quinta-feira, 18 de abril de 2013

JOSÉ MARTÍ / POR LOS CAMINOS DE LA VIDA NUEVA

  


JOSÉ MARTÍ

 POR LOS CAMINOS DE LA VIDA NUEVA


Carlos Rodríguez Almaguer (Manatí, 1971)

Licenciado en Estudios Socioculturales. Profesor, poeta, narrador y ensayista. Sus poemas, cuentos y ensayos han sido publicados en revistas nacionales e internacionales. Sus artículos sobre temas sociales, políticos, culturales, filosóficos e históricos, especialmente sobre diversas facetas del pensamiento de José Martí, han aparecido en  publicaciones como Honda, El Caimán Barbudo, La Jiribilla, Granma, Juventud Rebelde, Tribuna de La Habana y Trabajadores, y en diversos sitios digitales. Ha impartido conferencias en foros relacionados con el arte y la cultura en José Martí, la ética y la cultura en la Revolución y los jóvenes artistas e intelectuales en Defensa de la Humanidad. Es miembro de la Asociación de Pedagogos de Cuba, de la Unión de Historiadores y vicepresidente de la Junta Nacional de la Sociedad Cultural José Martí.





JOSÉ MART
 POR LOS CAMINOS DE LA VIDA NUEVA




Carlos Rodríguez Almaguer





 “A servir modestamente a los hombres me preparo; a andar, con el libro al  hombro, por los caminos de la vida nueva;  a auxiliar, como soldado humilde, todo brioso y honrado propósito; y a morir de la mano de la libertad, pobre y fieramente.”




PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN


    Este era un libro necesario. No porque  falten buenas obras sobre José Martí para niños y jóvenes, sino porque está concebido con una metodología que lo distingue en cierto sentido de los demás.
    En primer término, el autor se propuso que las nuevas generaciones descubran en el Apóstol, además de sus cualidades excepcionales  --que se han divulgado asiduamente--, también a un ser humano que tuvo inquietudes, sueños, desengaños, penas y alegrías comunes a cualquier persona de su edad y su medio.
    Como cualquier otro muchacho de su entorno social, el niño de carne y hueso que había en Martí padeció las estrecheces del hogar, vio en peligro sus estudios por dificultades económicas de la familia, soportó los regaños  --a veces muy duros—de Don Mariano, y, sin que su edad le permitiera comprender las nobles razones que movían al padre, llegó a pensar  en cierto momento que era un  tirano. (Más tarde, cuando se lo permitió la madurez de su pensamiento, cambiaría radicalmente aquel juicio inicial).
    Al  acompañar a su padre en los campos del sur matancero, en Caimito del Hanábana, tuvo un caballo, aprendió a montarlo, lo cuidó y engordó “como un puerco cebón”, y lo enseñó a caminar enfrenado para que marchara bonito. Le regalaron un gallo fino, que era otro de sus orgullos, y lo preparó  para la pelea. Vio por primera vez un río crecido, hizo travesuras y gozó los encantos de la vida rural.
    El niño se convirtió en adolescente, escribió  versos elementales y tuvo sus noviecitas de  estudiante, como todos sus compañeros. En Zaragoza encontró su primer amor conocido,  y lo plasmó en sus versos:
                  
Amo la tierra florida,
musulmana o española,
donde rompió su corola
la poca flor de mi vida.
 

La novia madrileña se quejaba amargamente de su desvío. En México se sintió hechizado por Rosario de la Peña, “la musa romántica  de la literatura mexicana”, y nadie ha leído sin dolor el romance  de la niña “que murió de amor” en Guatemala. La pasión por Carmen, la madre de su hijo, marcó profundas huellas en  su vida. Y en Nueva York dejó recuerdos inolvidables.
    Como estudiante universitario, mostró una inteligencia poco frecuente y alcanzó las más altas calificaciones en difíciles asignaturas; pero hubo otras que sólo aprobó “por los pelos”, como todos los estudiantes. Aunque en estos tropiezos debe tenerse en cuenta el tiempo que perdió por sus dolencias crónicas –provenientes del presidio y de las canteras--, que hicieron imprescindibles varias intervenciones quirúrgicas, así como su dedicación a la  lucha por la independencia de Cuba, que le restó tiempo para el estudio.
    Todo lo dicho hasta ahora nos demuestra que, pese a su precoz apostolado, la vida de aquel cubano inolvidable se correspondió siempre con su edad y con su tiempo. Sería falso considerar que nunca fue niño, que era, desde que nació, un hombre en  miniatura.
    Pero en Martí es imposible comprender al hijo, al hermano, al padre, al esposo, al amigo, si lo separamos mecánicamente del patriota, del combatiente, del revolucionario. E incluso resulta inevitable darle un peso mayor al luchador cubano, latinoamericano y universal, que al hombre común, íntimo, familiar.
    Por ello este libro que prologamos  desarrolla, además, una idea en la que deben meditar los niños y jóvenes de hoy: que todos, sin excepción, formamos parte de ese inmenso conglomerado que es la sociedad humana, gozamos de  los beneficios del progreso que constantemente ella genera,  recibimos de la misma inestimable ayuda y,  a la vez, sufrimos las consecuencias de sus imperfecciones y sus males.  Por consiguiente, tenemos deberes que cumplir con esa colectividad, sobre todo en la  parte de ella que tenemos más cerca, en nuestra propia patria.
    “Nada humano me es ajeno”, dijo el filósofo. Y este libro nos  muestra cómo Martí hizo suyo ese principio desde niño. Así, con sólo nueve años de edad y encontrándose en el Hanábana, no se entrega sólo a diversiones, aventuras y otros goces propios  de su edad, sino que está pendiente de los problemas de la familia y de la comunidad. Ayuda eficazmente al padre en su trabajo y se inquieta por la afección que sufre en la piel. Se preocupa por los daños que ocasiona el desborde de los ríos. Y algo mucho más significativo: lo hieren tan profundamente los crímenes que se cometen contra los negros  esclavos, que, pese a su niñez, se jura a sí mismo lavar con su vida esos crímenes.
    La trayectoria del Martí niño y adolescente confirma el hecho de que la infancia y la juventud son las etapas en que se desarrolla más impetuosamente la personalidad del hombree, en que se forja lo decisivo del carácter, en que se arraigan con mayor firmeza los sentimientos. Por eso tiene tanta importancia que desde  los primeros años se eduque a los niños en  la preocupación por cuanto les rodea, por el medio ambiente  y por la sociedad, por la forma en que la gente vive, piensa, siente y se  comporta.
    Esas son las edades idóneas para que se afiancen en el  ser humano sus virtudes: el amor a la vida, a la Naturaleza, a nuestros semejantes; la rebeldía contra toda injusticia; los sentimientos de amistad, solidaridad y ayuda mutua; los hábitos de trabajo,  estudio, disciplina y pulcritud. Es el período en que se afirman el pensamiento propio y el respeto al pensamiento ajeno; en que se aprende a actuar con honradez, sinceridad, sencillez y desprendimiento. Y algo determinante: ese modelo de conducta no se  forja sólo con  palabras, consejos y castigos, sino, sobre todo, con  el ejemplo de los mayores, con la lección insustituible de la vida diaria.
    Así nos lo  enseñó Martí, como se demuestra en este libro: con su trayectoria. Aunque también, desde luego, lo subraya con sus palabras: “El niño –dice—ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un  niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso.” Y en otra ocasión: “El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que  ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar para que puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado”.
    En Cuba, desde que el niño nace –y aun desde antes--, goza del cuidado y la atención de sus mayores, y no sólo de sus padres y demás familiares,  sino también del médico, del maestro, de la sociedad en su conjunto. Recibe alimentación, vestido, calzado y aseo; atención médica, educación física y mental; recreación y preparación para la vida. Esa atención es posible en nuestra patria porque las generaciones anteriores, a costa de inmensos sacrificios y de un heroísmo permanente, conquistaron la independencia y la libertad, y crearon una república libre, soberana, digna, democrática y justa, que hoy defendemos abnegadamente frente a los más poderosos y crueles enemigos. Decenas de miles de patriotas, de revolucionarios valerosos, muchos de ellos jóvenes, han vertido su sangre para alcanzar y conservar la patria libre. De ahí que los niños y jóvenes de hoy tengan una deuda sagrada con nuestros mártires, con nuestro pueblo todo, y es la responsabilidad de velar por la patria, de trabajar por hacerla cada día mejor, más próspera y feliz. También la Cuba de hoy tiene sus héroes,  y los tendrá siempre.
    El joven Martí asumió desde muy pequeño esa enorme responsabilidad, como hemos expresado antes. Muchas veces enfrentó un grave dilema, un difícil conflicto espiritual, como nos expresó tan sabia y bellamente en su conocido poema “Yugo y estrella”.  Es la lucha entre el hombre que quiere su hogar, su familia, su esposa y su hijo, de una parte, y de la otra, el hombre que quiere redimir a su patria esclava, emancipar a sus hermanos oprimidos, y que para eso tiene  que renunciar a la vida hogareña, al calor de la familia, a todos los goces personales. Y en ese conflicto medular Martí se decide por Cuba, la madre mayor. Pero no por eso  deja de ser el hijo amoroso, el padre tierno, el hermano afectivo, el hombre que ama y sufre, que indaga y aconseja en todo cuando se refiere a la vida íntima de sus seres queridos.
    Así se fragua nuestro Héroe Nacional, el más universal de los cubanos. Así asume una ética y una moral inconmovibles, y se convierte en paradigma para todos los tiempos. Así, se atrinchera en el sacrificio, en la verdad, en la honradez, en el heroísmo y la dignidad humana. Así libra sus épicas batallas, y así cae combatiendo, como quería,  de cara al sol; sin tener patria, pero tampoco amo; montado  en un carro de hojas verdes, cubierto por las flores de la campiña cubana y bajo su bandera tricolor.
    De todo eso trata este libro. Su autor, Carlos Rodríguez Almaguer, es un joven que domina el lenguaje y el alma de los niños, y que sabe hablarles con el encanto, la frescura, y también con la claridad que ellos necesitan y merecen. Nacido y formado en la provincia de Las Tunas, Carlitos tiene ese sabor a tierra adentro que lo identifica con los intereses y la mentalidad de la juventud, y  que únicamente podría perderse si se pierden la naturalidad y la sencillez que emanan de José Martí.
    Así este libro tiene elementos no sólo de biografía y ensayo, sino también de apólogo, leyenda y aventura, como la vida misma del Apóstol. Por eso ha de llegar a infinidad de ojos ansiosos que, tras beberse ávidamente sus páginas, se quedarán buscando más.






28- IX- 07                                                                   José Cantón Navarro

Capítulo I

Dos horas después de despedirse de sus padres para ir a dormir, Elpidio aún seguía leyendo el libro que su papá le comprara esa mañana en la Feria. Había sido un día muy activo en la Fortaleza San Carlos de la Cabaña. Visitó los museos donde conoció muchas armas antiguas que sólo había visto en la televisión. Recorrió los estantes de las editoriales que exponían sus publicaciones, compró algunos libros, visitó El Tesoro de Papel, se encontró con sus amigos de la secundaria,  tocó el hierro frío de los grandes cañones que alguna vez defendieron la entrada de la  bahía de los ataques de piratas y corsarios. Sólo había visto el Castillo del Morro desde el Malecón, y pudo comprobar que la vista que ofrecía desde los muros de La Cabaña era impresionante. Y qué decir de la ceremonia del cañonazo de las nueve, parecía que uno estaba viviendo en los años de Pepe Antonio, cuando se enfrentó en Guanabacoa a los ingleses que tomaron La Habana, como explicaba la maestra en la clase de Historia.

El día había estado lleno de emociones y descubrimientos. Ahora, en la cama, leía el libro que con gran ceremonia su papá le había puesto en las manos esa mañana, diciéndole que en esas páginas podía conversar como amigo con el autor, un hombre al que sin duda ya conocía de la escuela, pero del que nunca se termina de aprender. Era cierto, Elpidio conocía bien el libro y más aún a su autor. Desde pequeño, cuando todavía no sabía leer, ya recitaba sus versos:

“Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.”

Pero nadie le había hablado de José Martí como un “hombre”, todos lo llamaban Apóstol, Héroe Nacional, Maestro, con mayúsculas, y sabía que tenían razón. Martí es el cubano más grande. Desde que estaba en el Círculo Infantil y luego en la Escuela Primaria, las educadoras, los padres y los maestros le enseñaron que debía traerle flores al busto que estaba junto a la bandera. Ahora en la Secundaria continuaba apareciendo Martí en las clases de Historia, en la televisión, en las tribunas y los actos patrióticos, siempre como el Héroe. Por eso le sorprendió oír a su padre decir que podría conversar como un “amigo” con el “hombre” que había escrito aquel libro del que, por otra parte, sólo había leído las obras recomendadas en las clases: Meñique, Los Zapaticos de Rosa, Bebé y el Señor Don Pomposo, El Camarón Encantado… y pensó si acaso su papá no estaba siendo irrespetuoso con el Apóstol.

Ahora se había leído la introducción que escribió Martí, y otra vez Tres Héroes, y sentía una sensación distinta. Tal vez por lo imprevisto del gesto de su padre, y la ternura con que le habló del Hombre de La Edad de Oro; o acaso lo que lo había dejado pensativo era el acercamiento tan natural a los héroes de la historia, a sus padecimientos y derrotas, e imaginarlos como hombres iguales a los que todos los días andan por estas calles. Por eso, aunque tenía mucho sueño, acomodó la almohada y comenzó a leer aquella parte del libro de la que nadie le había hablado: La última página:  

“Estas últimas páginas serán como el cuarto de confianza de La Edad de Oro, donde conversaremos como si estuviésemos en familia. Aquí publicaremos las cartas de nuestras amiguitas: aquí responderemos a las preguntas de los niños: aquí tendremos la Bolsa de Sellos, donde el que tenga sellos… que mandar, o los quiera comprar, o quiera hacer colección, o preguntar sobre sellos… algo que le interese, no tiene más que escribir… para lograr lo que desea. Y de cuando… en cuando… nos hará… aquí… una visita… El Abuelo Andrés, que tiene una caja… maravillosa… con muchas… cosas raras, y nos va… a enseñar… todo… lo que tiene… en La… Caja de las… Maravillas... 


Capítulo II

— Entonces, ¿esa es tu Caja de las Maravillas? —preguntó incrédulo Elpidio al anciano que le miraba fijamente con ojos risueños.
—    Sí —respondió el viejecito mientras le daba un golpe suave a la caja con la punta de su paraguas— ¿Por qué te asombras? ¿Cómo supones que deba ser una Caja de las Maravillas?
—     No sé, supongo que más grande, con signos y estrellas dibujados en colores brillantes.
—    ¡Ah!, ya veo. Como las que usan los magos —rió el viejo.
—     Sí, más o menos.
—    Pues no, jovencito, mi caja es sólo un símbolo. Las verdaderas maravillas están aquí —dijo tocándose la sien— y aquí —señalando ahora el corazón— Ahí está lo maravilloso del ser humano: la inteligencia y el amor.
—    Pero Martí dice que traes cosas raras en tu caja maravillosa.
—    Sí, es verdad —respondió el viejo. ¿Qué quieres saber de lo que traigo en esta caja?
—    ¿Y cómo puedo preguntar si no sé lo que traes en ella? —respondió el joven.
—    ¡Palabras! —dijo el Abuelo, y se levantó para dar una vuelta alrededor de la pequeña caja.
—    ¿Palabras? —se preguntó Elpidio.
—    Sí, palabras que indican cosas, porque a las palabras las puedo doblar y poner muchas en esa caja. Sin embargo, las cosas no cabrían todas las que les interesarían a los jóvenes. Por eso mi caja no es una caja cualquiera, porque puedo llevar en ella muchas cosas que no cabrían en una caja común y corriente —concluyó satisfecho el Abuelo.
—    Pero si la caja sólo indica el nombre de las cosas, bien poco tiene eso de maravilla —dudó Elpidio.
—    No, mi impaciente amigo, el nombre de las cosas está en la caja, pero el significado y lo interesante de esas cosas está aquí —dijo el viejo indicando otra vez su sien. Martí, el hombre que te dijo que yo tenía una caja maravillosa…
—    ¡Vaya! —interrumpió el muchacho— eres la segunda persona que trata a Martí como a un hombre.
—    ¿Sí? —sonrió Andrés. A ver, jovencito, ¿y qué otra cosa es José Martí, sino un Hombre, con mayúscula? ¿Tú sabes quién fue él?
—    ¡Claro! Quién no va a conocer a Martí —respondió Elpidio.
—    Y ¿qué sabes tú de Martí? —volvió a preguntar, ahora más serio, el Abuelo Andrés.
— ¿Yo? Bueno, que se llamaba José Julián Martí Pérez, que nació en La Habana, el 28 de enero de 1853, en la calle de Paula, que ahora se llama Leonor Pérez, como su mamá, y que el papá se llamaba Don Mariano. También que escribió La Edad de Oro, un libro para niños, y los Versos Sencillos, y otro libro de versos dedicados a su hijo Ismaelillo. Que estuvo preso muy joven, lo deportaron a España, que escribió mucho, quiso mucho a los niños y a la patria, y murió en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, luchando por la independencia de Cuba.  Eso. ¡Ah!, sí, que es el Apóstol de nuestra Independencia, el Héroe Nacional y el Maestro de todos los cubanos. ¿Qué más? —concluyó complacido el jovencito.

—    Mucho más, mi querido Elpidio, José Martí es mucho más que un título honorífico, mucho más que una imagen de mármol o de piedra, mucho más que una frase en un mural o en un discurso. Más que una biografía o una cronología. Hagamos un trato: antes de que preguntes por cualquiera de las cosas raras que traigo en mi Caja de las Maravillas, vamos a hablar de la vida de José Martí. De cómo, de ser un niño y luego un adolescente como tú, llegó a convertirse en el hombre inmenso que hoy es símbolo de una nación y modelo de ser humano —dijo el viejo, levantando la vista hacia los árboles del parque donde hablaban.
—    Pero en la escuela me hablan mucho de él —dijo Elpidio.
—    Sí, pero no basta. A Martí no se le enseña, a Martí se le descubre en sus propios escritos, o no llegas a conocerlo nunca. Lo que hay que hacer es motivar a los jóvenes a buscarlo. Tú podrás saberte de memoria muchas de sus frases, o sus biografías, que las hay muy buenas, o las anécdotas que recogen los libros, contadas por quienes tuvieron la dicha de conocerlo; pero eso nada más no es Martí, esa es la historia de su vida contada por otros hombres que lo conocieron o se lo imaginaron. Martí, sin embargo, está vivo en sus escritos. Por eso tu padre hizo bien con decirte que en ese libro podrías hablar “como amigo” con el “hombre” que lo escribió. Pero hay que aprender a leerlo y a sentirlo, sólo entonces podrás encontrarlo a la vuelta de cualquiera de sus escritos.
— Entonces, ¿me vas a enseñar lo que sabes de él? —preguntó Elpidio entusiasmado.
— No —respondió secamente el viejo. Enseñarte no, yo sólo puedo hablarte de cómo se formó a sí mismo, con la ayuda de otros hombres grandes que conoció directamente o a través de los libros que leyó. Lo más importante es que lo que yo te cuente te motive a buscarlo por tu propia vía. Así cuando lo encuentres lo entenderás mejor, porque él mismo decía que no se aprende bien sino lo que se descubre. Cada época trae consigo su propia manera de interpretar la historia y a los héroes, por eso Martí no muere ni envejece, porque cada generación de cubanos le da vida otra vez al encarnar sus valores y sentimientos. Al estudiar la esencia del ser humano, Martí fue a la raíz, y como los hombres biológicamente no hemos evolucionado de manera visible en los últimos siglos, seguimos siendo los mismos, y eso hará de él un eterno contemporáneo.
—    Y ¿cuándo empezamos? —preguntó de nuevo Elpidio.
— Bueno, en verdad ya empezamos —dijo el Abuelo, y acomodó ambas manos en el mango de su paraguas, mientras sus ojos trataban de sostenerle la mirada al sol que se levantaba ya sobre los árboles del parque.

Capítulo III

Tú mismo dijiste que nació en La Habana, y yo agrego que fue en la madrugada del viernes 28 de enero de 1853; en el piso alto de una modesta casa ubicada en la calle de Paula, número 41, hoy calle Leonor Pérez, número 314. Su padre, Don Mariano de los Santos Martí y Navarro, había nacido en Valencia, España, el 31 de octubre de 1815, y llegó a Cuba como sargento de Artillería del ejército español. Su madre, Doña Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez y Cabrera, nació en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, el 17 de diciembre de 1828. Exactamente dos años antes de la muerte del Libertador Simón Bolívar. Don Mariano y Doña Leonor se casaron en 1852.

El recién nacido fue bautizado con el nombre de José Julián, el sábado 12 de febrero de 1853, en la Iglesia del Santo Ángel Custodio. (Esta Iglesia está ubicada en la Loma del Ángel, y fue inmortalizada por el escritor pinareño Cirilo Villaverde al ubicar frente a ella los hechos que devienen el desenlace de su magnífica novela Cecilia Valdés.) Dos semanas después del bautizo de Martí, el viernes 25 de febrero a las ocho y treinta de la noche, muere en San Agustín de La Florida, el Padre Félix Varela, quien había sido bautizado en esta misma Iglesia. Varela, según José de la Luz, fue  el primero que nos enseñó a pensar , y del que Martí sería heredero legítimo a través de una singular e ininterrumpida sucesión de maestros pensadores que son reconocidos como los Padres Fundadores de la nación cubana. Fueron ellos el Padre José Agustín Caballero, maestro del Padre Varela; el propio Varela, que fue maestro de Don José de la Luz y Caballero, y éste a su vez lo fue de Don Rafael María de Mendive que, como sabes, fue maestro y protector de José Martí. Cinco generaciones de maestros pensadores se unieron en la formación del joven Martí, que resumió todo lo que hubo antes de él, y ha sido la guía de todo lo que ha venido después.

Pero antes de insertarse en esta patriótica cadena tendrá que salir a Valencia a mediados de 1857, con solo 4 años, adonde se traslada la familia luego de recibir una herencia del padre de Doña Leonor. En el número 16 de la calle Tapinería, permanecen hasta mediados de 1859, cuando regresan a Cuba. Para entonces ya tiene 3 hermanas: Leonor Petrona, nacida en La Habana el 29 de julio de 1854; Mariana Salustiana, que también nace en La Habana, el 8 de junio de 1856, y María del Carmen, que nace en Valencia el 2 de diciembre de 1857. Para el mes de junio de 1859 la familia había regresado otra vez a La Habana y residía en la calle Industria número 32. El 13 de noviembre de ese año nace su cuarta hermana, María del Pilar Eduarda. 

Al año siguiente ingresa en el Colegio San Anacleto, que dirige el maestro Rafael Sixto Casado. Allí conoce a quien será su amigo entrañable, Fermín Valdés Domínguez y a su hermano Eusebio. 

El 10 de enero de 1862 nace su quinta hermana, Rita Amelia, a quien años más tarde, en 1880, dirigirá desde Nueva York una carta que es un verdadero monumento al amor. En ella le dice:

“Por eso quiero yo que te guardes de vientos violentos y traidores, y te escondas en ti a verlos pasar: que como las aves de rapiña por los aires, andan los vientos por la tierra en busca de la esencia de las flores. Toda la felicidad de la vida, Amelia, está en no confundir el ansia de amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en el alma sino después del largo examen, detenidísimo conocimiento, y fiel y prolongada compañía de la criatura en quien el amor ha de ponerse.” 

 Sin embargo, lo más significativo de este año de 1862, es que Don Mariano parte el 13 de abril a ocupar el puesto para el que ha sido nombrado: Capitán Juez Pedáneo, en el partido territorial de Hanábana, en el actual municipio de Calimete, provincia de Matanzas, y se lleva consigo al pequeño José Julián. Aunque se asegura que el niño fue más tarde en julio, luego de terminar el curso escolar. Lo cierto es que en este periodo ocurre un desgraciado acontecimiento para Cuba: muere Don José de la Luz y Caballero, el 22 de junio.

