carrera de los banqueros por el beneficio a quien hay que culpar del colapso. ¿Son tan codiciosos? Nada esconde el hecho de que tras esta carrera por el beneficio – encabezada no sólo por los banqueros, sino también por empresas como la Philips – yace una constante, un fenómeno recurrente. Karl Marx descubrió este fenómeno hace más de 150 años. Su conclusión fue que el capitalismo no puede existir sin crisis.

Cuando se trata de dar soluciones hay un considerable consenso, desde los socialdemócratas a los liberales: es necesaria más transparencia, más regulación y más control.

No, ya no se trata de la codicia de un puñado de gente. No, no se trata de la carrera por el beneficio de un par de banqueros. No, no se trata de demontar regulaciones financieras, como muchos piden. No, la situación no se resolverá aplicando “el genuino libre mercado, el único que obedece a leyes”. La crisis es inherente al propio sistema.

Nunca antes la humanidad había producido tanta prosperidad, ni tampoco había producido tanta pobreza. Es el trabajo de todos – y sólo el trabajo – lo que produce la prosperidad, no el capital. No es más que lógica elemental el exigir que la prosperidad producida colectivamente se utilice para mejorar las condiciones de vida de todos los seres humanos. Esto es imposible en una economía capitalista que funciona según los intereses de una pequeña minoría y que, inevitablemente, conduce a la crisis. Por esto todos los medios de producción importantes deben ser puestos en manos de la colectividad.

18 de noviembre de 2008



Jo Cottenier es autor de La Société Générale 1822 – 1992 (con Patrick De Boosere y Thomas Gounet) EPO, 1989 y de Le temps travaille pour nous (El tiempo está de nuestro lado) (con Kris Hertogen) EPO, 1991. Es miemro del Buró del Partido del Trabajo de Bélgica

Henri Houben, doctor en economía, es investigador del Instituto de Estudios Marxistas, especializado en el estudio de las multinacionales, la estrategia europea de empleo y la crisis económica. Actualmente trabaja en un libro sobre la crisis económica que saldría a la luz en primavera de 2009.

De Études Marxistes, n°84, Octubre-Diciembre de 2008 http://www.marx.be/FR/em_index.htm

[6] La política de Reagan se inspiró en los monetaristas como Milton Friedman, para los cuales la ortodoxia monetaria es el bien más preciado.

[7] Luego se mantuvo estable durante los años 90. Ésta es una estimación hecha por Henri Houben sobre la base del trabajo de Edward Wolff La creciente desigualdad en la riqueza de América. En Bélgica, se estima que el 1% tiene el 25% de todas las fortunas privadas.

[8] El PIB (producto interior bruto) es el valor total de todos los bienes y servicios finales producidos por una economía concreta en un año.

[9] La palanca financiera toma la forma de un préstamo (deuda), cuyas ganancias se (re)invierten con la intención de obtener una tasa de retorno más alta que el coste del interés.

[10]

[11] Lenin, op. cit.

[12] El tipo preferente es un tipo de referencia utilizado por los bancos. El término indicaba originalmente el tipo de interés al que los bancos prestaban dinero a los clientes preferentes.

[13] La solvencia es la capacidad de una entidad para pagar sus deudas.

[14] Se denominan SPV's (vehículos de propósito especial, en inglés)

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