(Primera parte)
13 Noviembre 2011
Ninguna persona cuerda, especialmente aquellos que tuvieron acceso a
los conocimientos elementales que se adquieren en una escuela primaria,
estaría de acuerdo con que nuestra especie, de modo particular los que
son niños, adolescentes o jóvenes, sean privados hoy, mañana y para
siempre del derecho a vivir. Jamás los seres humanos a lo largo de su
azarosa historia, como personas dotadas de inteligencia, conocieron
experiencia semejante.
Me siento en el deber de transmitir a aquellos que se toman la
molestia de leer estas reflexiones, el criterio de que todos, sin
excepción, estamos en la obligación de crear conciencia sobre los
riesgos que la humanidad está corriendo de forma inexorable, hacia una
catástrofe definitiva y total como consecuencia de las decisiones
irresponsables de políticos a quienes el azar, más que el talento o el
mérito, puso en sus manos el destino de la humanidad.
Sean o no los ciudadanos de su país, portadores de una creencia
religiosa o escépticos con relación al tema, ningún ser humano en su
sano juicio estaría de acuerdo con que sus hijos, o familiares más
allegados, perezcan de forma abrupta o víctimas de atroces y torturantes
sufrimientos.
Tras los crímenes repugnantes que con frecuencia creciente viene
cometiendo la Organización del Tratado del Atlántico Norte, bajo la
égida de Estados Unidos y los países más ricos de Europa, la atención
mundial se concentró en la reunión del G-20, donde se debía analizar la
profunda crisis económica que afecta hoy a todas las naciones. La
opinión internacional, y particularmente la europea, esperaban respuesta
a la profunda crisis económica que con sus profundas implicaciones
sociales, e incluso climáticas, amenazan a todos los habitantes del
planeta. En esa reunión se decidía si el euro podía mantenerse como la
moneda común de la mayor parte de Europa, e incluso si algunos países
podrían permanecer dentro de la comunidad.
No hubo respuesta ni solución alguna para los problemas más serios de
la economía mundial a pesar de los esfuerzos de China, Rusia,
Indonesia, Sudáfrica, Brasil, Argentina y otros de economía emergente,
deseosos de cooperar con el resto del mundo en la búsqueda de soluciones
a los graves problemas económicos que le afectan.
Lo insólito es que apenas la OTAN dio por concluida la operación en
Libia -tras el ataque aéreo que hirió al jefe constitucional de ese
país, destruyó el vehículo que lo transportaba y lo dejó a merced de los
mercenarios del imperio, quienes lo asesinaron y exhibieron como trofeo
de guerra, ultrajando costumbres y tradiciones musulmanas- la OIEA,
órgano de Naciones Unidas, una institución que debiera estar al servicio
de la paz mundial, lanzó el informe político, tarifado y sectario, que
pone el mundo al borde de la guerra con empleo de armas nucleares que el
imperio yanki, en alianza con Gran Bretaña e Israel, viene preparando
minuciosamente contra Irán.
Después del “Veni, vidi, vici” del famoso emperador romano hace más
de dos mil años, traducido al “vine, vi y murió” transmitido a la
opinión pública a través de una importante cadena de televisión tan
pronto se conoció la muerte de Gaddafi, sobran las palabras para
calificar la política de Estados Unidos.
Lo que importa ahora es la necesidad de crear en los pueblos una
conciencia clara del abismo hacia dónde la humanidad está siendo
conducida. Dos veces nuestra Revolución conoció riesgos dramáticos: en
octubre de 1962, el más crítico de todos en que la humanidad estuvo al
borde del holocausto nuclear; y a mediados de 1987 cuando nuestras
fuerzas se enfrentaban a las tropas racistas sudafricanas, dotadas con
las armas nucleares que los israelitas les ayudaron a crear.
El Sha de Irán también colaboró junto a Israel con el régimen racista y fascista surafricano.
¿Qué es la ONU?, una organización impulsada por Estados Unidos antes
de finalizar la Segunda Guerra Mundial. Esa nación, cuyo territorio
distaba considerablemente de los escenarios de guerra, se había
enriquecido enormemente; acumuló el 80% del oro del mundo y bajo la
dirección de Roosevelt, sincero antifascista, impulsó el desarrollo del
arma nuclear que Truman, sucesor suyo, oligarca y mediocre, no vaciló en
usar contra las ciudades indefensas de Hiroshima y Nagasaki en el año
1945.
El monopolio del oro mundial en poder de Estados Unidos, y el
prestigio de Roosevelt, le permitió el acuerdo de Bretton Woods que le
asignó el papel de emitir el dólar como única divisa que se utilizó
durante años en el comercio mundial, sin otra limitante que su respaldo
en oro metálico.
Estados Unidos, al finalizar aquella guerra, era también el único
país que poseía el arma nuclear, privilegio que no vaciló en
transmitirle a sus aliados y miembros del Consejo de Seguridad: Gran
Bretaña y Francia, las dos más importantes potencias coloniales del
mundo en aquella época.
A la URSS, Truman ni siquiera le informó una palabra del arma atómica
antes de usarla. China, entonces gobernada por el general nacionalista,
oligárquico y proyanki, Chiang Kai-shek, no podía ser excluido de aquel
Consejo de Seguridad.
La URSS, golpeada duramente por la guerra, la destrucción y la
pérdida de más de 20 millones de sus hijos por la invasión nazi,
consagró ingentes recursos económicos, científicos y humanos para
equiparar su capacidad nuclear con la de Estados Unidos. Cuatro años
después, en 1949, probó su primera arma nuclear; la de Hidrógeno, en
1953; y en 1955 su primer megatón. Francia dispuso de su primera arma
nuclear en 1960.
Eran solo tres los países que poseían el arma nuclear en 1957, cuando
la ONU, bajo la égida yanki, creó la Organización Internacional de la
Energía Atómica. ¿Imagina alguien que ese instrumento de Estados Unidos
hizo algo por advertir al mundo los terribles riesgos a que expondría la
sociedad humana cuando Israel, aliado incondicional de Estados Unidos y
la OTAN, ubicado en pleno corazón de las más importantes reservas del
mundo en petróleo y gas, se constituyera en peligrosa y agresiva
potencia nuclear?
Sus fuerzas, en cooperación con las tropas coloniales inglesas y
francesas, atacaron Port Said cuando Abdel Nasser nacionalizó el Canal
de Suez, propiedad de Francia, lo que obligó al Primer Ministro
soviético a transmitir un ultimátum exigiendo el cese de aquella
agresión, que los aliados europeos de Estados Unidos no tuvieron otra
alternativa que acatar.
Prosigue mañana.
Fidel Castro Ruz
Noviembre 12 de 2011
8 y 15 p.m.
Nenhum comentário:
Postar um comentário