Martí heredó como discípulo aventajado al maestro del colegio El Salvador. Y de él escribirá años después palabras conmovedoras: “El, el padre; él, el silencioso fundador; él, que a solas ardía y centelleaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad que sólo brillaría sobre sus huesos (...) él, el padre, —es desconocido sin razón por los que no tienen ojos con que verlo, y negado a veces por sus propios hijos”.

En Hanábana, gracias a la excelente caligrafía que había desarrollado, Pepe le sirve de gran ayuda a su papá. De esta época es su primera carta conocida, cuando tenía nueve años, dirigida a Doña Leonor el 23 de octubre. En ella se nota el impacto que en el niño de la ciudad han hecho las bondades del campo. Allí se iniciará como jinete, lo que le vendrá muy bien en sus periplos posteriores por América y Cuba.

La labor de Don Mariano en Hanábana consistía, entre otras cosas, en impedir el tráfico de esclavos, que era un negocio muy rentable en ese tiempo. De esta manera entra Martí en contacto directo con la parte más oscura de la colonia: la esclavitud rural, aunque ya sabía de la esclavitud doméstica, que siendo también infame, era menos cruel que la del campo. Años más tarde en sus escritos, tanto en prosa como en verso, reflejará aquellas vivencias de niño. El castigo, el maltrato y el crimen, quedarán indelebles en su memoria: “¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuando era niño, y todavía no se me ha apagado en las mejillas la vergüenza (…) Yo lo vi, y me juré desde entonces su defensa…”

“El rayo surca, sangriento,
El lóbrego nubarrón:
Echa el barco, ciento a ciento,
Los negros por el portón.

El viento, fiero, quebraba
Los almácigos copudos;
Andaba la hilera, andaba,
De los esclavos desnudos.

El temporal sacudía
Los barracones henchidos:
Una madre con su cría
Pasaba, dando alaridos.

Rojo como en el desierto,
Salió el sol al horizonte:
Y alumbró a un esclavo muerto,
Colgado a un ceibo del monte.

Un niño lo vio: Tembló
De pasión por los que gimen:
¡Y, al pie del muerto, juró
Lavar con su vida el crimen!” 

Por este impacto tremendo decimos que Hanábana fue el lugar donde nació el revolucionario José Martí, con sólo nueve años, al consagrar en su juramento la vida a la defensa de “los pobres de la tierra”.

En 1865 es cuando vienen a confluir en el adolescente José Martí las generaciones de educadores de que te hablé hace un rato. Pepe ingresa en la Escuela de Instrucción Primaria Superior Municipal de Varones, ubicada en la calle Prado número 88. En ese mismo edificio, que se conserva todavía hoy, se encontraba la vivienda de su director, el poeta Don Rafael María de Mendive, espíritu culto y revolucionario, formado en la escuela de Don José de la Luz y Caballero.

En abril de este año, al conocerse la noticia del asesinato del presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, y desafiando a las autoridades españolas, Martí y sus condiscípulos siguiendo la enseñanza de Mendive llevan al brazo, durante una semana, un brazalete negro en señal de luto por el “leñador de ojos piadosos”, como llamará después al hombre que, entendiendo que aquella nación “no podía seguir viviendo mitad libre y mitad esclava”, había dirigido una guerra terrible al cabo de la cual doblegó a los estados esclavistas del Sur y abolió finalmente  la esclavitud en la tierra de Washington. En 1889, en un artículo titulado Vindicación de Cuba, al dar respuesta a las calumnias que sobre los cubanos lanzaba el diario The Manufacturer, de Filadelfia, en un artículo titulado ¿Queremos a Cuba?, Martí recordará este hecho.

 “Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el país de los libres en el interés de los enemigos de la libertad. Obedecer como soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir–estos hombres de diez y ocho años, estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color de aceituna—de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; murieron como esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a volar una cabeza, o de una vuelta de la mano, arrodillar a un toro. Estos cubanos “afeminados” tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln.”

En noviembre la muerte tocaría por primera vez a la puerta de su casa. Martí sufre la pérdida de su hermanita María del Pilar, cuando esta casi cumplía los seis años. Acaso bajo el recuerdo de esa pequeña fue concebido uno de los personajes más conocidos de cuantos él creó: Pilar, la niña buena de Los zapaticos de rosa.  

Por esta época, el maestro Mendive, en vista de la falta de recursos y las incomprensiones familiares en el hogar del discípulo, obtiene de Don Mariano el permiso para costearle a Pepe los estudios hasta el grado de bachiller. Más tarde también solicitará al director del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, que señalara una fecha para que el muchacho se presente a los exámenes de admisión, los que finalmente aprueba en septiembre. Para cubrir su afición por el teatro, el joven sirve de mensajero a un peluquero que trabajaba para los actores, lo que le permite asistir a las funciones aunque sólo fuera entre bastidores. También esa afición lo llevará a intentar la traducción de Hamlet, de Shakespeare, la que no concluyó, decepcionado de que un genio como este hablara de ratones en una de las escenas. Traduce entonces A Mistery, del poeta inglés Lord Byron.

A esta edad ya es visible su marcada intención de formarse de manera integral, de forjarse un carácter y una disciplina consciente como arma y escudo contra la adversidad. Comenzaba a entrever la conciencia de su propia valía y con ella la honrada voluntad de no humillar a nadie con su virtud. Sobre este tema escribirá más tarde, cuando ya la vida y las ingratitudes de los hombres le habían herido, a su amigo entrañable, el mexicano Manuel Mercado:

 “En mi tierra, lo que haya de ser será; y el puesto más difícil, y que exija desinterés mayor, ése será el mío. —No me asombro de lo que me ha sucedido. Aunque me duele: ¡sé ya de tan viejo que a los hombres les es enojosa la virtud! Y esto que yo, si tengo alguna, procuro no enseñarla, para que no me la vean: pero obrar contra ella, no puedo:
—Y de esto me viene siempre mal.”

Uno de sus condiscípulos en el colegio San Pablo, en 1901 lo recordará como “...un niño de 14 a 16 años de estatura propia de esta edad, aunque un poco alto, de frente ancha, fruncía algo las cejas, ojos muy vivos y un carácter dulce y apacible, y más que alegría demostraba cierta tristeza, como si siempre le preocupara algo, y a los chistes y bromas de sus compañeros, contestaba siempre, con su sonrisa dulce que infundía respetuoso cariño hasta a los de mayor edad. —Ya en esa edad componía versos, que se los corregía Mendive.”  Este retrato, hecho por un compañero de aula con las primeras luces del nuevo siglo, cuando aún su nombre no alcanzaba la estatura inmensa que hoy posee, nos revela la manera responsable y consciente con que asumió Martí su propia formación no solo como estudiante, poeta o intelectual, sino sencillamente y sobre todo como Hombre, que es la más grande de las tareas humanas. 

El de 1867 es un año de triunfos académicos para el joven Martí. En junio obtiene calificación de “sobresaliente” en el examen de Principios y ejercicios de Aritmética, gana el premio de esta asignatura con el desarrollo del tema “La teoría de los quebrados”. Aprueba por asistencia y aprovechamiento la asignatura Doctrina Cristiana e Historia Sagrada; recibe la máxima calificación en los exámenes de Gramática Castellana y Gramática Latina; presenta exámenes de oposición en estas asignaturas y obtiene ambos Premios con las tesis “Teoría y clasificación de las figuras de dicción. Si son necesarias y en caso de serlo determinar cuáles son esos casos”, y “El verbo sum nos da la teoría de la conjugación de todos los verbos latinos”, respectivamente. 

Matricula en la clase de dibujo elemental en la Escuela Profesional de Pintura y Escultura de La Habana, conocida como San Alejandro, de donde causa baja  un mes después, aunque su afición por las artes plásticas no lo abandonará nunca y lo convertirá en un asiduo visitante de museos y exposiciones, y en un agudo crítico de arte.

El 28 de enero de 1868, cumple Pepe 15 años. Está prácticamente bajo la tutela de Don Rafael. Su padre, Don Mariano, orgulloso de los resultados alcanzados por el muchacho en la escuela, no ha vuelto a interferir en sus estudios, aunque de vez en vez, cuando las dificultades económicas oscurecen a la familia, le reprocha la ayuda que pudiera estar prestando a la magra economía hogareña en lugar de perseguir aspiraciones letradas.

En busca de la comprensión necesaria, el joven se refugia en la casona de Prado 88, donde Mendive se esfuerza por crear, más que un sitio de instrucción, un seminario cívico, un cálido hogar espiritual en el que los estudiantes se sientan como hijos. Pocos como Pepe necesitan más de este cariñoso entendimiento, y lo devuelve de la manera en que mejor le es posible: estudiando con voluntad y entusiasmo y velando con celo por las tareas que el maestro le encomienda.

El 26 de abril, aparece publicado en el periódico El Álbum, de Guanabacoa, que dirigía Manuel Nápoles Fajardo, hermano de El Cucalambé, su poema “A Micaela”, dedicado a la esposa de Mendive con motivo del fallecimiento del pequeño hijo de estos, Miguel Ángel.  Años después recordará cómo el maestro “puso a escribir al más querido de sus discípulos, y decía en cartas sencillas: Mi hijo Miguel Ángel ha muerto: invito a mis amigos a que concurran a su entierro. —”

En junio alcanza la calificación de sobresaliente en la asignatura Principios y ejercicios de Geometría, y un mes después recibe la máxima puntuación en el examen de Geometría descriptiva. Dos meses más tarde obtiene también las más altas calificaciones en Gramática Castellana y Gramática Latina.

La agitación política que padecía la Isla, azuzada por la intransigencia y aún por el abuso despótico del poder por parte de las autoridades españolas, alcanza su clímax, y la conspiración de los cubanos es casi abierta en todo el país, principalmente en Oriente, el  Camagüey y Las Villas.

La falta de derechos políticos y de libertades ciudadanas de los cubanos, unido a la corrupción imperante en todas las escalas de la administración colonial que obligaba a pagar sumas increíbles como soborno a los funcionarios por cualquier gestión oficial, hacía que se viviera como en un país ocupado por un ejército enemigo, donde los soldados y los voluntarios imperaban y los demás debían acatar, sin murmurar, las arbitrarias y humillantes decisiones de los gobernantes.

Pero dejemos que sea el propio Martí, que años más tarde escribirá sobre ello, quien nos muestre el ambiente que reinaba entonces:
  
“¿Quién no conoce nuestros días de cuna? Nuestra espalda era llagas, y nuestro rostro recreo favorito de la mano del tirano. Ya no había paciencia para más tributos ni mejillas para más bofetones. Hervía la Isla. Vacilaba la Habana. Las Villas volvían los ojos a Occidente. Piafaba Santiago indeciso. “¡Lacayos, lacayos!” escribe al Camagüey Ignacio Agramonte desconsolado.
Pero en Bayamo rebosaba la ira. La logia bayamesa juntaba en su círculo secreto, reconocido como autoridad por Manzanillo y Holguín, y Jiguaní y las Tunas, a los abogados y propietarios de la comarca, a Maceos y Figueredos, a Milaneses y Céspedes, a Palmas y Estradas, a Aguilera, presidente por su caudal y su bondad, y a un moreno albañil, al noble García. En la piedra en bruto trabajan a la vez las dos manos, la blanca y la negra: ¡seque Dios la primera mano que se levante contra la otra! No cabía duda, no; era preciso alzarse en guerra.”

En la mañana del 10 de octubre, el abogado Carlos Manuel de Céspedes, lanza el grito de independencia en su ingenio La Demajagua, libera a sus esclavos y los invita a luchar junto a él por la libertad de Cuba. El general Bartolomé Masó, Segundo Jefe del Ejército Libertador, rememora aquel instante supremo de nuestra dignidad, en el informe que envía a Céspedes, redactado tres días después del alzamiento:

“Como a las diez del día nos encontrábamos congregados en aquel Ingenio sobre quinientos patriotas; mandados a formar por el Gral. en Gefe se dio ¡El grito de Independencia! enarbolándose el estandarte que la simboliza, a cuya sombra prestaron todos el juramento solemne de vencer o morir, antes que volver a ver hollado el suelo de la Patria, por ninguna de las tiranías.”

De este momento sublime de Céspedes, escribirá Martí:

“Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro. ¡Tal majestad debe inundar el alma entonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella!”

Ha comenzado, no solo el alzamiento en armas de los cubanos contra el oprobioso régimen colonial de España, sino los Cien Años de lucha por alcanzar la liberación definitiva de nuestra Patria. 

El año 1868 finaliza con el traslado de Don Mariano en el mes de noviembre hacia Batabanó, donde ha encontrado trabajo como celador de policía para el reconocimiento de buques en el puerto. Allí conocerá al catalán José María Sardá, contratista de las canteras de San Lázaro.

Capítulo IV

La casa del maestro Mendive, como te he explicado, era además de colegio, centro cultural por excelencia, donde se daban cita importantes personalidades de la cultura habanera de la época. En las tertulias de Mendive oyó Martí de Heredia, de Bolívar, de Lincoln, y seguía atento la situación de guerra que vivían el oriente y parte del centro del país.

Mientras, en el Instituto de La Habana los jóvenes siguen con entusiasmo los triunfos de los patriotas orientales, se leen poemas clandestinos y aumentan los choques entre los hijos de los criollos, llamados “bijiritas” y los hijos de españoles, apodados “gorriones”. Martí, pese a ser hijo de un español, milita entre los bijiritas, y toma parte en esas contiendas juveniles, además de asistir a las tertulias de Mendive y a las reuniones que con frecuencia se hacían en la concurrida acera del café El Louvre, próximo al teatro Tacón, en el centro mismo de la villa de San Cristóbal de La Habana, convertida en virtual prisión vigilada por policías y voluntarios. El 12 de enero, ante el avance de las fuerzas españolas, la ciudad de Bayamo es incendiada por sus propios habitantes, un símbolo de la decisión de los cubanos de no rendir las armas sino con la victoria o la muerte. Este hecho enardece aún más a los patriotas de la ciudad, quienes se sienten capaces de sacudir el oprobioso yugo colonial.

Una semana después, Martí publica su primer artículo periodístico en el único número que saldría a la luz de El Diablo Cojuelo, un periódico editado por su amigo Fermín Valdés Domínguez. En este artículo viene ya planteada la disyuntiva que marcará su vida: “O Yara o Madrid”. De aquí la preocupación de su familia, sobre todo de su madre, Doña Leonor, al tener lugar el 22 de ese mes los sucesos del Teatro Villanueva.

El 21 de enero, durante una función de los Bufos de La Habana, en el circo-teatro Villanueva, se dan vivas a Cuba, a Céspedes y a la independencia, entre los aplausos de los concurrentes, en su mayoría criollos partidarios del 10 de octubre. Alertados los cuerpos represivos de la tiranía, al día siguiente se preparan para arremeter contra los participantes en las funciones que se realizarían en beneficio de unos “insolventes”, que no eran otros que los patriotas de la manigua. Las mujeres vestían en sus trajes de manera significativa los colores azul, rojo y blanco, de la bandera de Céspedes.

Durante la puesta en escena de la obra El perro huevero, un actor grita “¡Viva la tierra que produce la caña!” y de inmediato se escucharon vivas a Cuba Libre, a Céspedes y a los patriotas, al tiempo que el teatro se convertía en un verdadero campo de batalla ante la feroz arremetida de los voluntarios, apostados oportunamente en todas las salidas. El enfrentamiento se extiende por calles, plazas, y placeres aledaños. La ciudad es un hervidero y la crueldad de los soldados y voluntarios españoles no tiene límites. Años después Martí recordará en sentidos versos esta noche horrenda:

“El enemigo brutal
Nos pone fuego a la casa:
El sable la calle arrasa,
A la luna tropical.

Pocos salieron ilesos
Del sable del español:
La calle, al salir el sol,
Era un reguero de sesos.

Pasa, entre balas, un coche:
Entran, llorando, a una muerta:
Llama una mano a la puerta
En lo negro de la noche.

No hay bala que no taladre
El portón: y la mujer
Que llama, me ha dado el ser:
Me viene a buscar mi madre.”

Así encontró Doña Leonor al joven Pepe, alistando para la mañana siguiente el único número que habrá de publicar de su semanario democrático-cosmopolita La Patria Libre, en el que verá la luz su poema épico dramático Abdala, que en una de sus estrofas expresa:

“El amor, madre, a la patria
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca;-
Y tal amor despierta en nuestro pecho
El mundo de recuerdos que nos llama
A la vida otra vez, cuando la sangre,
Herida brota con angustia el alma;-
¡La imagen del amor que nos consuela
Y las memorias plácidas que guarda!”

Las ideas que llevaron a Pepe a hacer pública esta declaración de principios provocan un enfrentamiento con su padre, que teme por la vida de su único varón. Pero el joven no transige en sus sentimientos, antes se acentúan al calor de los hechos que acontecen.

El 28 de enero, cuando Pepe cumplía 16 años, es apresado el maestro Mendive, a raíz de los sucesos del Villanueva, por los cuales es llevado a juicio y más tarde condenado a cuatro años de confinamiento fuera de la isla. En prisión, junto a la visita de su esposa doña Micaela, recibe la de su discípulo.

Por estos días suponemos que haya escrito su soneto ¡10 de Octubre!, publicado en un periódico manuscrito El Siboney, que circulaba entre los estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza.

No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.

Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza, y tímido se aterra.

De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza
Degrada y mancha horrible cobardía.

Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!

Ante la creciente situación revolucionaria que vivía el país, el gobierno clausura el colegio San Pablo, y Martí solicita su traslado para el Colegio Nacional y Extranjero de San Francisco de Asís, que aunque se le concede no llega a realizarlo e interrumpe sus estudios. Las incomprensiones con la familia, especialmente con Don Mariano, hacen que se quede a vivir con sus amigos Eusebio y Fermín Valdés Domínguez. Ha encontrado trabajo como empleado en una oficina, donde de seis de la mañana hasta las ocho de la noche gana cuatro onzas y media que entrega a su padre, como ayuda a la economía familiar. 

En mayo el maestro Mendive embarca hacia España a cumplir su condena, de allí escapará a Francia y luego se dirige a Nueva York, reside en Nassau durante algunos meses de 1875 y regresará finalmente a Cuba en 1878, después del Pacto del Zanjón.

A inicios de octubre una escuadra de voluntarios pasa frente a la casa de los Valdés Domínguez y provocan un incidente alegando que han sido burlados por los jóvenes que allí estaban. Eran Fermín y Eusebio Valdés Domínguez, Manuel Sellén, Atanasio Fortier  y Santiago Balbín. Todos fueron detenidos por la noche, registrándose la casa de Fermín y Eusebio, en la que se encuentran periódicos y cartas de tendencia separatista, una de ellas firmada por José Martí, dirigida al cadete Carlos de Castro y de Castro, antiguo condiscípulo suyo, llamándolo apóstata e incitándolo a desertar de las filas españolas. En este momento el celador de policía que realiza la instrucción no repara en el contenido de la carta. Por eso Pepe no es detenido. Horas más tarde, todos son remitidos a la Cárcel Nacional.

El día 9 un funcionario se percata del contenido de la carta y se ordena apresar al autor como un enemigo declarado de España. Pepe entra en la Cárcel Nacional acusado por el delito de infidencia.

Luego de más de cuatro meses en prisión, son juzgados por un Consejo de Guerra y Martí es condenado a seis años de presidio, Eusebio Valdés Domínguez y Atanasio Fortier  a la deportación, y Fermín a seis meses de arresto mayor.

El 4 de abril de 1870 es trasladado al Presidio Departamental de La Habana, que radica en el mismo edificio que la Cárcel, donde lo destinan a la Primera Brigada de Blancos y le asignan el número 113. Tiene apenas 17 años.

“Era el 5 de abril de 1870. Meses hacía que había yo cumplido diez y siete años.

Mi patria me había arrancado de los brazos de mi madre, y señalado un lugar en su banquete. Yo besé sus manos y las mojé con el IIanto de mi orgullo, y ella partió, y me dejó abandonado a mí mismo.

Volvió el día 5 severa, rodeó con una cadena mi pie, me vistió con ropa extraña. Cortó mis cabellos y me alargó en la mano un corazón.

Yo toqué mi pecho y lo hallé lleno; toqué mi cerebro y lo hallé firme; abrí mis ojos, y los sentí soberbios, y rechacé altivo aquella vida que me daban y que rebosaba en mí.

Mi patria me estrechó en sus brazos, y me besó en la frente, y partió de nuevo, señalándome con la una mano el espacio y con la otra las canteras.”

De su experiencia en el presidio político, dejará dolorosa constancia en el escrito que luego publicará en España. Mientras tanto asume con estoicismo y serenidad la dura realidad a que lo han llevado sus ideas y el odio ciego de la tiranía española. En un retrato a su madre, encadenado y vistiendo el uniforme de recluso, escribe:

Mírame, madre, y por tu amor no llores:
Si esclavo de mi edad y mis doctrinas,
Tu mártir corazón llené de espinas,
Piensa que nacen entre espinas flores.   

Esto lo marcará para siempre. Más que el dolor físico que le producen la cadena, el grillete y los palos del brigada, lo martiriza de manera cruel la idea repugnante de cuánto puede degradarse un hombre hasta convertirse en una fiera. El presidio y lo que él representa, se tornan para el joven que aceleradamente se convierte en adulto, en la negación de la idea de Dios y de lo humano.

“Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas.
Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás.”
  
Tras numerosas gestiones de sus padres, es cambiada su prisión por el destierro, y el 13 de octubre llega a Isla de Pinos, donde será acogido bajo la protección del catalán José María Sardá, amigo de su padre como ya habíamos visto. En la finca El Abra, propiedad de la familia Sardá, vivirá poco más de dos meses. En este plazo puede recuperar algo su salud gracias a las esmeradas atenciones de la dueña de la casa y lo acogedor del paisaje: la sierra, el mar, los árboles, los verdores perennes que rodean Nueva Gerona. También podrá leer al menos dos textos fundamentales: Los Miserables, de Víctor Hugo y La Biblia. Mucho hay del espíritu de los Evangelios en el tono con que escribe El Presidio Político en Cuba, para denunciar en el mismo corazón de la metrópoli, profundamente religiosa, las crueldades que en el nombre de  Dios y de España se cometían en las colonias de ultramar. Y en su voluntad de regeneración del hombre, está el espíritu noble y altivo de Jean Valjean, el personaje del escritor francés.    

En diciembre regresa a La Habana, y desde allí sale al destierro el 15 de enero de 1871, a bordo del vapor Guipúzcoa, donde también viaja el teniente coronel español Mariano Gil de Palacios, comandante del presidio, a quien Martí denuncia al segundo día de navegación, delante de los pasajeros, como responsable de esos crímenes. Poco le importa ir desterrado a España, ni las implicaciones que pudiera traerle su denuncia, considera un deber señalar al criminal y así lo hace, porque a pesar de sus pocos años, ya ha llegado a la conclusión de que ver en calma un crimen es cometerlo.

En febrero desembarca en Cádiz, y pronto está en la capital española. Desde su llegada a Madrid, contacta con el cubano Carlos Sauvalle, a quien conocía de La Habana, y que había sido deportado el año anterior.

Es de suponer que en El Abra, había comenzado a escribir sus memorias del presidio, porque el 24 de marzo, apenas un mes después de su llegada, el periódico La Soberanía Nacional, de Cádiz, publica su artículo Castillo, que será reproducido por varios periódicos españoles y en julio, por La República, un diario independentista editado en Nueva York, con una nota introductoria en la que se elogia al joven autor desconocido, pues aparece firmado solo con sus iniciales: J.M.

Matricula  en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid, y se inscribe en el Ateneo, donde tiene, por una cuota mínima, acceso a libros y salas de estudio. Su afán por saber no conoce fatigas. Puesto en la disyuntiva que él mismo planteará luego acerca de que cuando se es honrado y se nace pobre, no hay tiempo para ser sabio y rico, elige ser sabio, pues el saber es la mayor riqueza, la que nadie puede arrebatarnos, la que no se nos pierde en ningún sitio, la que no podrán negarnos nunca y que una vez comenzada siempre crece, hasta el último día de la vida. Esta es la mejor herencia que podamos dejar a nuestros descendientes y a nuestra época. Martí lo sabía, por eso emplea sus escasos recursos en abrirse los caminos del saber, y cuando tiene algunos pesos no los emplea en remendar sus botines maltrechos, sino en comprar buenas copias de pinturas célebres y libros útiles. Llegará incluso a solicitar empleo a cambio de quedarse con algunos libros que considera necesarios a sus labores. Nunca tendrá libros lujosos, ni siquiera los que hubiera deseado, sino solo aquellos que le servirán para ser útil y para ganarse a la vez el pan y la honra.

Unos meses después publica El Presidio Político en Cuba, que será una contundente denuncia de los horrores del presidio en las colonias españolas. Este texto le atraerá a Martí el aprecio de muchos cubanos y latinoamericanos que en distintos centros de emigrados de Europa y América lo leerán, y años más tarde conocerán a su autor. Solo dos casos te menciono: el mexicano Manuel Mercado y el cubano José María Izaguirre.

El 27 de noviembre de 1871 son fusilados en La Habana ocho estudiantes de Medicina, inocentes de los cargos que les imputaban, acusados sin pruebas, víctimas del odio y la impotencia de los voluntarios españoles ante los triunfos de los mambises en los predios de Cuba Libre. Este propio mes, Martí es operado por primera vez de la dolencia causada por el grillo y las cadenas del presidio. Dolencia que no lo abandonará jamás.

Al año siguiente llega a Madrid su amigo Fermín Valdés Domínguez, desterrado por los acontecimientos relacionados con los estudiantes de Medicina, y Martí lo recibe. El 27 de noviembre, en el primer aniversario de aquel bárbaro asesinato, aparecerá al amanecer madrileño, pegado en las puertas de las iglesias y de los principales establecimientos públicos, aquel padrón de ignominia escrito por Martí y firmado por Fermín y Pedro J. de la Torre, ambos  vinculados al caso de los estudiantes. Al año siguiente para el libro que Fermín publica denunciando el crimen de los estudiantes fusilados en 1871, escribe Pepe su treno “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”.

Cadáveres amados los que un día
Ensueños fuisteis de la patria mía,
Arrojad, arrojad sobre mi frente
Polvo de vuestros huesos carcomidos!
¡Tocad mi corazón con vuestras manos!
¡Gemid a mis oídos!
¡Cada uno ha de ser de mis gemidos
Lágrimas de uno más de los tiranos!
¡Andad a mi redor; vagad en tanto
Que mi ser vuestro espíritu recibe,
Y dadme de las tumbas el espanto,
Que es poco ya para llorar el llanto
Cuando en infame esclavitud se vive! 

Al ser proclamada la república española, Martí exige de sus dirigentes el reconocimiento de Cuba como república, pero al ser cínicamente despreciada esta petición, publica en febrero su escrito La república española ante la Revolución Cubana. En este texto, refuta los insostenibles argumentos de los republicanos españoles sobre “la Madre Patria” y “la integridad del territorio”, y enuncia su más preclaro concepto de Patria.

“Y no constituye la tierra eso que llaman integridad de la patria. Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza. Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.”

De este folleto enviará a Nueva York algunos ejemplares, acompañando una carta que dirige a Néstor Ponce de León, miembro de la Junta Central Revolucionaria de aquella ciudad, en la que expresa su disposición de colaborar en lo que esté a su alcance por la independencia de Cuba.

Se traslada a Zaragoza, ciudad española donde encuentra mejores condiciones para sus estudios, y aires más favorables para su salud. Allí amará a una bella joven, Blanca de Montalvo.

“Para Aragón, en España
Tengo yo en mi corazón
Un lugar todo Aragón,
Franco, fiero, fiel, sin saña.

Si quiere un tonto saber
Por qué lo tengo, le digo
Que allí tuve un buen amigo,
Que allí quise a una mujer.”

El año 1874 comienza convulso para España. El general Pavía da un golpe de estado y disuelve las Cortes, entregando el poder al general Serrano. Los republicanos de Zaragoza se revelan contra este hecho y levantan barricadas. Se pelea en las calles, la sangre republicana corre por el suelo aragonés. Martí conoce de los hechos por boca de Simón, un negro cubano que participa en las luchas callejeras y sale a salvo manchado de sangre. La sublevación es sofocada a sangre y fuego. Martí pronunciará un discurso en la velada que se celebra en la ciudad para recaudar fondos para los familiares de los caídos en defensa de la República.

Mientras tanto su familia se ha trasladado a vivir en la capital mexicana, para poder reunirse con el hijo proscrito. Concluye sus estudios y obtiene el grado de Bachiller en Artes, en el Instituto de Zaragoza, y el de Licenciado en Derecho Civil y Canónico, de la Universidad aragonesa. En octubre obtendrá el de Licenciado en Filosofía y Letras. Sin embargo, no puede obtener ninguno de los dos certificados por no poseer el dinero que requiere este trámite. Hubo que esperar más de cien años para que esos certificados llegaran a Cuba, pues no será hasta 1995, cuando se cumplía el Centenario de su caída en combate, que serán entregados al gobierno cubano esos valiosos documentos, que hoy se exhiben en el Memorial que lleva su nombre, en la Plaza de la Revolución.

Terminando el año 1874, va a Madrid para preparar el viaje a México, donde lo espera su familia. De aquí viaja a París. Allí conoce al poeta Auguste Vacquerie, amigo del escritor Víctor Hugo, a quien posiblemente es presentado en esta ocasión. A fines de diciembre sale en un vapor del puerto francés Le Havre, con destino a Southampton, Inglaterra, de aquí va a Liverpool y a bordo del vapor Céltic viaja a NuevaYork, adonde llega el 14 de enero de 1875. Luego de una semana en esta ciudad, parte en otro vapor, City of Mérida, rumbo a Veracruz, con escala en La Habana, en la que permanece aproximadamente dos días sin bajar del barco. Solo el deseo de ver a los suyos mitiga el dolor de estar en la bahía habanera, a unos metros de la casa donde nació, y no poder caminar por las calles que tanto añora.

Llega a Veracruz y viaja por ferrocarril a Ciudad México, donde lo esperan su padre y quien será su “hermano queridísimo”, el mexicano Manuel Mercado. También lo espera la noticia de la muerte, el 5 de enero pasado, de su hermana preferida, Ana.

Pronto comienza su vida pública. Es presentado por Mercado al director de La Revista Universal, importante diario de literatura, política y comercio. El 2 de marzo aparece en sus páginas la primera crónica de Martí. Este mismo mes La Revista comienza a editar como folletín encuadernable, su traducción de Mes Fils, de Víctor Hugo, regalo que había recibido a su paso por Francia y que le proporcionó deliciosas lecturas a bordo del Céltic, durante su travesía trasatlántica.

Manuel Mercado lo introduce en los círculos literarios e intelectuales de la capital mexicana, donde es bien acogido. Por esta fecha también conocerá a una bellísima joven que sirve de musa a los románticos poetas de la ciudad: Rosario de la Peña, apodada “Rosario la de Acuña”, por ser de voz común que su desdén había sido el motivo del suicidio del poeta Manuel Acuña. Martí también es atraído por la hermosura mexicana. A ella dedicará encendidas declaraciones, sin que esta cediera ante el ardor del joven cubano:

“En ti pensaba yo, y en tus cabellos
Que el mundo de la sombra envidiaría.
Y puse un punto de mi vida en ellos
Y quise yo soñar que tu eras mía.”

Pronto se hará socio del Liceo Hidalgo, importante centro cultural de esta ciudad, donde participa en el debate sobre “La influencia del espiritismo en el estudio de las ciencias en general”. Ante representantes del positivismo y el espiritismo, el joven cubano expresa su convicción más honda: “Yo estoy entre el materialismo, que es la exageración de la materia, y el espiritismo, que es la exageración del espíritu.” De esta manera dejará sentada la filosofía que regirá su vida: la de la relación, que más tarde llamará Ley del Equilibrio, y dirá de ella que es la gran ley estética, la ley matriz y esencial.
  
También en tierra azteca le sale al paso a las ofensas que recibe la causa de Cuba por los diarios pro españoles. En un punto de su polémica con el diario La Colonia Española por la oposición de este a la Revolución Cubana, expresa: “Ya que no puedo por mi mal, ir a combatir al lado de los que defienden la independencia de mi patria, no fuera honrado permitir que, donde pueda yo responderlas, quedasen sin cumplida respuesta afirmaciones gratuitas y vulgares.”

Mucho pudiéramos hablar, Elpidio, de los días mexicanos de Martí. Pero eso lo dejo a tus indagaciones. Solo te diré que su estancia en esa tierra le marcó para siempre. Allí conoció por sí mismo el drama del indio americano y la contradicción del proceso independentista iniciado en 1810, pues los habitantes primigenios de América seguían tan explotados como en la colonia. También conocerá de las ambiciones y la prepotencia de los Estados Unidos, en su afán de apoderarse de una parte de México. Alertando de este peligro escribió páginas que hoy guardan total vigencia, pues las ansias de dominio del norte, en lugar de ceder, han crecido de entonces acá. Y en lo personal, aquí conocerá a quien será su esposa y madre de su hijo, la cubana María del Carmen Zayas-Bazán Hidalgo, natural del Camagüey, mujer noble y bellísima.

Elpidio se incorporó sin dejar de mirar a un punto fijo, más allá del horizonte, luego volviéndose hacia el anciano, dijo:
— ¡Nada de esto lo hubiera imaginado!
—    Pero así fue —respondió el viejo, mientras la punta de su paraguas hacía trazos en el piso del parque. Nadie nace héroe, el hombre ha de construir sobre su estructura biológica al ser humano que debe llegar a ser, y de un hombre bien hecho puede nacer el héroe si las condiciones y la voluntad se lo permiten. Martí lo supo pronto, por eso dijo que ser hombre es en la tierra dificilísima y rara vez lograda tarea.

El muchacho caminaba en círculos delante del Abuelo Andrés, que lo miraba con los ojos risueños de quien sabe que está despertando al mundo un alma nueva.

Capítulo V

El Abuelo Andrés dejó que Elpidio se quedará un momento consigo mismo, y al cabo lo tocó por el brazo con el paraguas:

Ven, siéntate, déjame explicarte por qué se va de México donde tan bien se había sentido hasta ahora, y en cuyo suelo había encontrado no solo la amistad y comprensión de buenos y distinguidos hombres, sino también el amor de una bella mujer.

Martí sale de México como protesta a la rebelión militar del caudillo Porfirio Díaz, que iniciada en enero de 1876, derrota en noviembre de ese año al presidente Sebastián Lerdo de Tejada, sucesor del Benemérito de las Américas, Benito Juárez. Martí considera un crimen el proceder del general Díaz, y aterrado, en el artículo Alea Jacta Est, publicado en El Federalista, escribe su visión del drama injusto e innecesario que han desatado la ambición de un caudillo y la irresponsabilidad de los hombres:

 “Treinta mil hombres, acaso más, combatirán en la próxima campaña; rodarán de una montaña, se extenderán en un llano, se cruzarán los ayes con las balas, los pensamientos de los hombres morirán bajo los cascos de los caballos, los hombres se encontrarán como las olas, y se extenderán luego en espuma y en círculos de sangre; y después del fragor, de los infernales gritos, de la matanza bárbara, de las sangrientas olas, ¿flotará solo sobre el mar de oscura púrpura un hombre triunfador y sonriente, feliz estatua en pedestal de mexicanos?”

Y parte rumbo a Guatemala, dejando en pie el compromiso de volver para casarse con Carmen.

En el trayecto pasa por Cuba, entre enero y febrero de 1877, adonde entra como Julián Pérez, usando su segundo nombre y su segundo apellido, para no ser más que lo necesariamente hipócrita. Aquí prepara el regreso de su familia desde México.

El 24 de febrero sale de Cuba, vía México, hacia la tierra del Quetzal, la hermosa Guatemala, adonde llegará luego de un azaroso viaje a través de las islas y las cordilleras “sobre la más pequeña, rebelde y mal intencionada mula que vio nunca la montaña de Izabal.”

Ya en la capital visita al bayamés José María Izaguirre, constituyentista de Guáimaro, amigo de Céspedes, y ahora director de la Escuela Normal de Guatemala, quien lo conocía por sus escritos y otras referencias, como ya te conté.

Aquí, al igual que en México, es presentado a los círculos intelectuales en los cuales causó gran impresión por su inteligencia, modales y capacidad oratoria. Escribe en un solo día a solicitud del gobierno, un drama sobre la independencia de Guatemala, al que titula Patria y Libertad. Sin embargo, sus concepciones de la libertad son tan radicales que la obra no se lleva a escena.

Conoce al presidente de la República, General Justo Rufino Barrios, caudillo militar simpatizante de la ilustración y del progreso, pero que gobierna el país como si fuera su propiedad particular. En sus escritos se refiere a los nuevos Códigos aprobados por las autoridades, como un avance en materia de derecho y jurisprudencia. En su afán de divulgar las riquezas de aquellas tierras y ofrecerles cuanto ha podido conocer de Europa, anuncia su intención de publicar la Revista Guatemalteca, proyecto que finalmente quedará frustrado.

Es nombrado catedrático de Literatura francesa, inglesa, italiana y alemana, así como de Historia de la Filosofía, en la Universidad de Guatemala. Es aceptado como miembro de la Sociedad El Porvenir, que reúne a lo más selecto de la intelectualidad del país. Imparte a su vez clases gratuitas de redacción en la Academia de Niñas de Centroamérica, que dirige Margarita Izaguirre, hermana de José María. Allí tendrá como una de sus alumnas a la joven María García Granados, hija del expresidente de la república, general Miguel García Granados. El recuerdo de esta jovencita es lo que motivará años más tarde, sus versos conocidos como La niña de Guatemala.

No obstante, su éxito creciente le atrae el celo de ciertas personas, quienes escriben en hojas sueltas calumnias e insultos sobre el cubano, y lo llaman Doctor Torrente, tratando de ridiculizar sus dotes oratorias.

Cumpliendo la palabra empeñada, Martí regresa a México en noviembre, para celebrar sus bodas con Carmen. Para ello había solicitado, desde su llegada, permiso a Izaguirre para hacer este viaje. Llega a la capital mexicana el 11 de diciembre y el matrimonio se realiza el 20. Apenas unos días después parte de regreso a Guatemala, acompañado de su esposa y una escolta.

El año 1877 despide a Martí y a Carmen atravesando las montañas mexicanas. Y así mismo lo recibe el nuevo año, enfermo, sobre la Sierra Madre Occidental y escribiendo por el camino su libro Guatemala, que enviará por partes a Manuel Mercado para su publicación. 

Ya el 15 ha reiniciado sus clases en la Escuela Normal. Al mes siguiente se publica en México su libro, a la vez que se expande por el mundo la noticia del Pacto del Zanjón en Cuba. Diez años de lucha heroica han terminado de manera oprobiosa para los cubanos, derrotados por sus propias divisiones y desórdenes más que por las fuerzas españolas. Un mes después un hecho vendría a reivindicar el honor herido de la revolución: la Protesta de Baraguá, que protagoniza el general Antonio Maceo el 15 de marzo de 1878.

La hostilidad que ha encontrado Martí en las esferas oficiales desde su regreso lo hace pensar en irse del país. Lo dejan sin algunas de sus cátedras, y en otras no le permiten entrar a sus alumnos. En marzo escribe a Mercado sobre esta situación: “Se han explotado mis vehemencias, y ocultado mis prudencias: se ha pintado mi silencio como hostilidad: mi reserva como orgullo: mi pequeña ciencia como soberbia fatuidad. Es una guerra de zapa en la que yo, soldado de la luz, estoy vencido de antemano.—”

En abril, Izaguirre es despojado de su cargo de director, víctima de las mismas intrigas y celos con que atacaban a Martí. En solidaridad con su amigo, presenta el joven maestro su renuncia a las cátedras que atiende en la Escuela Normal, aún contra la voluntad de Izaguirre que trata de impedirlo. Decide irse a Honduras o a Perú, pues como escribirá a Mercado:

“Con un poco de luz en la frente no se puede vivir donde mandan tiranos.—¿Qué mal les he hecho? Explicar Filosofía con sentido, a par que nuevo, mesurado; explicar Literatura; dar conferencias sobre el estado actual de las Ciencias Naturales; publicar un libro en que con amor y calor, para ellos nuevos, revelo sus riquezas desconocidas; escribir un drama sobre su independencia el día mismo en que me lo pidieron, y anunciar un periódico en que intentaba hablar aquí de Europa y hablar a Europa de ellos.”

Como si fuera poco el sufrimiento, el 10 de mayo muere la joven María García Granados, y su muerte resulta un gran duelo en la sociedad guatemalteca.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

Ya en junio tiene firmemente decidido irse al Perú, pero las presiones de sus padres y esposa, lo obligan a tomar la decisión más dolorosa: regresar a Cuba, oprimida aún por la bota de España, luego de diez años de lucha en la manigua.  A Mercado le confiesa sus penas más íntimas, pues se siente capaz de devolver el fuego perdido a la causa independentista, y en vez de eso, dice:

 “¡Volveré ahora como una oveja mansa a su rebaño!—¡Ahora que tenía casi terminada, con el amor y ardor que Vd. me sabe, la historia de los primeros años de nuestra Revolución!—¡Había revelado a nuestros héroes, escrito con fuego sus campañas, intentado eternizar nuestros martirios. Con minucioso afán, había procurado enaltecer a los muertos y enseñar algo a los vivos. Ningún detalle me había parecido nimio. Todo lo hacía yo resplandecer con rayos de grandeza:—de su eterna grandeza.— ¡Y esta obra noble y filial de un espíritu libre, irá ahora clavada como un crimen en el fondo de un baúl!—Mucho he de padecer en una tierra donde no puede entrar semejante libro.”

En julio parte hacia Cuba vía Honduras. Llegan a La Habana a bordo del vapor Nuevo Barcelona, el 31 de agosto de 1878. Se cumplían cinco meses, dos semanas y un día de la Protesta de Baraguá.

En octubre está envuelto de nuevo en labores conspirativas, respondiendo al llamado hecho por el Comité Revolucionario de Nueva York. El 22 de noviembre nace su hijo, al que todos los cubanos le han llamado siempre Ismaelillo, por el título que le da Martí al libro de versos que dedicados a él escribe en 1881. El nombre verdadero del niño es José Francisco Martí y Zayas-Bazán.

Para entonces ya ha comenzado a escribir sus “encrespados Versos Libres”, sus “endecasílabos hirsutos”.

Es elegido, a inicios de 1879, Secretario de la sección de literatura del Liceo de Guanabacoa, donde su amigo Nicolás Azcárate es el presidente. Azcárate le ha dado ubicación en su bufete, y allí conoce a quien será uno de sus principales colaboradores en las labores revolucionarias: el periodista mulato, hijo de esclavos, Juan Gualberto Gómez.

Es célebre el discurso pronunciado por Martí en la velada solemne realizada en el Liceo de Guanabacoa, con motivo de la muerte de su amigo Alfredo Torroella. Las constantes referencias a la “Patria”, enardecían a unos, dejaban perplejos a otros, a algunos atemorizados. Pero al final quedó consagrado como “el águila naciente de nuestra tribuna”, según lo saludaban las gacetillas al día siguiente.

Del bufete de Azcárate, Martí se traslada en marzo para el de otro cubano, Miguel F. Viondi. Allí lo continuará visitando Juan Gualberto. La conspiración contra España se aviva cada día, y desde oriente recorren la isla emisarios de Flor Crombet, Mayía Rodríguez y otros, que entusiasmados desde Nueva York por el general Calixto García, y desde Jamaica por Antonio Maceo, están dispuestos a lanzarse otra vez contra el régimen colonial. En La Habana la actividad aumenta, y Martí y Juan Gualberto están en el centro de los acontecimientos.

En una velada convocada por el periodista Márquez Sterling, pronuncia un discurso en el café El Louvre. En él dejará explícito que “Para rendir tributo, ninguna voz es débil; para ensalzar a la patria, entre hombres fuertes y leales, son oportunos todos los momentos;”  y al celebrar el valor del homenajeado, sentencia: “El hombre que clama vale más que el que suplica…; los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan.”  Sin embargo, la parte más difícil es aquella en que el orador, refiriéndose a la política cubana dice que si esta busca la solución urgente y radical de los problemas del país, “por soberbia, por digna, por enérgica, yo brindo por la política cubana. Pero si, entrando por senda estrecha y tortuosa, no planteamos con todos sus elementos el problema, no llegando por tanto a soluciones inmediatas definidas y concretas; si olvidamos como perdidos o deshechos, elementos potentes y encendidos; si nos apretamos el corazón para que de él no surja la verdad que se nos escapa por los labios; si hemos de ser más que voces de la patria, disfraces de nosotros mismos; si con ligeras caricias en la melena, como de domador desconfiado, se pretende aquietar y burlar al noble león ansioso, entonces quiebro mi copa: no brindo por la política cubana.”  Y se dice que uniendo el acto a la palabra, rompió su copa contra la mesa del banquete ante el asombro de los concurrentes.

La noticia corre como pólvora y a las pocas horas ya es de conocimiento del Capitán General Ramón Blanco, quien indaga acerca del joven tribuno, y decide conocerlo por sí mismo asistiendo a la velada que ofrecerá el Liceo de Guanabacoa al violinista cubano Rafael Díaz Albertini. En este discurso, Martí vuelve a referirse a la patria de forma tan vehemente, que al retirarse del lugar el Capitán General expresa que no pensó nunca que tales cosas fueran dichas delante de él, y que pensaría que Martí es un loco, pero un loco peligroso.

Su actividad conspirativa no cesa, ni tampoco su labor cultural que le permite realizar lo que él llamaba la “siembra de almas” entre los cubanos. Pero esto no pasa inadvertido para el gobierno colonial que lo vigila. El 17 de septiembre es detenido en su casa mientras almuerza con Juan Gualberto, y conducido a la estación de policía de Empedrado y Monserrate. En los ocho días de prisión recibe la visita de más de trescientas personas, y el 25 de este mes, cuando sale deportado a Ceuta por orden del Capitán General, van a despedirlo a bordo del vapor Alfonso XII más de cincuenta amigos.  

El paso de Martí por España en esta segunda ocasión es digno de estudiarse, Elpidio, porque muchos fueron los factores que influyeron en su posterior destino. Es una lección de dignidad la que nos da una vez más el joven cubano, cuando no acepta las proposiciones que le hace, entre otros, el general Arsenio Martínez Campos, el “Pacificador” de 1878, que es entonces Ministro de Ultramar.

En diciembre se traslada furtivamente a Francia, de donde parte hacia los Estados Unidos desde el puerto Le Havre en el trasatlántico Francia.


   


         Capítulo VI

Desembarca en Nueva York el 3 de enero de 1880 y de inmediato entra en contacto con los revolucionarios cubanos. Seis días después lo designan vocal del Comité Revolucionario Cubano, y el 16 asiste a la primera reunión en casa del general Calixto García, Jefe del Comité.

La primera aparición pública de Martí tiene lugar el 24 de enero, cuando pronuncia su discurso conocido como “Lectura en Steck Hall”, por el lugar donde se reunieron los emigrados a escucharlo. El discurso es un examen objetivo de la realidad cubana y sus relaciones con España. Al propio tiempo es un análisis de los factores que condujeron al Pacto del Zanjón que puso fin a la Guerra de los Diez Años. Sus reflexiones impresionan al auditorio por la amplitud y profundidad con que se han realizado, y por la elocuencia del discursante. Este texto se publicará en forma de folleto con el título de “Asuntos Cubanos”.

En marzo llegan a Nueva York su esposa y su hijo. Carmen le había escrito desde el Camagüey letras hirientes después de la deportación, y él procura restañarlas trayéndolos cerca.

Este mismo mes, asume la presidencia interina del Comité Revolucionario Cubano, cuando el general Calixto García parte hacia Cuba para ponerse al frente del nuevo intento insurreccional que se conocerá en nuestra historia como la Guerra Chiquita, por su relativamente breve duración si la comparamos con la Guerra Grande, que duró diez años.

Todas sus actividades están bajo la vigilancia de detectives de dos agencias de inteligencia norteamericanas contratadas por el gobierno español: la Pinkerton´s Nacional Detective Agency, y la Davie´s Detective Agency, una suerte de abuelas del actual Buró Federal de Investigaciones (FBI).

En esos días sufre también de otros dolores: los del alma incomprendida. A Manuel Mercado le confiesa por carta sus diferencias políticas con la esposa, que no entiende sus luchas: “Carmen no comparte, con estos juicios del presente que no siempre alcanzan a lo futuro, mi devoción a mis tareas de hoy.” Ella se preocupa por el futuro de su familia, él por el de la patria, no puede traicionarse a sí mismo. En carta íntima a su amigo Viondi, confiesa su angustia de ver cómo las convenciones sociales obligan al hombre a ir contra su propia naturaleza. Carmen, como tantos otros, lo cree también un fantasioso; él confiesa: “Lo imposible es posible. Los locos somos cuerdos”. Y añade lapidario: “Aunque yo, amigo mío, no cobijaré mi casa con las ramas del árbol que siembro.” 

En octubre Carmen y José Francisco volverán a la Isla otra vez, dejándolo solo de nuevo. Se refugia en el trabajo, en la amistad que le ofrecen varias familias cubanas y especialmente en un acontecimiento que viene a aliviar su soledad: en noviembre nace María, la hija del matrimonio de Manuel Mantilla y Carmen Miyares, en cuya casa de huéspedes Martí se aloja desde los primeros días de su llegada a la ciudad. El 6 de enero de 1881 participa como padrino en la ceremonia de bautizo de la pequeña a quien llegará a querer como a su propia hija.

 Dos días después parte rumbo a Venezuela, la patria de Bolívar. Sabe que el tiempo es también un excelente médico de almas. Mientras aquí es necesario que transcurra, él va a su encuentro en otro sitio, porque dejar pasar el tiempo no quiere decir perderlo. Para él la paciencia no es sinónimo de inactividad. La vida tiene infinitas facetas, mientras unas reposan otras pueden andar. El hombre nunca puede detener su marcha porque la existencia es demasiado incierta y breve, y no debe sorprendernos su fin sin haber dejado hecha sobre la tierra la labor que cada uno se ha impuesto.  

Un anochecer, a mediados de enero, llegó a Caracas, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuenta él mismo en La Edad de Oro, que solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua que parecía que se movía como un padre cuando se le acerca un hijo.

Su vocación por enseñar hace que un mes después ya esté impartiendo clases de Gramática Francesa y de Literatura en el colegio Santa María, y en marzo establece una cátedra de Oratoria en el Colegio Villegas, de Guillermo Tell Villegas. Al propio tiempo su labor social y literaria es fecunda. Colabora en La Opinión Nacional y en julio publica el primer número de La Revista Venezolana, un viejo sueño editorial latinoamericano que no pudo realizar en Guatemala

En este mismo mes muere en Caracas el destacado intelectual venezolano Cecilio Acosta, hombre honesto y sabio al que Martí y la juventud universitaria caraqueña visitaban asiduamente, y cuya honradez le agenció la enemistad y el ensañamiento del presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco.

A fines de julio circula ya el segundo número de La Revista, en el que aparece lo que se considera el manifiesto del modernismo en América, su editorial “El carácter de La Revista Venezolana”. Además recoge un elogioso artículo dedicado a Cecilio Acosta. Cuando lo leemos no podemos menos que pensar en cuánto de sí mismo puso Martí en el gran venezolano: “Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres; se le dará gozo con serlo.”

  Esto le atrae la furia del dictador Guzmán Blanco, quien envía a su edecán a comunicarle al cubano que debe abandonar el país en 24 horas. Se despide de sus lectores y de sus amigos en carta que envía al director de La Opinión Nacional, Fausto Teodoro de Aldrey. Devuelve el dinero de los suscriptores y hace su declaración de principios: “De América soy hijo; a ella me debo. Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, esta es la cuna…Déme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo.”

La estancia en Venezuela ha ejercido notable influencia en su americanidad iniciada en México y continuada en Guatemala. Descubre lo que más tarde expresará en su ensayo Nuestra América: que el problema de la independencia no estaba en el cambio de formas sino en el cambio de espíritu, porque la colonia continuaba viviendo en la república.

Llega otra vez a Nueva York y comienza a enviar sus correspondencias a La Opinión Nacional de Caracas, donde aparecen bajo la firma de M. de Z. Estas correspondencias obligan a Martí a estudiar a fondo la sociedad norteamericana, y descubre entre los chispazos deslumbrantes de una riqueza aparente, la podredumbre que corroe el hueso de aquella república que viene de más a menos porque ha convertido al dinero en la principal motivación de sus ciudadanos. Triunfar a cualquier precio, he ahí la clave de la existencia en aquellas ciudades apiñadas, repletas de inmigrantes que junto a la pobreza traen consigo el odio y el rencor que ella suele producir, y la envidia enfermiza del bienestar ajeno.  

Numerosas publicaciones continentales le solicitan sus colaboraciones al agudo observador y original escritor. La juventud intelectual americana busca en esos escritos la referencia de una manera nueva de decir, pintando imágenes con palabras que sugieren las tonalidades más insospechadas. Algunos de los consagrados, como el argentino Domingo Faustino Sarmiento expresará que, en español, nada hay parecido a las salidas de bramidos de José Martí, y después de Víctor Hugo nada ofrece la Francia de aquella resonancia de metal. El tiempo de ese periodismo no ha llegado, pues los paradigmas fueron apartados y sustituidos por otros menos comprometedores. No era aquel un periodismo de goma y tijeras, ni era el periodista un mero amplificador, cuando no tergiversador, de los acontecimientos, sino un crítico, entendido como alguien que ejerce el criterio, y un criterio orientador. Algunos, como Martí, eran mucho más que eso: eran educadores.

En 1882 verá la luz su poemario Ismaelillo, escrito en los días venezolanos. El prólogo es un reflejo de su estado de ánimo: “Espantado de todo me refugio en ti. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud…” Una verdadera profesión de fe en la existencia humana, más allá de tristes realidades y conmovedoras experiencias.

Es también el año del rompimiento con algunas publicaciones con las que mantenía correspondencia, debido en lo fundamental  al malestar que ocasionaban sus agudas críticas a la sociedad norteamericana, y la censura o apremios a que lo querían someter sus propietarios para preservar intereses privados. Prefiere romper con esas vías de ayudar a su subsistencia ayudando a la vez a educar a nuestros pueblos, que caer en compadreos indignos. Por sus estudios en el libro de la vida había aprendido que no pueden decirles la verdad a los hombres quienes les reciben la carne y el vino. Por lo tanto, ni carne ni vino si queremos tener criterio libre para defender la verdad y la justicia. 

Comienzan otra vez entre los cubanos los preparativos para una nueva revolución contra España, y Martí tiene parte en los trabajos. El 20 de julio escribe al general Máximo Gómez sobre las labores que se venían desarrollando, y la oportunidad de organizar a todos los patriotas que querían la independencia de Cuba, en un partido revolucionario capaz de organizar los esfuerzos para hacer con éxito la guerra, ante el descrédito del partido autonomista y la amenaza siempre latente de los partidarios del anexionismo, que creían que con esta solución salvaban a la par sus fortunas y conciencias. Una carta similar es enviada al general Maceo.

Como parte de las labores conspirativas sostiene reuniones con varios emigrados como Cirilo Villaverde, el autor de nuestra mejor novela costumbrista: Cecilia Valdés; recauda fondos, junto a Villaverde, Salvador Cisneros Betancourt y otros, para gestionar la libertad de José Maceo, hermano de Antonio, detenido por las autoridades inglesas en Gibraltar al escapar de su prisión en Cádiz, y devuelto a los funcionarios españoles, violando los tratados internacionales de asilo político. Este caso tuvo tal trascendencia, que hasta pensadores como Marx y Engels se refirieron a él.

El año de 1883 se caracteriza por su intensa labor periodística sobre todo en la revista La América, de Nueva York. Trae a su padre junto a él, lo cual le produce una alegría inmensa, pues viéndole de cerca, y tratándole a diario, llega a conocer mejor la entereza de aquel carácter y la sensibilidad de su espíritu. Ya sobre esto había escrito a su hermana Amelia en 1880: “Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca. Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. El nunca ha sido viejo para amar.”

En marzo, en una de sus Cartas a La Nación, de Buenos Aires, traza un perfil bastante certero de Carlos Marx a propósito de la muerte de este y los diversos homenajes que le rindieron los trabajadores en los Estados Unidos, y en el mundo. “Ved esta sala: la preside, rodeado de hojas verdes, el retrato de aquel reformador ardiente, reunidor de hombres de diversos pueblos, y organizador incansable y pujante. La Internacional fue su obra: vienen a honrarlo hombres de todas las naciones.”  Critica Martí, sin embargo, la manera violenta en que los anarquistas, diciendo interpretar el pensamiento del sabio alemán, demandan su justicia. En esta parte se suele hacer más énfasis que en el resto del escrito, donde el cubano no le escatima elogios y reconocimientos al Prometeo de Tréveris: “Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. (…) Aquí están buenos amigos de Karl Marx, que no fue sólo movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien. El veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha.”

En julio pronunciará un memorable discurso en homenaje al Libertador Simón Bolívar. Al reseñar para La América esta celebración, describe: “Regocijaba ver juntos, como mañana a sus pueblos, a tanto hijo de América, que con su cultura, entusiasmo viril y nobles prendas de hombre le adornan. Eso fue la fiesta: anuncio. Eso ha sido en toda la América la fiesta. iOh! ¡de aquí a otros cien años, ya bien prósperos y fuertes nuestros pueblos, y muchos de ellos ya juntos, la fiesta que va a haber llegará al Cielo!”

El 10 de octubre Martí pronuncia otro discurso con motivo del alzamiento en La Demajagua, en el que hace énfasis en la necesidad de alcanzar la unidad indispensable para el triunfo definitivo sobre España.

Desde inicios de 1884 los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo han concebido un nuevo plan para lanzar la isla a la revolución, y para organizar a los hombres y recabar los fondos que necesitan se trasladan a los Estados Unidos. Llegan en agosto a la ciudad de Nueva Orleáns, donde se establecen, y el primero de octubre están ya en Nueva York. Al día siguiente reciben entre otras la visita de Martí, en el hotel de Madame Griffou, donde residen los generales. A partir de entonces sus visitas serán continuadas.

El 10 de octubre vuelve a pronunciar otro discurso en honor a la fecha patria. Funda junto a otros patriotas la Sociedad Cubana de Socorro, que será la cubierta oficial de una entidad para recaudar fondos para el plan Gómez- Maceo.

El sábado 18 de octubre, conversaba con los generales en el hotel donde éstos se hospedaban. Ya estaba decidido que él fuera, bajo la guía de Antonio, a México, donde pensaban recaudar fondos para la causa. Gómez estaba contrariado por varios motivos; uno era la poca disposición de muchos cubanos que se habían comprometido antes a colaborar con los recursos financieros en caso de organizarse una nueva campaña independentista en Cuba, y ahora que se les solicitaban respondían con aplazamientos y evasivas. Apesadumbrado el general anota en su Diario que tal parece que solo los cubanos pobres son los únicos dispuestos al sacrificio, pues sólo uno había entregado 50 pesos para la revolución. Los días pasaban y los resultados no eran los esperados.

El otro asunto era un baño que desde hacía una semana había mandado preparar sin conseguirlo. En medio de este estado de ánimo del general, Martí, que no podía estarse quieto ni callado, hizo un comentario sobre ciertas gestiones cuando llegaran a México —tengamos en cuenta que había vivido allí y tenía grandes e influyentes amigos—; pero Gómez, de pie con la toalla al hombro, esperando que le avisaran para tomar el baño solicitado, lo interrumpe bruscamente y le espeta, ríspido, que se limitara a lo que decían las instrucciones, que por lo demás el general Maceo sabrá lo que deba hacerse.

Martí trata de explicar que él no había querido atribuirse ninguna facultad, pero el héroe de Las Guásimas le deja las palabras en el aire al llegar el empleado del hotel a avisarle que su baño estaba listo.

Quedan solos Maceo y Martí. El silencio es espeso. Maceo trata de explicar que el general es muy celoso con la disciplina y la organización del plan concebido, y que no había que tomarlo a mal, porque su idea era sincera y su amor a Cuba probado. Martí no responde, queda ensimismado, ráfagas de recuerdos inundan su mente: México, la rebelión militar del general Porfirio Díaz, el asesinato de la legalidad; Guatemala, el totalitarismo del general Justo Rufino Barrios, su manera de gobernar la república como un coto privado; Venezuela, el despotismo ilustrado del general Antonio Guzmán Blanco, su atropello al talento insumiso del noble Cecilio Acosta. ¡No! No era esto lo que quería para Cuba. Era preferible verla esclava de extraños que de sus propios hijos. Calla y sufre. Cuando regresa Gómez, se despide Martí afable y cortés, según el propio general. Maceo comenta: “Este hombre, general, se va disgustado con nosotros.” Gómez no se inmuta.

El 20 de octubre, ya calmados los ánimos pero aún herido el sentimiento,  escribe al general que ha salido de su casa con una impresión tan penosa, que ha debido dejarla reposar dos días para que su respuesta no fuera fruto de una ofuscación momentánea. Y se duele por tener que decir esas verdades a un hombre que cree sinceramente bueno y digno de los honores que se le tributan y de otros muchos, pero la verdad ha de salir al paso a todo lo que pueda afectar la felicidad futura del pueblo cubano. Por ello expresa su “determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.
Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento;”

Chocan dos concepciones. La de los generales está fundamentada en los errores civilistas y las indisciplinas que acarrearon la anarquía entre las filas insurrectas en la Guerra Grande y la última intentona del 79. La de Martí, en su experiencia vivencial del retroceso sufrido por las repúblicas nacidas del proceso independentista de 1810, a causa en lo fundamental de los caudillos militares y las oligarquías, cuyas mezquinas ambiciones obraron el triste milagro de mantener viva la colonia en el interior de la república.   Respecto al caudillismo se mostrará siempre atento al menor indicio de ambiciones personales. Años más tarde hará explícito este sentimiento al aseverar que “es nuestro pueblo nuestro corazón, que no hemos de querer que nos lo engañen ni nos lo destrocen: a nuestro pueblo, el pueblo de nuestras entrañas, que no hemos de convertir, por un empeño fanático, en foro de leguleyos ineptos o en hato de generales celosos, o en montón de cenizas.”

Gómez se duele de perder a un hombre como Martí. Anota al dorso de la carta una impresión pesarosa. El Maestro se impone un voto de silencio, no puede hablar en público sin expresar sus reservas respecto a aquel plan; tampoco puede hacer labor de zapa, Cuba está por encima de todo y quién sabe si por aquellos medios imperfectos podría llegarse también a la independencia. Por eso elude las invitaciones que recibe para hablar a los emigrados en Filadelfia y otras comunidades, “porque es mejor dejarse morir de las heridas, que permitir que las vea el enemigo.”  Esta será una máxima en su vida: no sobreponer jamás los intereses personales a los de la patria. En tal sentido llegará a decir: “Yo soy un comino. Haré lo que mi tierra me mande. Y jamás se podrá decir que la impedí por mi aspiración o mi capricho.”

En noviembre participa como espectador en un mitin que presiden Gómez y Maceo. Habla Antonio Zambrana, constituyentista de Guáimaro, quien al percatarse de la presencia de Martí comienza a fustigar con palabras insultantes a quienes no apoyan el plan insurreccional. Dice Zambrana que los que así actúan no usan pantalones sino saya. Martí, como un bólido, se dirige a la tribuna, solicita la palabra. Gómez le dice que espere a que termine el orador en turno. Al cabo, Martí sube a la tribuna; comienza despacio, pidiendo a los jefes mambises que se preserven para intentos mejor organizados, pues considera que sus vidas y su experiencia son muy valiosas para la causa de Cuba. Al finalizar, baja, se enfrenta con Zambrana y le espeta en la cara: “Sepa usted que no solo no puedo usar saya, sino que soy tan hombre que no quepo en mis calzones, y esto que le digo se lo demuestro cuándo y dónde guste, y si es aquí, mejor.” Y cuentan que se abalanzó sobre el veterano con tal ímpetu, que tuvieron que intervenir varios de los presentes para evitar mayores consecuencias.  

Mientras tanto, para sostenerse económicamente labora en una oficina de comercio donde, dice, es convertirse de corcel en bestia de carga. Jamás permitió que se dudara siquiera de su limpieza respecto a las intenciones que le movían a las labores revolucionarias. No dio lugar a que se pudiera suponer que quería “vivir” de la revolución. Por ello en ocasiones, como esta, se sometió a los trabajos más pesados y menos agradables, pero siempre dignos. Recordemos aquella máxima poética suya, muy ilustrativa: “Ganado tengo el pan: hágase el verso.” 

Durante 1885 su labor periodística aumenta considerablemente. Es una manera de refugiarse de los vientos poco favorables que soplan sobre su vocación de servir a Cuba, y a la vez, le ayuda a vivir modestamente y con dignidad.

A mediados de año una campaña de descrédito sobre su persona procura que sea sustituido del cargo de presidente de la Asociación Cubana de Socorro, al que previamente él mismo había renunciado. Se le echa en cara su aparente indiferencia sobre los asuntos conspirativos en los últimos meses. Martí responde publicando una circular dirigida “A los cubanos de Nueva York”, en la cual los convoca a una reunión en Clarendon Hall para el día siguiente, con el objetivo de dar cuentas de todos sus actos, pues considera que a la patria se le honra tanto con la vida pública como con la privada.

En julio hace pública una carta donde, sin enfrentarse directamente con los organizadores del plan Gómez-Maceo, expresa los peligros que ve en la aplicación de métodos erróneos en las labores revolucionarias, porque “la guerra, dice, no es más que la expresión de la revolución”, poniendo de relieve el hecho de que no era la guerra el fin, sino el medio para  alcanzar “la república cordial” donde vivirían felices los cubanos, por ello enfatiza que en las labores de fundar naciones ha de pelearse “de manera que al desceñirnos las armas, surja un pueblo.”

En septiembre se publica la última parte de su única novela: Amistad Funesta, a la que él catalogó de “noveluca”, escrita en siete días, pero es hoy considerada como una de las obras precursoras del modernismo en América. Pensaba publicarla en forma de libro con el título de Lucía Jerez. Mucho hay en ella de su propia manera de entender el mundo, de concebir la amistad, el amor, el deber, el honor. Martí pone mucho de sí mismo en el personaje de Juan Jerez.  

El año 1886 es fecundo en sus proyectos editoriales americanos, la mayoría de los cuales no llegan a concretarse. Ubica su oficina en 120 Front Street, habitación 13, que será el centro conspirador por excelencia y a la vez asilo de todos los cubanos que pasaban por la gran ciudad en busca de apoyo para la causa o para la familia. Allí, además de sus libros, adornarán las paredes sus cuadros de palmeras, y las imágenes de hombres ilustres.

En noviembre muere su maestro y padre espiritual, Rafael María de Mendive. En una semblanza que escribe a solicitud de su amigo, el cubano Enrique Trujillo, reflejará el carácter entero de aquel cubano puro, de espíritu sensible y alma noble, que supo tallar en sí y en sus discípulos el corazón altivo de la patria; aquel que “de la luz de la noche y el ruido de las hojas fabricaba su verso”; aquel a quien prefería recordarlo cuando al hablar “de los que cayeron en el cadalso cubano, se alzaba airado del sillón y le temblaba la barba.”

Terminando este año, en el que después de tanta sangre y sacrificio, España al fin accede, por conveniencias económicas más que por humanismo o política, a concretar la abolición de la esclavitud decretada en 1880, el  general Gómez, tras varios meses de insuperables contratiempos, algunos de los cuales terminan con la muerte de valiosos líderes como el brigadier Carlos Agüero, Ramón Leocadio Bonachea y Limbano Sánchez, da por concluidas las labores revolucionarias que había emprendido desde 1884. Muchos recordarán entonces las palabras de Martí en la referida carta al general, el 20 de octubre de aquel año: “con la mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores.”

En febrero de 1887 muere en La Habana Don Mariano, a los setenta y un años. A su cuñado, José García, le escribe Martí conmovido: “Yo tuve puesto en mi padre un orgullo que crecía cada vez que en él pensaba, porque a nadie le tocó vivir en tiempos más viles ni nadie a pesar de su sencillez aparente salió más puro en pensamiento y obra, de ellos. ¡Jamás, José, una protesta contra esta austera vida mía que privó a la suya de la comodidad de la vejez! De mi virtud, si alguna hay en mí, yo podré tener la serenidad; pero él tenía el orgullo. En mis horas más amargas se le veía el contento de tener un hijo que supiese resistir y padecer.”

Es grande el golpe, y se refugia una vez más en el trabajo y en la patria. Ya no tendrá el temor de que su padre español pudiera ver en él a un enemigo de su tierra, aunque el viejo alguna vez le dijera que no le extrañaría verlo peleando por su patria, y en otro momento le preguntará que para qué lo había educado sino para que fuera un hombre libre.

En abril es nombrado Cónsul General de la República Oriental del Uruguay en Nueva York, al tiempo que continúa sus labores periodísticas y literarias. Comienzan a sentirse nuevos aires revolucionarios en el espíritu de las emigraciones. Se ha conspirado siempre; se conspira ahora con renovado ímpetu. El 10 de octubre es la fecha escogida por él para explorar el ánimo independentista. Se convoca al homenaje. Presiden la velada hombres de reconocido prestigio y patriotismo. Martí cierra el ciclo de los discursos alegando que los cubanos se emplean a fondo en la labor de “amasar la levadura de república que hará falta mañana” y “no en llevar a nuestra tierra invasiones ciegas”.   

Por esta fecha el periódico argentino La Nación, lo invita a trabajar en Buenos Aires, lo cual rechaza porque, dice, “no puedo ir, con mi tierra sufriendo a la puerta.”  En medio de tantas labores, tiene tiempo para ahondar en el drama social que viven los Estados Unidos. Los sucesos de los anarquistas de Chicago, que darán lugar a la fecha del primero de mayo como día internacional de los trabajadores, son analizados por Martí de manera exhaustiva, y sorprende la claridad y profundidad con que define sus ideas sociales.

“Cree el obrero tener derecho a cierta seguridad para lo porvenir, a cierta holgura y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo de que es factor indispensable, a alguna hora de sol en que ayudar a su mujer a sembrar un rosal en el patio de la casa, a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin bascas. Y cada vez que en alguna forma esto pedían en Chicago los obreros, combinábanse los capitalistas, castigábanlos negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echábanles encima la policía, ganosa siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que le resistía con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre a volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza.”
 
El panorama que pinta con palabras reveladoras nos presenta la triste situación de los trabajadores norteamericanos, víctimas de los capitalistas, los políticos que los adulaban y los cuerpos represivos que defendían sus mezquinos intereses.

“Entonces vino la primavera amiga de los pobres; y sin el miedo del frío. Con la fuerza que da la luz, con la esperanza de cubrir con los ahorros del invierno las primeras hambres, decidió un millón de obreros, repartidos por toda la república, demandar a las fábricas que, en cumplimiento de la ley desobedecida, no excediese el trabajo de las ocho horas legales. ¡Quien quiera saber si lo que pedían era justo, venga aquí; véalos volver, como bueyes tundidos, a sus moradas inmundas, ya negra la noche; véalos venir de sus tugurios distantes, tiritando los hombres, despeinadas y lívidas las mujeres, cuando aún no ha cesado de reposar el mismo sol!”


El ideal socialista, tergiversado en su forma, extrapolado a un contexto diferente, víctima hasta de las malas traducciones, aún distorsionado era tomado como guía por los desamparados.  Ellos no podían, por su escasa o nula instrucción, acceder a las fuentes originales en ruso o en alemán, donde estaba la verdadera teoría científica del proletariado, sin dogmas, sin verdades acabadas, como guía para la acción, como método de interpretación de una realidad determinada.

 Esta reflexión llevará a Martí a identificarse con lo esencial de la idea socialista. Mucho han sido tergiversadas luego sus opiniones al respecto, pero la evidencia no admite discusiones. En la carta que envía a Fermín Valdés Domínguez, en mayo de 1894, le dice:

 “Una cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con que tratas: y tu respeto de hombre, a los cubanos que por ahí buscan sinceramente, con este nombre o aquél, un poco más de orden cordial, y de equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de este mundo. Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por esta o aquella verruga que le ponga la pasión humana. Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: —el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas: —y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados. (…) Pero en nuestro pueblo no es tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de menos claridad natural: explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa. Muy bueno, pues, lo del 1ro. de Mayo. Ya aguardo tu relato, ansioso.”
  
A finales de noviembre llega Doña Leonor a Nueva York. Este suceso se revierte en una evidente felicidad para el desterrado. En carta a Manuel Mercado hace explícita esta afirmación: “Esa es sin duda la salud repentina que todos me notan.”

En el nuevo año es incansable su labor de fomentar hombres y recursos para la guerra próxima, que ya se ve venir como una necesidad inaplazable para el destino de Cuba. El 10 de octubre vuelve a pronunciar otro discurso en honor de la fecha patria, esta vez en el Masonic Temple. “Nosotros somos el freno del despotismo futuro, y el único contrario eficaz y verdadero del despotismo presente. Lo que a otros se concede, nosotros somos los que lo conseguimos. Nosotros somos espuela, látigo, realidad, vigía, consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen. Nosotros no morimos. ¡Nosotros somos las reservas de la patria! Amalia Simoni, viuda de Ignacio Agramonte, está presente en el acto y le enviará luego felicitaciones por sus leales palabras: “Quien tan bien sabe conmover al que lo escucha, arrancará siempre esos aplausos entusiastas que salen del corazón y hacen sentir tan noble orgullo a sus compatriotas y a todos sus verdaderos amigos…”

En marzo de 1889 tiene lugar un suceso trascendental para comprender el proceso de formación de la personalidad íntegra de José Martí. Un periódico norteamericano, The Manufacturer, de Filadelfia, ha publicado ideas muy ofensivas sobre la naturaleza de los cubanos. En las páginas de The Evening Post, donde se han retomado las diatribas infames, Martí le responde con su artículo Vindicación de Cuba. La respuesta es el trazo del “deber ser cubano”, pues el pueblo que nos presenta a partir de unos cuantos nombres ilustres, si bien existía en potencia en las virtudes fortalecidas por la lucha contra el despotismo colonial, no existía en la realidad. Una parte estaba en la colonia, bajo la bota española, y la otra en la diáspora de las emigraciones en Europa y América. Pero Martí ve, no solo al pueblo que es, sino al que puede llegar a ser y será, sin duda, por el valor y la virtud de sus hijos.

Esta característica de Martí es fundamental en un guía de pueblos. Las naciones siempre han tenido esta suerte de profetas, que se han sacado de sus propias entrañas la levadura para hacerlas crecer. Es cierto que nunca llega un pueblo a elevarse hasta la altura que en cada generación le señalan sus prohombres, sus Hombres Magnos, pero también es cierto que cuanto consiguen elevarse, a ellos y a su visión lo deben.   

“Acaba The Manufacturer diciendo “que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española”, y “nuestras mismas tentativas de rebelión han sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se levantan un poco de la dignidad de una farsa”. Nunca se ha desplegado ignorancia mayor de la historia y el carácter que en esta ligerísíma aseveración. Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar “una farsa”. ¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de la libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el  vestir a nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza. ¡Nosotros no teníamos hessianos ni franceses, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino que “extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo” para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia:”
 
Y concluye categórico:

“La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Manufacturer de Filadelfia.”

En julio aparecerá el primer número de la revista La Edad de Oro, dirigida a los niños de América, para enseñarles cómo se debe vivir en estas tierras vírgenes, habitadas por una “raza original, fiera y artística”. Esta publicación será un manantial de preceptos morales transmitidos de la manera más sencilla y bella, además de profunda. Martí sigue el precepto de Don José de la Luz y Caballero, de que la filosofía es el arte de explicar con palabras sencillas problemas muy complejos.

En sus páginas podrán leerse razones como estas: “Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros.” “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía.”  “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que llevan en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se revelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.”

En octubre saldrá a la luz el cuarto y último número de la revista, por desacuerdo entre Martí y el editor que quería que se les enseñase a los pequeños “el temor de Dios”, cuando ya el Maestro había escrito en su versión de La Ilíada, publicada en el primer número, que

“En la Ilíada están juntos siempre los dioses y los hombres, como padres e hijos. Y en el cielo suceden las cosas lo mismo que en la tierra; como que son los hombres los que inventan los dioses a su semejanza, y cada pueblo imagina un cielo diferente, con divinidades que viven y piensan lo mismo que el pueblo que las ha creado y las adora en los templos: porque el hombre se ve pequeño ante la naturaleza que lo crea y lo mata, y siente la necesidad de creer en algo poderoso, y de rogarle, para que lo trate bien en el mundo, y para que no le quite la vida.”

En octubre comienza en Washington la Conferencia Internacional Americana, conocida también como el Congreso de Washington. Martí se mantiene al tanto de este importante cónclave a través de su discípulo, Gonzalo de Quesada, quien funge como secretario de Roque Sáenz Peña, delegado de la república Argentina.

Consecutivas son las crónicas que sobre esta reunión dirige a La Nación, para descifrar ante el lector hispanoamericano las entrañas del congreso, que están, dice, “como todas las entrañas, donde no se les ve.” En una de ellas deja claro el punto cardinal del debate:

“Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles: y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.”

Está asistiendo y alertando del nacimiento de un engendro enclenque y pertinaz que más tarde sería llamado “panamericanismo”, cuya sombra odiosa y multiforme aún nos acecha. En medio de estos debates, Martí alerta a Gonzalo sobre los planes anexionistas que determinados elementos intentan introducir en los debates de la Conferencia.

En diciembre pronuncia su discurso conocido como Madre América, en la velada solemne que ofrece la Sociedad Literaria Hispanoamericana a los representantes de las naciones de nuestra América ante la Conferencia. La pieza es un análisis exhaustivo de la historia y la realidad del continente, desde la formación misma de los “dos factores continentales”: nuestra América y la que no es nuestra. Reconoce el desarrollo material alcanzado por la nación del norte, pero alerta sobre lo dañino del deslumbramiento hispanoamericano y la subestimación de lo propio: “Pero por grande que esta tierra sea, y por ungida que esté para los hombres libres la América en que nació Lincoln, para nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que nadie ose tachárnoslo ni nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es la nuestra y porque ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez.”

El peligro de que la suspicacia yanqui y el atolondramiento momentáneo de nuestros representantes, pudiesen comprometer la independencia y la libertad de las naciones americanas y en especial la de Cuba, le aflige tan grandemente que enferma.

Termina el año retirado de toda actividad, por orden del médico. Sin embargo su labor no cesa. La poesía es, para todos los males, refugio seguro, como la amistad. Lanza en versos el bálsamo poético sobre su alma lacerada por agudos dolores del espíritu. En el prólogo a los Versos Sencillos refleja este momento amargo de su vida:

“Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América? Y la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos; y el horror y vergüenza en que me tuvo el temor legítimo de que pudiéramos los cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria hispanoamericana, me quitaron las fuerzas mermadas por dolores injustos. Me echó el médico al monte: corrían arroyos y se cerraban las nubes: escribí versos.”

El año de 1890 encuentra a Martí imbuido en sus labores de apoyo a los más necesitados. Por estos días concurre a las actividades de La Liga, donde impartirá clases gratuitas a cubanos y puertorriqueños pobres, en su mayoría negros. Allí llevará a veces a la pequeña María, para que les interprete al piano algunas piezas; allí convocará a sus amigos letrados a que impartan conferencias; allí surgirá, del corazón mismo de lo más puro del pueblo, uno de los  títulos con que aún hoy se le conoce: El Maestro.

El incansable trabajo en defensa de los intereses de Nuestra América, junto al creciente prestigio de intelectual hispanoamericano, le ha ganado el respeto de los representantes de esos países en Nueva York; por ello es nombrado cónsul de las repúblicas de Argentina y el Paraguay en esa ciudad.

El 10 de octubre habla otra vez a los cubanos reunidos en Hardman Hall, en conmemoración de esta fecha patria. Arranca dibujando una visión tremenda:

Cubanos:
Otros llegarán sin temor a la pira donde humean, como citando con la hecatombe, nuestros héroes: yo tiemblo avergonzado: tiemblo de admiración, de pesar y de impaciencia. Me parece que veo cruzar, pasando lista, una sombra colérica y sublime, la sombra de la estrella en el sombrero; y mi deber, mientras me queden pies, el deber de todos nosotros, mientras nos queden pies, es ponernos en pie y decir: “¡presente!”

En diciembre el gobierno del Uruguay lo designa como su representante ante la Conferencia Monetaria Internacional, que se iniciará en la capital norteamericana el próximo mes. De su oficina expulsa al cubano José Ignacio Rodríguez, funcionario de la Cancillería yanqui —antiguo maestro del colegio San Pablo, anexionista confeso, aunque ingenuo, según juzga el propio Martí— que ha sido enviado por el Secretario de Estado, Blaine, a hacerle propuestas deshonestas para ganar su opinión en favor del patrón plata, que era la propuesta norteamericana a dicha reunión. El Maestro continuaba siendo insobornable.



Elpidio miraba ensimismado el rostro del anciano, que se transformaba una y otra vez para adquirir la expresión justa de cada emoción que contaba. El arco de las cejas era un constante movimiento, el seño parecía unas veces sereno, como un arroyo, y otras, revuelto como una tempestad.

— Y yo que creía que Martí estaba feliz cuando escribía esos versos. Son tan tiernos que no parecen escritos en medio de esos tormentos que me acabas de contar —comentó el muchacho.
— Pues ya ves. Casi siempre la mejor poesía es la que surge de grandes dolores, o de grandes alegrías, pero siempre de fuertes emociones. Lo otro es lo que Martí llamaba “poesía cerebral”, que se escribe bien desde la razón, pero le falta emoción y eso impide que llegue más hondo en el alma de la gente.


Capítulo VII

Amanece el año 1891 con la publicación de uno de sus escritos imperecederos, precursores, esencia misma de los pueblos que habitan al sur del Río Bravo: Nuestra América. Un análisis minucioso de los factores que conforman la identidad de esta región, y de los males y peligros que le afligen y merman las fuerzas que necesita para desarrollarse, arrancándose de las venas el veneno que tres siglos de coloniaje le habían insuflado.

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar.”

Las guerras y revueltas intestinas que desangran y dividen a América, son expuestas por Martí de manera que parezcan lo que son, crímenes contra la madre mayor, y demanda la necesidad de conocerse mutuamente y de prisa, para evitar las tentaciones egoístas de los vecinos poderosos.

“Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano.”

Todo lo esencial para el futuro próspero y seguro de los pueblos que ama, está en este escrito que te recomiendo leer más de una vez, y tenerlo como medio de consulta. Porque no cabe duda de que un día la unidad será una realidad y debemos evitar a toda costa que ocurra otra vez lo que ya ocurrió a la Gran Colombia, aquel proyecto integrador, soñado por El Precursor Francisco de Miranda, y realizado por El Libertador Simón Bolívar, en tiempos en que aún no era posible: que se vino abajo por las miserias de la gente flaca, que no tiene fe en la bondad y nobleza de los hombres, y en el destino superior del género humano. Nuestra América debiera ser una suerte de texto sagrado para nuestros pueblos y, sin embargo, ya ves, es casi desconocido para las mayorías.

El 7 de enero se inaugura la Conferencia Monetaria Internacional Americana, adonde acude Martí en representación del Uruguay luego de hacer varias gestiones para obtener la acreditación. Se alude en ciertos círculos yanquis a la locura de nombrar para tan importante cargo a un poeta. Pero el “poeta”, formando parte de varias comisiones, les destruye el proyecto dominador.

“Toda alteración en una especie de moneda que sirve para comerciar, se ha de hacer en acuerdo con los países que comercian en la moneda de esa especie. La moneda que cubre los saldos de comercio ha de ser mutuamente aceptable a los países que comercian. Ningún país puede aceptar una moneda que no sea recibida, o se reciba con depreciación y desagrado, por los países que le abren crédito y le compran sus frutos. Ningún vendedor puede ofender gratuitamente a sus compradores. Ningún vendedor debe alarmar siquiera a sus compradores.”

Y respecto a la intención norteamericana de constituir una suerte de frente común, Martí afirma primero que:

“A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos. A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se deduce que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. Si se juntan, chocan.”

Y sobre lo de ir contra Europa, que confiere créditos, que surte los mercados hispanoamericanos con mejores precios y productos, que los que pretende exportar para desahogar sus mercados repletos la nación del norte, añade:

“Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno, prefiera al que lo necesite menos, al que lo desdeñe menos. Ni uniones de América contra Europa, ni con Europa contra un pueblo de América.”

El 30 de junio llegan otra vez a Nueva York Carmen Zayas Bazán y Pepito. Pasarán juntos una breve temporada, al cabo de la cual y sabiendo que ya nada queda por hacer en el matrimonio, salvo la educación y el amor por el hijo, Carmen decide, sin que Martí lo sepa, regresar a Cuba junto a su familia, y para ello recaba la ayuda de un amigo de la familia, el cubano Enrique Trujillo. El cónsul viendo una posibilidad de causar daño al líder revolucionario, despacha de inmediato la comisión y resuelve los trámites.

De manera que no es hasta que se han ido, que él sabrá del abandono de su familia y la traición del amigo. En medio del dolor, Martí expresa que a Jesús lo crucificaron una vez, pero a él lo crucifican todos los días. La amistad con Trujillo se rompe al punto de que, pasado el tiempo y en medio de las constantes labores patrióticas, algunos amigos quisieron lograr un acercamiento entre ellos, a lo que Martí respondió que sus vidas serían en lo adelante como las paralelas de un ferrocarril, que van juntas en la misma dirección —refiriéndose a las labores revolucionarias— pero sin cruzarse jamás.

El 10 de octubre pronunciará un discurso en la reunión de los patriotas para conmemorar de la fecha.

“Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo; aquellos propietarios regalones que en la casa tenían su recién nacido y su mujer, y en una hora de transfiguración sublime, se entraron selva adentro, con la estrella a la frente; aquellos letrados entumidos que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la toga tentadora al caballo de pelear; aquellos jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la fortuna salieron arrebatados de jubilo celeste, a sangrar y morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres; aquéllos son carne nuestra, y entrañas y orgullo nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura.
¡Y todo el que sirvió, es sagrado!”

Ante las quejas del cónsul español al gobierno uruguayo por las expresiones de Martí, representante de aquel gobierno en Nueva York, este renuncia al día siguiente a dicho consulado, y también renunciará por esta fecha a los de Argentina y Paraguay, para no verse atado por razones de diplomacia que le impidieran emplearse a fondo en las labores independentistas. Igual renuncia hace a la presidencia de la Sociedad Literaria Hispanoamericana. 

Solo él, en medio de tantas incomprensiones y carencias, podría renunciar a aquellas ocupaciones que le daban a la vez pan, orgullo y oportunidad de servir directamente a nuestras repúblicas americanas.

En noviembre viaja a Tampa y Cayo Hueso, invitado por los emigrados revolucionarios de aquellas ciudades. A Tampa llega el 25 por la noche bajo un fuerte aguacero, pero el agradecimiento de los cubanos al que ha sabido honrarlos con las palabras y los actos, hace posible que aún en esas condiciones se congregue un numeroso público a esperarlo, acompañado de una banda de música.

Al día siguiente se reúne con los principales líderes a discutir acciones concretas de la revolución inevitable. En horas de la noche, en el Liceo Cubano, pronuncia ante un gran auditorio su discurso conocido como “Con todos y para el bien de todos.” La conmoción es general. Nada semejante se había escuchado antes. Martí se emplea a fondo consciente de que hasta allí han llegado no solo los ecos de sus triunfos, sino también calumnias venenosas a las que es necesario golpear con la fuerza de la verdad y apartar con la ternura de la concordia. Puede que todavía queden reminiscencias de su desacuerdo con Gómez en el 84, o de sus diferencias con el brigadier Fernández Ruz, recientemente. Es necesario aunar fuerzas, no apartar ni limitar a nadie, pero sin hacer concesiones.

Inicia solemne y conciliador: “Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantamos sobre ella.”  “Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la estrella, y traigo la paloma, en mi corazón.”  Párrafos enteros descubren su meridiano sentido democrático: “Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e inseguros, ese seria el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre (…)”

Aquella catarata de ideas es recogida en un esfuerzo supremo por un cubano taquígrafo hecho venir desde Cayo Hueso, expresamente para esta labor.

Fue un discurso esencialmente fundador, hecho no solo para organizar la guerra inevitable, sino para preparar, con los acentos finos de la concordia y el cariño, el ánimo republicano de los cubanos. Sin embargo, hay miedos que es necesario deshacer con energía. El miedo al español, el miedo al negro, el miedo a los caudillos militares. Martí los va desarmando uno por uno. Y un miedo más, el miedo a las tribulaciones de la guerra, a los sufrimientos que ella impone. Un libro se ha publicado en Cuba en mala hora. No es un libro malo sino inoportuno. Ni la verdad misma puede ser verdad cuando no es oportuna, cuando no contribuye a la justicia, armonía y paz entre los hombres. Y Martí arremete, con arranque inusual, contra tal libro. Alerta sobre “la gente impura que está a paga del gobierno español”. Es A pie y descalzo, el libro de Ramón Roa, veterano de la Guerra Grande, el mismo que en 1879, durante su segundo destierro, le había tratado de convencer a bordo del vapor que lo conducía a España, de la inviabilidad de la opción independentista; el mismo que ante la obstinación de Martí en tal posibilidad, le había llamado “Cristo inútil”.

Al día siguiente se funda la Liga de Instrucción, homóloga de la que ya existe en Nueva York. Por la noche pronuncia un encendido discurso en la conmemoración del 20 aniversario del fusilamiento de los estudiantes de Medicina en 1871. Sin embargo, su discurso no es amargo; no es en la tragedia de aquel asesinato alevoso en lo que se apoya, sino en su simbolismo como abono de los nuevos tiempos, donde los caídos serían al fin honrados con todos los honores. Habla de la unidad y la victoria, de la seguridad en la virtud cubana para sostenerse como república independiente en el concierto de los pueblos libres; por eso pensaba que lo útil ahora no era andar como el chacal dándole vueltas a la jaula con el odio entre los dientes, sino cantar, “ante la tumba inolvidable, el himno de la vida.” Y para terminar, recoge, como en una postal, una imagen fugaz observada desde el tren que lo llevaba a Tampa: “Rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la hierba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos. Eso somos nosotros: ¡pinos nuevos!”

Al día siguiente, en el acto de despedida que le hacen los emigrados cubanos, se leen las Resoluciones que establecen una unidad de acción en las cosas de Cuba. El aplauso de la multitud declara el acuerdo. Parte a Nueva York.

Los periódicos del Cayo han referido las jornadas intensas vividas en Tampa, y se crea un Comité para organizar su visita a esta ciudad. Se cruzan cartas donde muestra su vehemente deseo de reunirse con ellos. Se le invita. Llega el 25 de diciembre, luego de pasar por Tampa, en unión de una representación de revolucionarios de aquel pedazo de Cuba en tierra extraña.

Los tampeños se han hecho acompañar de una banda de música y han alquilado y engalanado un vapor para que Martí viaje. Los esperan los cubanos orgullosos de tenerlo. Un veterano, compañero suyo en 1880, en el Comité Revolucionario Cubano del general Calixto García, viene a recibirlo: “Abrazo a la revolución pasada”, dice Martí: “Abrazo a la revolución presente”, responde el patriota. Hasta el hotel Duval es la procesión. Allí sobre una silla, pronuncia su primer discurso a los cubanos del Cayo: “Y este cariño obliga al viajero tanto a merecerlo, que es ya medicina en su naturaleza; y ya se alivia la dolencia física y rejuvenecen sus bríos, y se siente doble en su júbilo…” Más tarde, en el banquete que le ofrecen habrá de hablar otras tres veces para la insaciable concurrencia.

Termina el año enfermo de broncolaringitis. A su cabecera están constantemente almas piadosas que le cuidan y fortifican la salud con el cariño y el celo de la patria. “Desde la cama, junto. Aquí me tiene rodeado de una guardia de amor.” —escribe. Recibe visitas, representaciones de la comunidad cubana. Lima prevenciones y disuelve dudas y malos entendidos. Hombres divididos por cuestiones de bando, que llevaban años sin hablarse, se abrazan consternados delante del enfermo.

En los albores del nuevo año de 1893, ha escrito las Bases del Partido Revolucionario Cubano, que son discutidas y completadas entre todos; también escribe los Estatutos Secretos del Partido. Su discurso en el Club San Carlos, el 3 de enero, es considerado por algunos como “evangélico”. Ya los cubanos del Cayo y otros centros de emigrados han comenzado a llamarle El Apóstol de la independencia. Él mismo responderá a ciertas acusaciones sobre derroche de los dineros de la revolución, que no se vivía en francachelas ni en disipaciones, sino con la sobriedad de los Apóstoles.

Luego de varios días de reuniones, discusiones sobre las Bases y los Estatutos del Partido, y de intervenciones suyas en las fábricas de tabaco, donde los obreros requerían su presencia, Martí parte el 6 de enero hacia Tampa. En esta ciudad, durante tres días, presenta, discute y obtiene la aprobación de los Clubes para los documentos que ha traído del Cayo. El 9 sale de regreso a Nueva York.

En esta ciudad encuentra una carta injusta e insolente, resultado de las alusiones que había hecho, en su discurso “Con todos y para el bien de todos”, a la “gente impura que está a paga del gobierno español”. Enrique Collazo, combatiente del 68, ha respondido en nombre de un grupo de veteranos y en especial de Ramón Roa, el autor del libro “A pie y descalzo”. La carta es un insulto a su vida y a su persona. Martí responde desde la altura de su dignidad y de las circunstancias. No lo hace con odio, sino con energía y mesura. Collazo es un patriota, él lo sabe, y no es hora de estar desuniendo voluntades ni enconando espíritus. La carta de respuesta es un examen de su vida al servicio de Cuba: “Creo, Sr. Collazo, que he dado a mi tierra, desde que conocí la dulzura de su amor, cuanto hombre puede dar. Creo que he puesto a sus pies muchas veces fortuna y honores. Creo que no me falta el valor necesario para morir en su defensa.”

Los primeros meses de este año son también fundacionales. Se discuten y aprueban por los clubes revolucionarios neoyorquinos, las Bases y los Estatutos del Partido. El 14 de marzo sale a la luz el primer número del periódico Patria. No aparece su nombre en la redacción, pero no es necesario que aparezca su firma bajo el editorial titulado Nuestras ideas, que es un manifiesto de apoyo a las tesis del Partido Revolucionario Cubano, la prosa chispeante y contundente con que está escrito es inconfundible.

Al cumplirse el 23 aniversario de la Asamblea de Guáimaro, el 10 de abril, es proclamado por las asociaciones de cubanos y puertorriqueños el Partido Revolucionario Cubano. Martí es elegido Delegado; junto a él estará en la dirección Benjamín Guerra, como Tesorero. Gonzalo de Quesada será su secretario personal.

Nacía el partido que diez años atrás había propuesto a Gómez, ante la necesidad de unir a todos los cubanos en una organización que se caracterizara por la honradez y patriotismo de sus miembros, más que por su número. Este acontecimiento marcaría la cumbre del pensamiento político cubano, cristalizado no solo en la herencia de su tradición propia, sino en la experiencia y universalidad del mayor de sus exponentes: José Martí.

Nada ha dado la política cubana de dos siglos, superior a esta síntesis organizativa, social y filosófica, donde se integran sin forzarlos los elementos fundamentales del alma cubana, y lo mejor de cuanto ha producido la humanidad. Cuando luego se traicionó el principio de unidad de los mejores hijos de este pueblo, en beneficio de ambiciones pueriles y pasiones mezquinas, la política cubana languideció y degeneró hasta la infamia, la corrupción y las tiranías.

Desde junio somete Martí a la selección y aprobación de las emigraciones, aquellos militares que habiendo prestado servicios a la revolución anterior, estuvieran dispuestos a prestarlos de nuevo. A estos militares tocaría elegir al que habría de ser su jefe, y comunicarlo a la Delegación, quien se encargaría de encomendarle al seleccionado “la organización militar del Partido”. 

Vuelve a Tampa, visita ciudades del sur, va a San Agustín ante la tumba del Padre Varela, funda clubes, une voluntades. En agosto confirma que las votaciones de los jefes militares han señalado al general Máximo Gómez como jefe militar de la nueva revolución. A finales de este mes sale a recorrer las islas del Caribe. Luego de pasar por Haití, llega a Santo Domingo. El 9 de septiembre llega a la casa de la familia del general Gómez. Dos días después el viejo soldado lo recibe en su finca La Reforma, llamada así por la región camagüeyana donde nació Panchito, en plena Guerra Grande —esos hombres llevaban la patria con ellos adonde iban. Las conversaciones son interminables. El general sede su cama al Delegado: él duerme en la hamaca. Se conocen. Se curan para siempre viejas heridas. El cariño al hermano de ideas es superior a todo mal recuerdo. Tres días duran las pláticas. Al cabo, salen juntos hacia Santiago de los Caballeros. Allí escribirá Martí la carta en que le pide oficialmente al general, en nombre del Partido Revolucionario Cubano, que asuma el mando militar de la revolución, hoy, dice, “que no tengo más remuneración que ofrecerle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres.”  El día 15 Gómez le contesta afirmativamente.

Jamaica será su próximo destino. Visita a varias familias cubanas, entre ellas la del general Antonio Maceo. Conoce a Mariana Grajales y a María Cabrales, esposa de Antonio.

El 13 de octubre parte de regreso a Nueva York. En noviembre vuelve a viajar al Cayo. Explica los resultados de la visita a las islas. Por acuerdo del Cuerpo de Consejo de Cayo Hueso, se celebra el 6 de diciembre el primer Día de la Patria, que consistía en donar los haberes de una jornada a los fondos del Partido para obtener recursos de guerra.

El 14 de diciembre, los residentes cubanos en una parte de la ciudad de Ocala deciden bautizar a su poblado como Martí City. Martí asiste y apadrina la primera boda que allí se realiza. Dos días después llega a Tampa, donde dos cubanos al servicio de España tratan de envenenarlo. Los patriotas temen por su vida, pero la rápida intervención del doctor cubano Miguel Barbarrosa detiene el efecto maligno, aunque las secuelas aún durarán días.

Al poco tiempo, bajo las protestas de sus amigos, recibirá a uno de los asesinos y sostendrá con él una larga charla, al cabo de la cual salió llorando el mal cubano, consciente de la injusticia a la que se había prestado. Ruperto Pedroso, el esposo de Paulina —la noble negra pinareña que le ha cuidado con desvelo, al punto de que se le ha considerado como la “madre negra” de Martí— le comenta al Maestro que ese hombre no merece vivir. Martí le dice que está equivocado, que ese será uno de los primeros en ir a la manigua. Y así fue: el hombre terminó la guerra con los grados de Comandante del Ejército Libertador, y murió en La Habana, en los primeros años de la república neocolonial.

Todavía al iniciar el año de 1893 no se ha recuperado del todo de aquel atentado. Convoca reuniones, mítines, habla con cuantos se disponen a reiniciar la lucha por la independencia. Viaja a varias ciudades: Savannah, Fernandina, Tampa, Cayo Hueso, Ocala, Filadelfia, Atlanta y Nueva Orleáns. En todas partes es recibido con júbilo porque en él va, encendida y creciente, el alma de la patria. Es tal la identificación de las emigraciones con Martí y la confianza que ha inspirado en los nuevos planes revolucionarios, que en mayo le escribe al general Gómez que en apenas tres días de permanencia en el Cayo, ha podido recaudar 30 mil pesos para los fondos del Partido.

En Cuba, mientras tanto, se ha producido un levantamiento anticipado. Los hermanos Sartorio se han alzado en armas en Holguín, y la rebelión ha sido sofocada. Martí denuncia la provocación española para obligar a los patriotas a rebelarse antes de tiempo, y hacer fracasar los esfuerzos organizados por el Partido Revolucionario Cubano para enfrentar con éxito la nueva contienda bélica. Su labor es incesante, sabe que España teme a la acumulación creciente de factores positivos para el estallido insurreccional, y hará todo lo posible para malograrlo. Por esta vez al menos, no lo consigue. La disciplina mayoritaria ha salvado a la nueva revolución de una muerte prematura.

Sin embargo, la calumnia siempre acecha a los que hacen el bien. El árbol alto invita a las pedradas. Ahora se pretende culpar a Martí de los sucesos de Purnio. Martí convoca a los cubanos de Nueva York para el Hardmann Hall, para rendir cuentas de sus actos y desmentir aquella felonía. Antes de entrar al salón, Gonzalo de Quesada le presenta al poeta Rubén Darío, a quien llama “hijo”. Martí, aprovecha la ocasión para presentar ante los emigrados al ilustre poeta y luego del aplauso de la concurrencia pasó de inmediato al tema en cuestión.  Con su palabra y emoción ganó para su causa a los corazones allí reunidos. Nada puede oponerse entre él y su afán de servirle de alfombra a su pueblo. 

Las declaraciones públicas del Partido, hechas con el tacto con que Martí acostumbra, le han ganado mayor prestigio en la isla y entre los emigrados, quienes redoblan sus esfuerzos en contribuir a la guerra.

Volverá a recorrer las islas del Caribe y Centroamérica a mediados de año. Visita a Maceo, quien está dispuesto a secundar los acuerdos que se han tomado. De vuelta en Nueva York, reorganiza los clubes, envía instrucciones, escribe para Patria, orienta, alerta sobre los numerosos peligros que acechan a la revolución. Vuelve a recorrer varias ciudades norteamericanas recabando más fondos para la guerra, compra armas, explica y desmiente exageraciones sobre un nuevo alzamiento en Las Villas. Regresará a Nueva York finalizando el año.

El contubernio hispano-yanqui contra los trabajadores cubanos del Cayo, inicia el año de 1894. Los dueños de la fábrica de tabacos La Rosa Española han importado obreros españoles desde Cuba para romper una huelga de los trabajadores del Cayo en demandas de mejoras. Martí envía a un abogado a defender a los obreros cubanos. Él mismo se traslada a Tampa, a Filadelfia y luego a Washington para contribuir a las gestiones que realiza su abogado; más no considera oportuna su presencia en el Cayo, para no dar pie a que las autoridades españolas y norteamericanas puedan entorpecer los trabajos de organización y preparación de la Guerra Necesaria.

 En abril es ocupado en Camagüey un alijo de armas —escondido en vagones de ferrocarril importados— que Martí ha enviado desde Estados Unidos con el joven Enrique Loynaz del Castillo. El fracaso se convierte en acicate al hacerse público el incidente en las emigraciones.

El general Máximo Gómez llega a Nueva York a principios de abril, acompañado de su hijo Panchito. Las entrevistas entre ellos despejan el camino para la última etapa de preparación de la contienda. A fines de mes Gómez regresa a República Dominicana y deja a Panchito con Martí. Es una gran prueba de confianza y cariño la que le ha dado el general, además de la expresión tácita del acuerdo total que existía entre ellos. Acompañado del hijo del general recorrerá, en mayo, otra vez los principales centros emigrados del sur. Recabará y obtendrá fondos para la arremetida final. De nueva Orleáns saldrán para Costa Rica, a cuya capital llegan el 7 de junio para encontrarse con Maceo, Cebreco y otros patriotas. Luego de un recorrido por Panamá y Jamaica, regresan a Nueva York.

Enseguida vuelve al camino, esta vez solo, Panchito regresará junto a su padre. Él irá a Nueva Orleáns y de ahí a México. En julio está otra vez en la capital mexicana. Llega convaleciente.  Visita a su entrañable amigo Manuel Mercado, en cuya compañía volverá a ver a otros amigos de sus días primeros en aquella ciudad. Solicita una entrevista con el general Porfirio Díaz, presidente de la República, cuya celebración no está confirmada, aunque existen referencias que de alguna manera lo evidencian. Regresa en agosto a Nueva York.

Viaja a la Florida y a Filadelfia en septiembre, y a Tampa en octubre. Nuevas preocupaciones se añaden a las ya existentes en este fin de año. Elementos conservadores o contrarios a la guerra procuran detenerla, alegando la falta de preparación. El Camagüey y Santiago de Cuba son los puntos más preocupantes de esta nueva campaña. Martí escribe a Gómez y a Maceo. Alerta a Juan Gualberto. Llega a Nueva York el Comandante Enrique Collazo, enviado por Juan Gualberto para representar a los conspiradores de la isla. En representación del general Máximo Gómez llega el coronel José María Rodríguez, (Mayía).  El 8 de diciembre Martí firma con estos el Plan de Alzamiento, luego de ordenar el pago de alquiler de los tres vapores y la compra de varios alijos de armas. Estos barcos partirán hacia Cuba desde el puerto de La Fernandina.

Elpidio hizo un gesto de incredulidad; se preguntaba cómo era posible que un hombre pudiera recorrer tanto camino, visitar a tanta gente en tiempos en que no había aviones, ni guaguas, ni más transporte que trenes y vapores. Además, enfermo.
El Abuelo Andrés le sugirió que leyera sobre la vida de El Libertador Simón Bolívar. Él había recorrido tramos inmensos a caballo, y así había liberado cinco naciones. Pero sobre todo tuvo la voluntad suficiente para vencer las numerosas dificultades que le impusieron sus enemigos —no los realistas españoles, sino los propios compañeros de armas. Por eso se llamaba a sí mismo “El hombre de las dificultades”. El propio Martí dijo que “las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen”, y los hombres no pueden ser más prefectos que el sol, que quema con la misma luz con que calienta.
 
 Elpidio se levantó y caminó unos metros hacia un extremo del parque.  Estiró los brazos como si estuviera cansado por la posición que había mantenido mientras escuchaba. El Abuelo Andrés se incorporó también, apoyó su mano sobre el mango del paraguas y avanzó hacia donde estaba el muchacho.

—    ¿Por qué no caminamos un poco, y así puedo contarte algunos de los hechos más importantes ocurridos en el último año de vida de aquel Hombre Magno? —dijo el viejo.
—    ¿Hombre Magno? ¿Qué es un Hombre Magno? —preguntó el muchacho.
—    Para Martí es el hombre superior —explicó el Abuelo. El que más se acerca a lo mejor de lo humano. Es el hombre al servicio de los demás hombres. Para él un hombre superior es el que sabe ser humilde y solidario. Pero vamos a ver qué pasó en el último año de vida del Homagno.
—    ¡Vaya, otra palabra rara! —ironizó Elpidio.
—     No es rara —respondió el Abuelo. Es una palabra creada por el propio Martí, y se refiere al Hombre Magno, que ya te expliqué. La emplea en su poema Yugo y estrella, donde dice: “Flor de mi seno, Homagno generoso”, ¿recuerdas?
—    Sí —respondió Elpidio. Pero dime ¿cómo fue el último año del Apóstol?
—    ¡Bien, vamos! —dijo el viejo.
—    ¿Vamos a hablar caminando?
—    ¡Sí, caminando! —afirmó el abuelo. Como los filósofos de la antigüedad, que explicaban el mundo a sus discípulos caminando con ellos bajo los árboles. A esa manera de enseñar le llamaban escuela peripatética.
— Bien, adelante —dijo Elpidio contento, y avanzaron despacio entre la sombra de los árboles del parque.

Capítulo VIII


 El año de 1895 comenzó muy triste para Martí y los demás patriotas. La traición del coronel Fernando López Queralta hizo que los vapores con las armas cayeran en manos de las autoridades norteamericanas. Había fracasado la expedición de La Fernandina, como se le conoce en la historia de Cuba. Casi todos los fondos del Partido habían sido invertidos en esos alijos de armas, y ya el tesoro estaba exhausto.

Martí se reúne con algunos amigos en el hotel donde se hospeda. Está conmovido. Repite una y otra vez que no ha sido su culpa. Sabe también que ya el Plan de alzamiento está en Cuba y que en cualquier momento habrá que iniciar la guerra que tanto trabajo ha costado organizar. Se hacen gestiones para recuperar las armas y logran hacerlo en algunos casos.

Pasa a la clandestinidad, pues agentes españoles y yanquis lo buscan. No puede darse el lujo de desanimarse. Le escribe al general Gómez explicándole lo sucedido; se muestra irreductible: “yo no miro a lo deshecho sino a lo que hay que hacer”. Escribe a Juan Gualberto para que continúe los trabajos en Cuba. Escribe al general Maceo, explicándole la imposibilidad de mantener lo acordado con él, y le pide que prepare su propia expedición, para lo cual le enviará dos mil pesos. 

El 29 de enero firma la orden de alzamiento junto a Collazo y Mayía Rodríguez. La envían a los principales jefes en Cuba: Bartolomé Masó, en Manzanillo, Guillermón Moncada, en Santiago de Cuba, Francisco Carrillo, que está en Las Villas, Salvador Cisneros Betancourt, en el Camagüey, y a Juan Gualberto Gómez, Delegado del Partido en Cuba.

Sale el 30 de enero rumbo a Santo Domingo. El general Gómez lo recibe el 7 de febrero. Conversan. Martí le explica los pormenores de lo sucedido. Más tarde se trasladan a La Reforma, la finca del general.

El 24 de febrero están en La Reforma. Ese día se produce en Cuba el levantamiento armado que da inicio a la última etapa de la lucha contra España. Muchos lo han llamado el Grito de Baire, cosa que no es totalmente cierta, pues el alzamiento se produce de forma simultánea en varias localidades. Por ejemplo, el general Guillermón Moncada ya estaba prácticamente alzado desde el día anterior en las montañas santiagueras; en Bayate, Matanzas, Juan Gualberto procura temprano pronunciarse, pero es delatado y apresado, al igual que el patriota Manuel García, famoso por su título de Rey de los Campos de Cuba, en su época de “bandido”, pero que luego reivindicó su conducta y sirvió fielmente a la causa de la independencia, también traicionado y asesinado en la madrugada de ese 24 de febrero; en Guantánamo, Periquito Pérez estaba ya clandestino en la manigua. De manera que el alzamiento del 24 de febrero no puede singularizarse con el nombre de una localidad como lo fue el de La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, que también ha sido tergiversado durante mucho tiempo y llamado Grito de Yara, cuando en este poblado tiene lugar realmente el primer combate, pero no fue allí el pronunciamiento de Céspedes, sino en su ingenio.  

La cuestión es que el levantamiento se produce cuando aún los tres líderes principales están fuera de Cuba: Maceo en Costa Rica, y Gómez y Martí en República Dominicana. Muchos de los jefes regionales fueron hechos prisioneros; otros perseguidos y acosados andaban por montañas y maniguas. Si no llegaban pronto a Cuba los jefes principales, la revolución podía perderse.

Martí tenía total claridad de esto cuando el 26, encontrándose con Gómez en Montecristi, recibe la noticia del alzamiento. Escribe otra vez a Maceo, que ha estado insistiendo en la necesidad de que se le envíen cinco mil pesos; Martí le explica que no tiene el Partido esa cantidad, que con los dos mil que le envía debe arreglar la manera de ir él con sus principales jefes, entre los que estaba su hermano José. “A Cuba en una uña, en una cáscara de nuez o en un leviatán”, pero a Cuba de una vez.

En este momento se produce un hecho que tendrá consecuencias posteriores para la revolución.  Ante la realidad de que Maceo no puede organizar una expedición de manera que logre llevar con él a todos los hombres que tiene a su lado, muchos de los cuales habían sido sus soldados en el 68, y luego sus compañeros de infortunio, con los que había empeñado su palabra de no dejarlos atrás cuando llegara la hora, Martí decide que se ponga en manos del general Flor Crombet la organización de la expedición que llevaría a los principales jefes hasta las costas de Cuba.

Sucede que Flor y Maceo estaban retados a muerte desde 1885, por asuntos de organización de aquellos planes de que ya te hablé, pero los padrinos habían decidido que no podían batirse hasta que Cuba fuera libre, porque ambos se debían primero a la patria. A esto súmale que Flor era un oficial de menor graduación y rango que Antonio, por lo que Maceo considera doble ofensa la decisión de Martí y Gómez de subordinarlo a este general. Martí conoce estos detalles, y actúa con el exquisito tacto político que le caracteriza, por eso escribe a Antonio que “ni usted ni yo podemos privar a Flor de prestarle este servicio a Cuba”. Ante la invocación del nombre sagrado de la patria, Maceo acata. La expedición de la goleta Honor llegará el 1 de abril, por Duaba, en las costas del norte guantanamero. Flor morirá en combate en los primeros días, defendiendo el campamento de Antonio del ataque de unos guerrilleros cubanos al servicio de España, conocidos como los indios de Garrido.
Mientras tanto una reunión de Gómez con los jefes más allegados, decide que Martí regrese a Nueva York para continuar el trabajo con las emigraciones. La guerra no puede sostenerse sin la ayuda exterior y nadie como él puede convocar y obtener esa ayuda. Martí, luego de una larga y difícil discusión, acata la decisión disciplinadamente, con la conciencia de que no podía ser él quien causara el más mínimo daño a la unidad de los patriotas.

Gómez relatará más tarde cuánto esfuerzo le costó convencer a Martí de aquella decisión. Sin embargo, todo se viene a tierra para el general. El 9 de marzo un periódico de Santo Domingo, el Listín Diario, reproduce la noticia que ha transmitido en los Estados Unidos el The New York Herald, donde se afirma que Martí está junto al general Gómez en los campos de Cuba. Martí entra como un disparo a la casa levantando el periódico. Parecía que traía en la mano el pasaporte directo a Cuba. Nada pudo ya detenerlo ni ningún argumento convencerlo. Su presencia en la manigua insurrecta era una necesidad política, porque no podría convencer a nadie en las emigraciones sin llevar al menos el premio de haber estado en Cuba Libre y participar  en un combate.

El día 25 se preparan para salir hacia la isla. Dificultades con la contratación de alguna embarcación los obligan a permanecer en Montecristi. Escribe varias cartas de despedida:

A su madre: “El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.”

A Federico Henríquez y Carvajal: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Quien piensa en sí no ama a la patria (…) De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora.”

El más trascendental de los numerosos escritos de este día, es sin duda el que ha pasado a la historia como El Manifiesto de Montecristi, firmado por él, como Delegado del Partido Revolucionario Cubano, y por Gómez, como General en Jefe del Ejército Libertador. Este documento constituye el Programa de la Revolución de 1895. En él están, no solo los objetivos de la guerra, sino las bases de la república cordial que al incorporarse al concierto de los pueblos libres, contribuirá al equilibrio del mundo. “Nos son dos islas las que vamos a libertar; es un mundo el que estamos equilibrando”, había dicho él.

En este documento se lee: “Ordenar la revolución de decoro, el sacrificio y la cultura de modo que no quede el decoro de un solo hombre lastimado, ni el sacrificio parezca inútil a un solo cubano, ni la revolución inferior a la cultura del país, no a la extranjeriza y desautorizada cultura que se enajena el respeto de los hombres viriles por la ineficacia de sus resultados y el contraste lastimoso entre la poquedad real y la arrogancia de sus estériles poseedores, sino al profundo conocimiento de la labor del hombre en el rescate y sostén de su dignidad:—esos son los deberes y los intentos de la revolución.”

Queda explícito su concepto de qué es lo que considera como verdadera cultura: “el profundo conocimiento de la labor del hombre en el rescate y sostén de su dignidad.” Lo otro será a lo sumo pompa de jabón y náusea, sostenida por “hombres de papel”.

En abril, luego de incontables contratiempos y peligros de ser detenidos, logran embarcar en el carguero alemán Nordstrand. En la noche del 11 de abril, el Nordstrand se acerca cuanto puede a las costas cubanas, cuidando de no encontrarse con las cañoneras españolas que las vigilan. Como a las ocho, en medio de un cerrado aguacero, bajan el bote al que saltan los seis pasajeros con los pertrechos bélicos imprescindibles. Quedan solos en medio de la tempestad. Pierden el timón, que reemplazan por un remo. Martí lleva el remo de proa. Al cabo de un rato de agonía ante la posibilidad casi segura del descalabro, enfilan con los revólveres en mano hacia unas luces que ven en la costa. A las diez y treinta de la noche arriban a La Playita, cerca de Cajobabo, en el actual municipio de Imías, Guantánamo. Martí queda vaciando el bote. Luego escribirá en su Diario: “Salto. Dicha grande.”

Se internan en el monte de espinas. Amanecen cerca de un bohío a cuya puerta llaman sigilosos. Gómez es reconocido. ¡Son amigos! Les ayudan con los “jolongos”, cuelan café, se les da de comer. Uno de los seis niños de la casa, Salustiano Leyva, lo describirá más tarde de esta manera:

“Martí era un hombre Chiquitico y lampiñito, de ojos negritos como azabache, que no posaba la mirada. Un hombrecito muy vivo, de mucho ver. Yo creo que él tenía el primero en la fila el día que inventaron los ojos. Estaba que no cabía por cerciorarse cubano igual que nosotros. Era la primera vez que venía a existir a estas lomas, y yo guardo la impresión de que ya hasta los árboles lo conocían.”

Y sobre su carácter, dice que: “Martí no se portaba desdeñoso con nadie; más bien buscaba comprenderle algún saber. Era así. Era un hombrecito que a veces le costaba echar el habla, porque se quedaba, muy detenido, en el sentido de su vista, era su manera, parece, de aquilatar, de meterse por  hondo. Se iba del mundo, y después, de pronto, volvía natural, ahí, alante de uno. Los demás también se fijaban, pero no como Martí. Como Martí ninguno. Nosotros concurrimos a desaparecer, pero Martí no. Mientras haya cubanos Martí va a existir.”

De aquí a la Cueva de Juan Ramírez, a Rancho Tavera, donde se unen a la tropa del comandante Félix Ruenes. El día 15 de abril, al caer la tarde, a una “vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo” se van en fila los militares. Le piden a Martí que los deje solos. Martí describe la confusión y el retraimiento que sintió ante este hecho; luego añade: “A poco sube, llamándome, Ángel Guerra, con el rostro feliz. Era que Gómez, como General en Jefe, había acordado, en consejo de Jefes, a la vez que reconocerme en la guerra como Delegado del Partido Revolucionario, nombrarme, en atención a mis servicios y a la opinión unánime que lo rodea, Mayor General del Ejército Libertador.” Respecto a cómo recibió él, allá en lo íntimo de sí, aquel nombramiento, confiesa: “De un abrazo igualan mi pobre vida a la de sus diez años”.

Luego de incesantes marchas por las montañas baracoesas, y acampadas necesarias y fugaces, pasan por la zona de San Antonio, allí los espera la noticia de la muerte del general Flor Crombet: Martí anota en el Diario: “¡Pero qué triste noticia! ¿Será verdad que ha muerto Flor, el gallardo Flor?”

Llegan el 25 de abril a Arroyo Hondo donde escuchan ruido de combate. Son los soldados del general José Maceo, quien luego de una odisea terrible, se ha puesto al frente de los hombres de la jurisdicción y, enterado de la persecución a que los españoles sometían a los líderes insurrectos, sale a marchas forzadas a su encuentro para evitar un desenlace fatal. Ha llegado José a tiempo a Arroyo Hondo y derrota a los soldados enemigos antes de llegar al improvisado campamento de Gómez y Martí. En el campamento no solo se sienten los disparos, sino que algunos de ellos lo atraviesan y van a clavarse con su ruido seco, en los troncos de los árboles cercanos.

El León de Oriente los recibe con entusiasmo. Grande es el aprecio y el cariño que siente por los dos. A Martí le regala el caballo casi blanco, con que continuará la guerra. En el reposo límpido del campamento, José cuenta ante los amigos asombrados, su odisea por las montañas guantanameras. Gómez le pide a Martí, “que escribe de manera que encanta”, que narre para la historia la hazaña del digno hermano del general Antonio.

Continúan la marcha. A la par que redacta circulares a los jefes de las comarcas en armas, organiza la Asamblea de Representantes que habrá de reunirse en el Camagüey, para dar vida orgánica y republicana a la nueva revolución. Ha enviado comunicación a Antonio Maceo, que está cerca, para concertar una reunión.

Reciben al corresponsal del periódico norteamericano The New York Herald, Eugene Bryson. Sabe como periodista el valor y la fuerza de la información, y además de concederle una entrevista, le escribe un manifiesto para el informativo neoyorquino, que firma en unión del general Máximo Gómez.

El día 4 de mayo recibe comunicación del general Maceo, citándolo para su campamento de Bucuey; sin embargo, cuando al día siguiente se dirigen a este sitio, son interceptados por Maceo, quien con el pretexto de que está en operaciones, los desvía hasta las ruinas del ingenio La Mejorana. No se extrañó el Maestro del saludo ríspido del héroe de Baraguá, cuando lo recibió: “Martí, lo quiero menos de lo que lo quería”, porque lo había subordinado a Flor. Conferencian los dos generales, bajito, cerca de él, y luego lo llaman. Maceo tiene otro plan de gobierno, que quedaría formado por una junta de generales con mando de tropas, y una Secretaría. Martí no puede permitirlo: “la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército, como secretaría del Ejército.” Maceo acepta la idea de la Asamblea de representantes, pero no que cada jefe mande al suyo, sino él mandará los cuatro de oriente; le dice a Gómez que en 15 días estarán con ellos, “y será gente que no me la pueda enredar allá el doctor Martí”. En la mesa del almuerzo se vuelve al asunto. Martí protesta por la manera indiscreta con que se están tratando estos delicados temas a la vista de todos, y no transige en la decisión de deponer su autoridad ante una asamblea que represente al pueblo revolucionario de Cuba: “Mantengo, rudo: el ejército libre,--y el país, como país y con toda su dignidad representado.”  Maceo muestra su prisa por la caída de la noche y el trayecto que debe recorrer. La despedida es más fría que el recibimiento. Se van por rumbos diferentes, hasta “un rancho fangoso”, donde Gómez y Martí duermen “como echados, y con ideas tristes…”     
  
Este es uno de los días más polémicos de la historia de Cuba. Varias generaciones de historiadores han planteado, rechazado y vuelto a plantear tantas hipótesis sobre lo que allí ocurrió, como especialistas de esta rama se han interesado en el tema.

Pero lo cierto es que en la mayoría de esos análisis prima la inmediatez del suceso, se estudia el hecho en sí. Otros han sido más acertados, porque buscan las raíces de esta diferencia en el proceso histórico en que se desenvolvieron los protagonistas hasta llegar a La Mejorana. Sin ese estudio previo, todo acercamiento a la esencia de este debate será fallido. Habrá que recordar, por parte del general Antonio, los descalabros que a la Guerra Grande le trajeron las trabas de la autoridad civil, auque él siempre obedeció disciplinadamente a esa autoridad, no era ajeno a las injusticias y arbitrariedades que se cometían, llevando al fracaso a la organización militar; los acontecimientos que exigieron su actitud intransigente en Baraguá, de la que ha cobrado cada día más conciencia, si bien en los inicios fue considerada por él como un deber patriótico ineludible.   

De Martí, sin embargo, recordaremos sus experiencias con los gobiernos caudillistas de América, que habían convertido en rebaño sumiso a las repúblicas nacidas de la espada de Bolívar: Porfirio Díaz en México, Justo Rufino Barrios, en Guatemala y Antonio Guzmán Blanco, en Venezuela. No era aquello lo que quería el Apóstol para su patria, ni tampoco la arrogancia y la frialdad metálica de la gran república el Norte, cuyas leyes —como él dijo— le habían traído el más alto grado de prosperidad y la habían elevado también al más alto grado de corrupción: la habían metalificado para hacerla próspera. Sumémosle a esto su actitud en 1884, cuando el Plan Gómez-Maceo. Hay mucha experiencia vivencial en él, como para permitir que todo el ordenamiento que ha procurado dar a la nueva guerra, de manera que en ella fuera en germen, y sin atoramiento, la república cordial, que habría de amparar por igual a todas las cabezas, si no, no valía esa república una lágrima de nuestras mujeres ni una gota de sangre de nuestros bravos, se viniera abajo.

Son dos concepciones que chocan. Cada una debidamente fundamentada y planteada con sinceridad. Pero en todas las cosas de los hombres es necesario contar con un factor sobre el que no tendremos nunca poder alguno: el tiempo. Más de cien años después nosotros podemos llenar cuartillas hasta la saciedad planteando y replanteando hipótesis; pero ellos no podían saberlo, imbuidos como estaban en los acontecimientos, con el peso y la conciencia de su responsabilidad histórica pendiendo sobre sus espíritus. Podían a lo sumo adivinarse mutuamente, y lo hicieron. Ahí están sus juicios al respecto.

Hoy, que podemos en la distancia y lejos de los apasionamientos reunir una suma mayor de aristas de aquellos hechos, sabemos que no era Maceo aquel “caudillo puntilloso” que hubiera podido amenazar, con el filo de su espada, el pecho virginal de la joven república, sino el hijo valeroso y fiel que, cuando se le insinuó el temor de que él tuviera alguna aspiración política, dejó claro que solo aspiraba a lo que podía ser: un soldado de la libertad. Y a esta distancia en el tiempo, nadie duda de que no era el Maestro, de aquellos que pudieran ponerle “trabas leguleyescas” a la organización militar que él mismo había contribuido a forjar, y en cuyo espacio físico se movía ya, no solo como Delegado del Partido, sino como Mayor General del Ejército Libertador . 

Pero “las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen”, y esa será acaso su mayor virtud: que una naturaleza imperfecta como la humana sea capaz de realizar actos sublimes, que lo alejan de la fiera que es y lo acercan más al hombre que debe ser. Cada vez que el hombre rescata una virtud, va dejando atrás un vicio y matando una parte de la fiera que lo posee; y nuestro trabajo consiste, dice él, “en ir matando fieras”.

El 12 de mayo ya están en la zona de Dos Ríos, donde descansan en la casa de José Rosalío Pacheco. Escriben circulares a los jefes prohibiendo el paso de alimentos para el enemigo y la realización de cualquier actividad que lo beneficie. Procuran al general Bartolomé Masó, que anda cerca. Se preparan para continuar viaje al Camagüey, donde se hará la Asamblea de Representantes para elegir gobierno. En el campamento escribe circulares y cartas. Gómez ha salido a inspeccionar los alrededores. Acompañan como escolta a Martí doce hombres. El 18 comienza a escribir una carta dirigida a Manuel Mercado que será considerada su testamento político, donde confiesa sus preocupaciones y anhelos más íntimos. No termina la carta, pues avanzada la noche le avisan de la llegada del general Masó al campamento. Masó sigue hasta el campamento de La Vuelta Grande, para que descansen su gente y sus caballos.

El 19 de mayo, temprano, envía una nota a Gómez comunicándole la llegada de Masó. Sale Martí hacia el campamento de Masó, donde espera a Gómez que llega poco después. Hablan los tres jefes, en medio del entusiasmo general de la tropa. El último en hablar es Martí, quien asegura a aquellos valientes cubanos “que por la causa de Cuba me dejo clavar en una cruz”.

Al rato se oyen disparos. Una columna española al mando del coronel José Ximénez de Sandoval ha interceptado a un campesino que iba de mensajero de los insurrectos y lo ha hecho hablar. El coronel español, al tanto de que estaban allí tan señalados jefes mambises, decide esperar en el lugar más propicio para un ataque. Embosca sus fuerzas en las márgenes del río Contramaestre, muy crecido en esa época del año. Gómez ordena a Martí quedarse atrás, pero quien había convocado a los hombres a la muerte desde las tribunas levantadas en medio mundo por donde anduvo de Apóstol de la independencia de Cuba, quien había sido acusado injustamente de incapaz de batirse en la manigua cubana, quien acababa de invocar la muerte y su disposición de sacrificio por la patria, no podía quedarse atrás protegiendo su vida mientras los hombres marchaban a la muerte. Por eso siguió al lado del general Masó y dos de sus ayudantes, los hermanos Dominador y Ángel de la Guardia. Con este último Martí se lanza al galope hacia donde suenan los disparos, sin percatarse de que en la alta hierba se oculta una escuadra española que abre fuego sobre los dos jinetes. Matan el caballo del ayudante. Martí es alcanzado por tres disparos y cae herido de muerte sobre la tierra sagrada de la patria, “de cara al sol”, como él había pedido en sus versos. Era cerca del mediodía, el sol radiante se oscureció poco a poco, y a las tres de la tarde comenzó a llover cerrado, como si Cuba llorara la muerte de su mejor hijo, el más noble, el más limpio, el más justo de cuantos ha tenido. Aquel visionario que puesto ante el momento supremo de su muerte, había escrito tranquilo y sosegado un verso estremecedor, definitivo: “Mi verso crecerá, bajo la hierba yo también creceré.”


El Abuelo Andrés cortó bruscamente el relato. Una lágrima rodaba por su arrugada mejilla. Elpidio estaba apesadumbrado, el alma le pesaba como si una fuerza desconocida lo tirara hacia abajo. El viejo comprendió lo que le ocurría y procuró traerlo de vuelta al presente.

— Mira, aquí tienes —dijo, y sacó de un bolsillo de su vieja chaqueta un cuaderno forrado con cuero amarillo, cuyas páginas cosidas y foliadas a mano reflejaban un uso prolongado.
— ¿Qué es?—preguntó curioso el muchacho.
— Es un cuaderno que escribí sobre esa vida de la que te he contado. Ahí no está la continuación de este relato. Eso búscalo en los libros: los esfuerzos infructuosos del general Gómez para rescatar el cadáver, los cinco entierros que le hicieron hasta que descansara en su Mausoleo de hoy en el cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, y todas las peripecias que siguió después de su muerte a través la ruta funeraria por donde lo llevaron los españoles.

Este cuaderno no se escribió sólo para contar la historia de una vida que duró cuarenta y dos años; se escribió para revelar un mensaje que no envejece, que es siempre válido para cualquier época, porque encierra una manera muy elevada y a la vez muy sencilla de mirar el mundo, de comprender la vida. El propio Martí dijo que el libro que él hubiera querido escribir se llamaría El concepto de la vida, en el que proclamaría ese “cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria.”

Por eso, más que haberte contado una síntesis de su vida, que puedes leer con mayor provecho en cualquiera de las magníficas biografías que se han escrito y en otros libros sobre distintas facetas de su obra, te pido que leas los textos del propio Martí, porque sólo ahí lo encontrarás. Mientras tanto puedes leer también si quieres este cuaderno, en el que traté de acercarme al espíritu de aquel hombre, a la esencia de un mensaje tan sencillo y profundo como los versos que él llamó Flores Silvestres.



Capítulo IX

El despertador sonó inclemente atravesando el silencio de la habitación. Elpidio despertó sobresaltado. Sobre las sábanas estaba todavía el ejemplar de La Edad de Oro que le había regalado su padre. Miró alrededor y estaba solo, por la ventana entreabierta se escurrían pequeños haces de luz que anunciaban una mañana espléndida. Cerró otra vez los ojos y recordó al anciano con que había estado conversando: el Abuelo Andrés, su Caja de las Maravillas, sus palabras y después… sí, el viejo cuaderno de hojas amarillentas, ¿dónde estaba? Si todo no había sido más que un sueño, era imposible que estuviera en la habitación, eso lo sabía. Sin embargo, al incorporarse vio encima de la mesa de noche el regalo del sabio personaje.
Sin tardar tomó el cuaderno y leyó:

EL CONCEPTO DE LA VIDA

 No tenía autor, solo el índice:
•    No basta nacer. —Es preciso hacerse.
•    La historia es la memoria de los hombres.
•    La utilidad de la virtud.
•    El arte difícil de asociarse.

Siguió leyendo…

No basta nacer. —Es preciso hacerse.

José Martí estudió con profundidad al ser humano, su historia, su vida, sus costumbres, sus grandezas y sus miserias; y llegó a la conclusión de que el hombre no nace, el hombre se hace. Nace un ser biológico que lleva en sí todas las potencialidades para ser el hombre más feliz o el más desgraciado, el más virtuoso o el más vicioso. Ese ser que nace trae en él todas las grandezas y todas las bajezas; puede ser capaz de realizar los actos más altruistas y los más egoístas. La naturaleza impone los instintos, que no perecen, solo pueden controlarse, y pueden llevar al hombre a cometer los actos más repudiables si se abandona completamente a ellos; la educación y la cultura imponen las virtudes que habrán de cultivarse siempre de forma permanente, pues no son eternas ni infalibles a la influencia de los vicios que generan los instintos, y pueden morir por falta de alimento.

La vida de los hombres no transcurre en una urna de cristal, sino en medio de todas las tentaciones y trampas que están tendidas en su camino. Por eso siempre estamos enfrentados a la toma de decisiones, en las que habrá en mayor o menor grado un componente moral. Los instintos y las necesidades que provocan, están por un lado, y por el otro las tentaciones que representan la existencia de los medios de satisfacer esas necesidades. Entre esos dos polos de atracción está el hombre con su fragilidad y su fortaleza. Siempre tendremos, pues, instintos y necesidades; los frenos a ellos son la cultura y los valores que con ella se adquieren, que no son permanentes, una vez construidos hay que cultivarlos cuidadosamente, sino se debilitan y terminan abandonándonos a merced de la fiera.

Esa lucha es tan antigua como el hombre mismo, y se librará en el interior de cada uno hasta el último día de su existencia. Por eso Martí afirmaba que la educación comienza en la cuna y no acaba sino con la muerte, porque “un hombre no es más, cuando más es, que una fiera educada.”

El patriotismo, decía Martí, es la mejor levadura de todas las virtudes. Y el alimento de las virtudes es el ejercicio constante de obras buenas, hacia los demás y hacia nosotros mismos; el ansia insaciable de conocimientos y de ser útil, que vale más que ser príncipe. Y esas virtudes, cuando se incorporan de manera natural al concepto que de la vida se tiene, pueden llevar a realizar los más elevados actos de heroísmo en defensa de una idea, pasando por encima del instinto de conservación de la vida, innato en cada ser.

Elpidio levantó la vista, miró por la ventana entreabierta de su cuarto y recordó que era domingo, no había que ir a la escuela, podía quedarse leyendo un poco más. Entonces pensó otra vez en el viejo del sueño, y no se explicaba el milagro de que el libro que le regalara hubiera amanecido sobre su mesa de noche. Pero era evidente que lo que estaba escrito en él tenía mucho que ver con las explicaciones del Abuelo Andrés. El Martí que estaba conociendo en esas páginas no era el que él se había imaginado.

Bueno —se dijo, más tarde pensaría en el asunto del cuaderno aparecido. Ahora lo abrió otra vez y siguió leyendo:

Para cultivar y mantener las virtudes hace falta voluntad. Ella nos permite establecer un sistema de alerta permanente frente a las tentaciones del vicio en tanto las virtudes no se hayan convertido todavía en convicciones, y sean lo suficientemente fuertes como para eliminar esta amenaza. Por ello Martí nos alerta de que: “Frente al eterno vicio la virtud debe levantar, para no ser arrebatada en la corriente, monumentos eternos.”  Las virtudes han de ir encaminadas a despertar entre los hombres el sentimiento de la justicia, “ese sol del mundo moral”, como la definiera Don José de la Luz y Caballero. Y en ese sentido de defender la justicia, Martí otorgaba especial importancia a las leyes, como vías de garantizar la armonía en la convivencia colectiva de una sociedad, porque en la sociedad humana, como en todo lo demás de la naturaleza, ha de existir un orden que armonice los intereses individuales con los intereses de la comunidad, de manera que existan siempre en estado de equilibrio.

Martí nos dirá que “Todo hombre es una fiera dormida. Es necesario poner riendas a la fiera. Y el hombre es una fiera admirable: le es dado llevar las riendas de sí mismo.”  Las riendas son la educación y la cultura. En esa educación —que recoge para él la instrucción del pensamiento y la dirección de los sentimientos— intervienen de manera fundamental la familia, la escuela y la sociedad en que crece la nueva criatura. Y desde que tiene conciencia de sí, el propio hombre debe ser el mayor responsable de su formación, de construirse a sí mismo, porque “en la tierra no hay más que un goce real —el de labrarse a sí propio, el de cavarse en la roca hueco holgado, el de triunfar de la casualidad indiferente, el de ser criatura de sí mismo.”

El hombre no nace hecho. Hay que construirlo sobre la estructura biológica que lo hace tangible. Por lo que se deduce que el ser humano no es solamente la materia que lo forma sino también el espíritu que lo anima. Martí nos dirá que es mitad bestia y mitad ángel, y que hay horas de bestia en el ser humano, y en esas horas tristes enfrenar a la bestia y sentar sobre ella el ángel es la victoria humana.

A la educación de los niños le dedicará Martí especial atención. Y la estudia desde la perspectiva del padre y del maestro que es. En su discurso en homenaje al poeta Alfredo Torroella, pronunciado en el Liceo de Guanabacoa, el 28 de febrero de 1879, al celebrar al padre del poeta escribe:

“No tuvo nunca para su hijo aquel amante padre esas rudezas de la voz, esos desvíos fingidos, esos atrevimientos de la mano, esos alardes de la fuerza que vician, merman y afean el generoso amor paterno. Puso a su hijo respeto, no con el ceño airado, ni con la innoble fusta levantada —que mal puede luego alzarse a hombre el que se educa como a siervo mísero; —no con la áspera riña, ni la amenaza dura, sino con ese blando consejo, plática amiga, suave regalo, tierno reproche, que deja sin arrepentimiento tardío el ánimo del padre, y llena de amoroso rubor la frente del hijo afligido por la culpa.
Amigos fraternales son los padres, no implacables censores. Fusta recogerá quien siembra fusta: besos recogerá quien siembra besos:”

Y celebra la manera en que este padre le leía al hijo cada noche los libros donde se hablaba de cosas altas, de la vida de los grandes hombres, las hazañas magníficas realizadas por la humanidad en todas las épocas. De ese modo, consideraba Martí, el niño crecía inspirado por sentimientos nobles y altruistas, con la idea de que no hay premio mayor que el reconocimiento de las personas de bien que comparten su época. Un reconocimiento basado en el modo honrado y sencillo con que se vive. “Es tal vez la alegría más grande que me llevaré de la tierra: la bondad de los hombres.”

Mucho énfasis puso en el hecho de que los seres humanos necesitan ejercer y sentir sobre ellos la ternura. Los afectos son parte indispensable de la vida humana. El hombre no se diferencia de los demás animales solamente en que sabe más sino en que es el único animal que se emociona, que es capaz de amar y de odiar sin que esos sentimientos dependan directamente de los instintos. Por ello escribe que:

“Los hombres necesitan quien les mueva a menudo la compasión en el pecho, y las lágrimas en los ojos, y les haga el supremo bien de sentirse generosos: que por maravillosa compensación de la naturaleza aquel que se da, crece; y el que se repliega en sí, y vive de pequeños goces, y teme partirlos con los demás, y sólo piensa avariciosamente en beneficiar sus apetitos, se va trocando de hombre en soledad, y lleva en el pecho todas las canas del invierno, y llega a ser por dentro, y a parecer por fuera,—insecto.”

También señalará que “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre.”  Y la bondad da una fuerza incontrastable que nada puede vencer. Cuando el principio de lo justo penetra en la conciencia y se hace parte de nuestro modo de sentir y de actuar frente a la vida, nada puede hacernos desviar ese camino, nada puede vencernos. Y si esos sentimientos son impulsados por un ansia insaciable de saber y de cultura, entonces los obstáculos que se nos pongan delante no serán más que peldaños por donde escalaremos hacia un estadio superior de nuestra especie. Por eso en ocasiones donde el hombre común ve un obstáculo, el hombre fuerte ve un peldaño y al vencerlo, crece. La única barrera infranqueable en el camino del ascenso humano es el propio hombre, pero se debe confiar en lo mejor del ser humano, y desconfiar de lo peor de él, y dar espacio para que lo mejor prevalezca sobre lo peor, si no lo peor prevalece, porque solo “donde el virtuoso se recata el ambicioso vence”, y “los malos no triunfan sino allí donde los buenos son indiferentes”, pero “dondequiera que el hombre se afirma, el sol brilla” . La maldad y el odio nada pueden contra un hombre que canta en la desgracia.

Y en este proceso de transformación de la biología en humanidad, donde el ser que se forma es el responsable máximo de su construcción, como ya hemos dicho, ha de enseñarse sobre todas y antes que todas las demás, aquella “gran ley estética”, la “ley matriz y esencial”: la Ley del Equilibrio. Nada es tan difícil para el ser humano como alcanzar el justo medio de las cosas y de las ideas. Siempre andamos por los extremos. La “noción del límite”, como alguna vez la describió, ante mis sentidos asombrados de una sencillez tan profunda, un venerable anciano, es la armonía en los actos y en el pensamiento. Hay una notable diferencia entre un hombre equilibrista y un hombre equilibrado. El equilibrista va por el mundo asustado, haciendo malabares para no perder el tino y desbarrancarse por alguna de las abismales trampas que la vida nos tiende a cada paso; el equilibrado no teme a su camino, va seguro porque lleva el equilibrio en sí: él es su propia  salvación.

Después comprendemos que la “Ley del Equilibrio”, que empieza dentro de nosotros mismos, abarca todo lo demás. Por eso nos dirá el Maestro que:

“Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas,--y en la unidad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día.”

Todo en el universo es equilibrio, como la sencillez, que no es domesticación ni cobardía de vivir. Se necesita mucho valor y un espíritu fuerte para no ceder a los impulsos de la vanidad y de la fuerza que nos vienen en los instintos; no ceder ante el deseo de mandar, sino ante el deseo de servir, que es lo que nos hace superiores. Mandar es un instinto; servir es un deber. Consciente de ello, el Maestro alerta que todo hombre lleva en sí la semilla de un déspota, y no más cae en su mano un ápice de poder, ya se cree dueño de la totalidad de los orbes, y ve volar en torno a él las águilas de Júpiter. “La sencillez es la grandeza.”

La vida es la lucha perenne entre la virtud que hace al hombre y el instinto, que rige al animal y lleva al vicio. Martí, repetidas veces hace referencia a este hecho, por ejemplo cuando afirma que “El mundo animal está en concreción, en toda asociación o persona humana: cada hombre lleva en sí todo el mundo animal, en que a veces el león gruñe, y la paloma arrulla, y el cerdo hocea; —y toda virtud está en hacer que del cerdo y del león triunfe la paloma.”  Y este es el secreto último de la vida: triunfar sobre la bestia que siempre nos habita. “Los tiempos no son más que esto: el tránsito del hombre-fiera al hombre-hombre. ¿No hay horas de bestia en el ser humano, en que los dientes tienen necesidad de morder, y la garganta siente sed fatídica, y los ojos llamean, y los puños crispados buscan cuerpos donde caer? Enfrenar esta bestia, y sentar sobre ella un ángel, es la victoria humana.”

En la formación del ser humano la escuela es fundamental, y sobre esta institución escribió el Maestro páginas de una claridad total. Su ideario pedagógico es permanente porque va a la raíz de su objeto social: “La educación —nos dice— ha de ir a donde va la vida. Es insensato que la educación ocupe el único tiempo de preparación que tiene el hombre, en no prepararlo. La educación ha de dar los medios de resolver los problemas que la vida ha de presentar. Los grandes problemas humanos son: la conservación de la existencia, —y el logro de los medios de hacerla grata y pacífica.” O cuando señala que “Hay un sistema de educación que consiste en convertir a los hombres en mulos, en ovejas, —en deshombrarlos, en vez de ahombrarlos más. Una buena educación, ni en corceles siquiera, en cebras ha de convertirlos. Vale más un rebelde que un manso. Un río vale más que un lago muerto.”

Estaba claro para Martí que la labor de formación de un hombre dependía de muchos factores, pero era, en última instancia, una responsabilidad de cada uno hacerse a sí propio, en ese largo e ininterrumpido proceso que comienza al nacer y solo acababa con la muerte.  Y ese proceso se realiza en medio de diarios e innumerables conflictos en que la bestia y el ángel batallan en nosotros incesantemente, en cada decisión que tomamos, desde la más pequeña, hasta la más trascendental. Por ello cada noche antes de dormir, solos, ante nuestra conciencia, es bueno hacer, a la luz de estas ideas, un examen de la gesta del día. Preguntarnos y respondernos sinceramente si hemos vencido a la bestia o si fuimos vencidos por ella. Y dormirnos en paz recordando que: “No basta nacer: —Es preciso hacerse. No basta ser dotado de esa chispa más brillante de la divinidad que se llama talento: —es preciso que el talento fructifique, y esparza sus frutos por el mundo. —En la arena de la vida, luchan encarnizadamente el bien y el mal. —Hay en el hombre cantidad de bien suficiente para vencer. ¡Vergüenza y baldón para el vencido!”

Elpidio sintió que tocaban a la puerta. Era su papá, que al verlo leyendo dejó escapar una sonrisa de satisfacción.

—    ¿No vas a levantarte hoy?—le preguntó.
—    Sí.
—    ¿Te gusta el cuaderno? Tu abuelo era un martiano convencido, siempre nos hablaba de Martí. Cuando por las noches nos sentábamos en el portal a tomar el fresco, ése era uno de sus temas de conversación preferidos. Y mientras él hablaba de las guerras de independencia, nosotros casi podíamos ver en el aire las cargas al machete, las proezas de Gómez y Maceo, la majestad de Céspedes y el carácter entero de Agramonte. Papá vivía inspirado por aquellos gigantes de la historia. Pero de todos ellos, era Martí el que más le conmovía, tal vez por su mensaje de amor a los hombres, por la manera tan noble de comprender el mundo, y por la fortaleza con que supo enfrentar los infortunios de la vida.
—    ¿Y cómo tú sabías de este cuaderno? —preguntó Elpidio entre asombrado y confundido.
—    Porque anoche lo puse ahí para que lo leyeras cuando quisieras aprender de Martí algo más que lo que aparece en el libro que ayer te regalé. La luz de este cuarto estaba encendida muy tarde, y vine a ver qué hacías. Ya estabas dormido y tenías La Edad de Oro entre las manos. Entonces fui hasta mi cuarto y traje este cuaderno que tu abuelo escribió y que yo conservo como un verdadero tesoro familiar. Nunca lo creí capaz de escribir cosas tan hondas sobre temas de los que casi nadie habla, cuando en realidad deberíamos hablar siempre porque eso nos ayuda a comprender mejor el sentido de la vida.
—     El concepto de la vida… —murmuró Elpidio hojeando suavemente el cuaderno.
—    Sí, así le llamó él a esas notas —recalcó su papá. Tal vez quiso hacer un humilde y silencioso aporte al libro que Martí quería escribir pero no tuvo tiempo. Ese era tu abuelo. Alguien que pensaba que lo más importante para vivir alegre, era estar bien con uno mismo, ayudar al que lo necesitara y no hacer mal a nadie. No entendía por qué esa sencilla filosofía era tan difícil de comprender por las personas, si a fin de cuentas es más triste vivir con odios, miedos y rencores, que vivir tranquilo, con la alegría de saber lo que vale la vida a pesar de su brevedad.  
—    ¿Y por qué no recuerdo a mi abuelo haciendo esos cuentos?
—    Es que eras muy pequeño para entender esas cosas. Tu abuelo te contaba otros cuentos, más propios para la edad que tenías entonces. Pero ya eres un adolescente, y puedes comprender mejor este tema del que, como te dije antes, casi nadie habla y se acaba la vida a veces sin oír hablar del asunto. Es por eso que te regalé el libro de ayer, y después, cuando vi que te dormiste leyéndolo, decidí traerte este cuaderno que solo unos pocos conocemos. Pero, en fin, ¿no vas a levantarte? Hace un domingo precioso.
—    Sí, enseguida me visto, pero prefiero quedarme en casa leyendo el cuaderno del abuelo, porque está interesantísimo, y ahora que sé quien lo escribió me parece todavía mejor.
—    Bien, entonces te dejo, me alegro de que te haya gustado. Pero antes de seguir leyendo debes tomar el desayuno que tu mamá preparó, no es bueno leer tanto con el estómago vacío —dijo el papá dirigiéndose a la puerta.
—    Está bien, dile a mamá que ya voy —respondió Elpidio mientras apartaba la sábana para levantarse.




Capítulo X

La historia es la memoria de los hombres.

Terminado el desayuno, Elpidio salió al portal, cargó uno de los sillones y lo llevó bajo el corpulento laurel del patio. El aire fresco de la mañana le provocaba una sensación de alegría. Se acomodó en el sillón, abrió el cuaderno y leyó.

Especial papel otorga Martí al estudio de la historia en la formación del ser humano. Un hombre o un pueblo sin historia son como un árbol sin raíces, quedan a merced de cualquier vientecito. La historia universal y la historia del país en que se nace, la ciudad, el barrio en que se vive. Porque “patria es humanidad; es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer.”

Sin embargo, para Martí “la historia es un examen y un juicio, no una propaganda ni una excitación”. Estudiar la historia como una suma de acontecimientos, como mera cronología de hechos, es casi una pérdida de tiempo. Poco hacemos con conocer un cúmulo de fechas históricas si no sabemos explicar el porqué de los sucesos que ocurren, las consecuencias que trajeron, y sacar de ellos enseñanzas para la vida diaria. Solo así podemos explicarnos el mundo, porque “lo pasado es la raíz de lo presente. Ha de saberse lo que fue, porque lo que fue está en lo que es.”  Por eso no basta con estudiar la historia de los hechos, y llenarnos la memoria de acontecimientos, fechas y lugares, es necesario sobre todo estudiar la historia de las ideas. Los hombres suelen reducir la historia a una mera cronología de hechos, y así la despojan de su principal valor, que es enseñarnos cómo se ha vivido en otras épocas y por qué han ocurrido determinados hechos. Por eso afirmaba que “educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que lo ha antecedido: es hacer de cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive: es ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podrá salir a flote; es preparar al hombre para la vida.”

Son las ideas las que han llevado a los hombres a realizar actos concretos, persiguiendo objetivos cuya nobleza está directamente relacionada con el carácter de esas ideas. Una idea noble no puede perseguir un objetivo mezquino, ni una idea mezquina podrá jamás perseguir un objetivo noble. Un hombre vale por lo que valgan sus ideas y por los medios justos y necesarios en que se apoye para hacerlas triunfar.  Así les habló Martí a los jefes militares de la Guerra Grande, cuando algunos orgullosos y soberbios, miraban con cierto desdén a los más jóvenes que no habían tenido tiempo de pelear como ellos: “ … si somos lo que somos, no es por nosotros mismos sino por la idea que encarnamos, que nos da autoridad y prestigio, no siendo efectivamente en estas campañas más que la lealtad y bravura que ponemos en servirlas; pero miraos a vosotros mismos sin esta idea que os inspira, posee y agiganta, ¿qué seríais vosotros en la tierra, sino meros hombres buenos, si no tuvieseis esta grandiosa idea que defender? Por nuestra idea, pues, somos lo que somos; y por agradecimiento a ella y respeto a nuestro honor, jamás, jurémoslo de pie, caudillos de la Revolución, jamás sobrepondremos nuestros intereses personales a los intereses de nuestra patria.”

Cuando se conoce la historia, la vida se ve diferente. Todo adquiere otra significación. Una dimensión más alta. Hay más claridad en nuestros actos, o debería haberla, puesto que no estamos actuando ciegamente, sino a partir de un conocimiento previo. Se alcanza una conciencia real de la brevedad y del sentido de la existencia humana, y de la necesidad de que nuestros actos estén impulsados hacia un fin elevado en beneficio de todos los hombres. 

Por ejemplo: vas a Bayamo, una ciudad a la que nunca has ido, y caminas por sus calles, si no conoces bien la historia de Cuba, especialmente la de esta región, y en particular la de Bayamo, no verás más que calles empedradas, y tal vez hasta te preguntes por qué no las han asfaltado, en lugar de mantener esos adoquines que hacen más difícil el caminar. También puede que te aburras mirando casas viejas de tejados negruzcos, y te vuelvas a preguntar por qué no han hecho casas más modernas, con techos más seguros ante la amenaza de los ciclones. Sin duda te parecerán exagerados los ventanales por donde puede pasar un hombre sin agachar la cabeza. Y al final del recorrido terminarás preguntándote: ¿qué le ven a esta ciudad los que tanto hablan de ella?

Ah, pero qué distinto todo si conoces esa conmovedora historia. Entonces no te alcanzarían los ojos para contemplar la ciudad heroica, cuyos habitantes prefirieron convertirla en cenizas, antes que permitir que la ocupara otra vez el ejército colonial de España. Te parecerá increíble pensar que sobre estos adoquines caminaron Francisco Vicente Aguilera, Carlos Manuel de Céspedes, y muchos otros patriotas que hoy se recuerdan con orgullo y respeto. No creerías verdad que en aquella enorme ventana se asomaba la bellísima mujer que inspiró La Bayamesa, esa canción que tanto te gusta; te quedarías inmóvil sintiendo a tu alrededor el trepidar de los cascos de la caballería mambisa que recién ha tomado la ciudad, y los gritos de los cubanos felices de ser libres, que aplauden las estrofas del himno inmortal que va cobrando vida en el pequeño cuaderno que sostiene en sus manos, sobre la montura de su caballo, el inolvidable Perucho Figueredo. Y te parecerá también increíble que ese mismo himno es el que cantas todas las mañanas en la escuela, y que ese día era el 20 de octubre de 1868, solo diez días después del grito de independencia en La Demajagua, por eso hoy, en esa fecha, celebramos el Día de la Cultura Cubana.

Tal vez entonces comprendas que la historia no queda tan lejos, como puedes pensar por los libros, a veces está ahí mismo, a la vuelta de unos pocos años, y quienes la hicieron fueron alguna vez como tú eres hoy.  Cada día que vivimos es una nueva página en la historia del mundo, aunque no nos demos cuenta, y aunque no pensemos en ello, será siempre así, hasta el fin de los días. Lo importante es descubrir que tú también puedes hacer historia si te lo propones, y que no es tan difícil, basta con tener conciencia de lo que haces y por qué lo haces; basta con asumir lo mejor de una tradición que te ahorrará dolores de cabeza, y te pondrá en el punto del camino en que deberás continuarla y enriquecerla, porque asumir una tradición no es subordinarse ciegamente a ella, es simplemente no partir de cero, sino del punto al que llegó la generación anterior, con sus errores y sus aciertos, y asumir aquellos como experiencia y estos como legado.

De lo contrario debes empezar otra vez por ti mismo, aprender en el curso de tus días la verdad de la vida, desconocer lo que los hombres han acumulado en tantos años de ascenso desde la condición animal hasta la humana. Solo que a veces alcanzas a comprender el sentido de la vida muy tarde, cuando casi no hay tiempo para vivir de verdad a plenitud, o lo que es peor y más común, se te acabe la vida sin haberla entendido.

Comprender a tiempo el sentido de la existencia humana es el gran secreto de los que consideramos “elegidos”. Eso explica por qué Martí pudo hacer tanto en tan poco tiempo. Cuando decimos que solo vivió cuarenta y dos años, la gente se pregunta cómo pudo escribir, hacer y decir tanto. Es que descubrió temprano este secreto y actuó en consecuencia, en función de una idea noble: la independencia de Cuba, y la consolidación en sus hijos de las virtudes y los saberes que les permitirían vivir felices y en paz. Así de sencillo.

Sobre estos temas se discutía mucho en otros tiempos. Los hombres siempre estuvieron preocupados por conocer el sentido de la vida, por ahí surge la filosofía, por la necesidad de obtener respuestas sobre nuestra existencia. En Cuba hubo una larga tradición al respecto. Nuestros primeros portadores de un sentimiento nacional llegaron a esas ideas mediante el estudio y el intercambio de opiniones, hasta arribar a la convicción de que éramos otros, distintos de España, aunque herederos de sus mejores valores. En esas tertulias nació la idea, la concepción de la nación cubana. Y de esas ideas vinieron después los actos para hacerlas realidad, que siempre será así en las cosas de los hombres: primero es la idea, y luego el acto que ella provoca. De poco vale una idea si no es capaz de mover a los hombres a realizar actos concretos para hacerla realidad; como es imposible concebir un acto que no haya sido primero una idea.

Hoy esos espacios de intercambio entre las personas se han reducido al mínimo, solo para ocasiones solemnes o festivas, y no provocamos el intercambio enriquecedor que nos ayuda a comprender mejor el porqué de la vida. El arte de conversar se ha perdido y el chisme ha ocupado su lugar. A Martí le preocupaba mucho esta tendencia de los hombres a despreocuparse de las cosas esenciales por creerlas demasiado pequeñas. 

 Él mismo escribiría que “la mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra, comieron y bebieron, pero no supieron de sí”, que “todavía son los hombres máquinas de comer y relicarios de preocupaciones”, y “es preciso hacer de cada hombre una antorcha”. Por eso el hombre que sabe más, vale más, pero “saber” en términos martianos no es solo acumular conocimientos, sino sobre todo, despertar sentimientos, de manera que lo que un hombre sabe se revierta en beneficio de los demás hombres y así sean más felices todos. Por eso dijo que “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre.” Comprendía que la inteligencia no es la facultad de imponerse, sino el deber de ser útil.

Elpidio levantó la mirada del cuaderno y la fijó muy lejos, en las nubes que se movían haciendo y deshaciendo formas.  “Abuelo —pensó— cómo me gustaría que estuvieras aquí.” Quedó un rato pensativo y volvió a leer.


Capítulo XI

La utilidad de la virtud.

“Hijo:
Espantado de todo me refugio en ti. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti.” Así escribe Martí en el prólogo a su libro Ismaelillo, donde recoge los versos escritos a su hijo, José Francisco Martí y Zayas-Bazán. Es importante estudiar detenidamente está idea martiana de “la utilidad de la virtud” para la posibilidad de “mejoramiento humano”, porque suele identificarse al virtuoso como el beato, y Martí no habla de la virtud por la virtud, que se cierra sobre sí misma y no es más que otra forma de egoísmo, sino de la virtud al servicio de los demás, como ejemplo de vida superior para la comunidad y la época en que se vive.

La virtud egoísta no es útil, porque no invita a otros a ejercerla y priva a quien la posee de disfrutar el placer de servir, de ser útil. Además, la virtud es esencialmente desinteresada, en el sentido de no tratar de obtener de su ejercicio algo más que el placer personal de haberla ejercido. Si es movida por algún interés fuera de éste, pierde su esencia y se convierte en cálculo, en coartada, en manipulación infame.

Cuando hacemos el bien a los demás no debemos esperar nada a cambio, ni siquiera el agradecimiento. “Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil.”

Cuando ayudamos a otro y esperamos a cambio su agradecimiento, pueden sucedernos dos cosas al menos: una, que nos lo agradezcan, lo cual no tendría mayor trascendencia porque al fin y al cabo lo esperábamos. Otra: que no nos agradezcan nada, y entonces nos frustremos y no podamos disfrutar del placer de haber sido útiles.

Cuando ayudamos a alguien sin esperar nada a cambio, también nos pueden suceder dos cosas por lo menos. Una: que no nos lo agradezcan, y nada pasará porque no esperábamos nada. Otra: que nos lo agradezcan, y entonces podremos disfrutar una alegría verdadera, porque no la esperábamos.

Es evidente que mejor es ser bueno sin esperar recompensa, porque no la necesitamos. No hay recompensa mayor que ser bueno. Esa es la paz de alma que nos envuelve y sostiene a superior altura, lejos de las miserias humanas. “Es hermoso asomarse a un colgadizo y ver vivir el mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar y aprender, en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil.”   

Martí pensaba que las cosas buenas “se han de hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar”, y nos convocaba a ser buenos por el placer de servir a los hombres y dejarles en la memoria y en el alma la impresión de que no están solos en el mundo, y de que siempre habrá alguien en quien podrán confiar. La vida sería muy triste si creyéramos que todos los hombres son nuestros enemigos, si no tuviéramos la esperanza de que haya alguien a quien podamos querer y de  quien podamos recibir también el cariño y la comprensión que necesitamos para crecer  como seres humanos.

Pero quien pretenda incorporar el ejercicio de la virtud a su conducta diaria —porque no tiene caso ser virtuoso ocho horas al día, o de vez en cuando— ha de saber que se requiere de una gran voluntad. La vida no transcurre sobre un lecho de rosas, y el ser bueno no significa andar por las esquinas oliendo pétalos y desmayándose como debiluchos. La virtud es sobre todo virilidad, fortaleza de carácter, y ternura. La capacidad de amar a las personas no invalida la capacidad natural de defenderse de los peligros que la vida presenta. De ahí que al sintetizar la imagen del Mayor Ignacio Agramonte, Martí lo llame “diamante con alma de beso”, conjugando la dureza del diamante con la ternura y calidez de un beso; pasaje que nos recuerda aquel mandato de Cristo a sus Apóstoles, cuando los echó al mundo a predicar la Buena Nueva: sean mansos como las palomas y astutos como las serpientes.

Al referirse a la lucha que contra el abuso de los poderosos libraba un “hombre santo”, el padre Bartolomé de Las Casas, que defendió a los nativos en medio del exterminio de los conquistadores y procuró salvar para la posteridad el mejor espíritu cristiano, Martí escribe:

“Los hombres suelen admirar al virtuoso mientras no los avergüenza con su virtud o les estorba las ganancias; pero en cuanto se les pone en su camino, bajan los ojos al verlo pasar, o dicen maldades de él, o dejan que otros las digan, o lo saludan a medio sombrero, y le van clavando la puñalada en la sombra. El hombre virtuoso debe ser fuerte de ánimo, y no tenerle miedo a la soledad, ni esperar a que los demás le ayuden, porque estará siempre solo: ¡pero con la alegría de obrar bien, que se parece al cielo de la mañana en la claridad!”

Al analizar la virtud, desde el punto de vista martiano, debemos tener en cuenta que Martí se siente heredero de una tradición ética que le viene de Varela, Luz, y los grandes patriotas que le precedieron y de los que con él conviven. Ética que nunca fue asumida como pura abstracción, sino como práctica cotidiana, exigiendo a sus portadores una correspondencia del pensamiento con la actuación, del discurso con el acto. De ahí emergieron las ideas revolucionarias de patria libre y república moral. Una ética que estuvo siempre orientada a la defensa de la justicia para todos los hombres.

Debemos tener presente el comportamiento de los hombres que vivieron del lado del deber, como Martí, en función de crear una patria independiente. Él consideraba que “el deber de un hombre no es forzar las condiciones de la vida, para ocupar en ella una situación más alta que la que sus condiciones le permitan, sino hacer en cada una de las condiciones en que se halle la mayor suma de mejor obra posible.”  

Uno de esos hombres que siempre estuvo del lado del deber, fue el general Antonio Maceo, que junto a Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes, constituyen para Martí ejemplos cimeros de la virtud cubana que se consolida. Maceo, en los comentarios que hace respecto a una carta que envió al general español Camilo Polavieja,  le asegura que sus actos son el resultado, el hecho vivo de su pensamiento, y él tiene el valor de lo que piensa, si lo que piensa forma parte de la doctrina moral de su vida. Y afirma que la suya es una doctrina basada “en la moral humana”. De esta manera, Maceo, un hombre conocido fundamentalmente por sus acciones bélicas, recoge en hermosa síntesis teórica el principio que fundamenta la escuela cubana de la ética, la que, sabiendo que “decir es también una manera de hacer”, establece sin remilgos que “hacer es la mejor manera de decir”.

Hubo otros grandes hombres en la historia del mundo que vivieron obsesionados con la gloria, sin percatarse que la gloria no es más que un espacio infinito en la memoria de los hombres, donde caben todos los que se propongan entrar, y tengan el valor y la voluntad de actuar en consecuencia. La gloria no se acaba, nadie puede agotarla, pero durará solo lo que dure la memoria de los hombres, y estos suelen tener mala memoria.

El sol estaba ya en el cenit. Por entre las frondas del laurel penetraban hilillos de luz.  El aire se había tornado más espeso y los pájaros buscaban refugio entre el frescor de las ramas gigantescas.  Elpidio cerró el cuaderno y se incorporó del sillón. Paseó la vista por el barrio, las casas estaban como dormidas en el sopor del mediodía, solo algunos muchachos se empecinaban jugando con sus bolas a la sombra de un framboyán copudo. Se dirigió a la casa, desde donde se oía la voz de su mamá llamando al almuerzo.   



Capítulo XII

El arte difícil de asociarse.

Durante el almuerzo, Elpidio estuvo más callado que de costumbre. Su papá le preguntó cómo le iba con la lectura, y respondió con un monosílabo. La mamá comentó que lo notaba algo preocupado. Él ni siquiera dio importancia al asunto. Terminó de almorzar, entró a su cuarto, y pronto estaba de regreso en el patio, rumbo al laurel.

La tarde estaba un tanto oscura. Altos nubarrones se proyectaban a lo lejos presagiando tal vez una llovizna. Acomodó el sillón más a la sombra y comenzó a leer.

Quien se da a los hombres, es justamente devorado por ellos, “pero es ley maravillosa de la naturaleza, que solo esté completo el que se da; y no se empieza a poseer la vida hasta que no vaciamos, sin reparo y sin tasa, en bien de los demás, la nuestra.” Así pensaba Martí. Sabía que la única manera de ser humano era mantenerse en constante relación con otros seres humanos. Que el hombre aislado, sin vínculos con los de su especie degenera hasta volver al estadio animal, es decir, al hombre sin cultura, sin motivaciones, que depende sólo de los instintos. Porque la cantidad de conocimientos no es necesariamente indicativo de la cantidad de cultura que se posee. Y conocimiento no es siquiera instrucción. Se puede ser un hombre sabio sin saber leer y un excelente lector puede ser a la vez un ignorante. Para no hablar del analfabetismo, que se ha reducido solo a aquellas personas que no saben leer ni escribir. La época luminosa de los siete sabios de Grecia terminó hace mucho. Hoy nadie puede recoger, como aquellos sabios, todo el conocimiento creado por la humanidad. La información que se produce en el mundo en un día no podríamos leerla aún si empleáramos 80 años sin hacer otra cosa que leer. Los seres humanos siempre seremos analfabetos en unas cuantas cosas. De ahí que el esfuerzo esté encaminado a tratar de ser lo menos analfabetos posible, alejándonos todo lo que podamos de la fiera para acercarnos más al hombre. En este tiempo el hombre más sabio no es el que más conocimientos posee, sino el que sabe elegir, entre la enorme maraña de información disponible, aquella que le pueda ser más útil para llevar a cabal término, y haciendo la mayor cantidad de bien posible, su proyecto de vida. Martí nos dirá que “los estudios hechos no inspiran más que una profunda vergüenza por lo que todavía nos queda que estudiar.” 

La cultura es mucho más que la instrucción, es más bien la manifestación de las diversas formas de relacionarse los seres humanos. En el Manifiesto de Montecristi, Martí dice que cultura es “la profunda labor del hombre en el rescate y sostén de su dignidad.” No hay egoístas cultos ni sabios que odien. Puede haber hombres malos muy instruidos y habilidosos, es decir, pícaros; pero ya sabemos que todos los pícaros son tontos, los buenos son los que ganan a la larga. No en vano un viejo proverbio dice que la inteligencia camina más aprisa, pero el corazón llega más lejos. Martí decía que la inteligencia no es la facultad de imponerse, sino el deber de ser útil.

Cuando expresa que en el arte difícil de asociarse está el secreto del bienestar de los pueblos y la garantía única de su libertad, está hablando de la complejidad del ser humano, de sus potencialidades y carencias, de sus sueños y también de sus miedos. El miedo incontrolable es muchas veces la causa de unas malas relaciones humanas. El miedo a ser rechazado, agredido, herido, el miedo a sufrir, provoca una reacción muchas veces anterior al trato con otro ser humano, y condiciona de antemano nuestra actitud hacia él. Hablo del miedo incontrolable, porque no es malo sentir miedo, a veces lo malo es la ausencia de miedo, que lleva a la temeridad. El valor es el justo medio entre el miedo y la temeridad. Es el miedo y la temeridad dominados por la razón. El miedo que nos domina, nos convierte en criaturas suspicaces, evasivas, desconfiadas. La vida del que teme es oscura, solitaria, vacía, o peor aún, llena de odios y rencores, que son lastre del espíritu. Martí nos enseña que al corazón hay que ponerle alas, no anclas. No obstante, su “fe en el mejoramiento humano” no es una fe ingenua, conocía muy bien el corazón de los hombres. Por eso alerta que “por la tierra hay que pasar volando, porque de cada grano de polvo se levanta el enemigo, a echar abajo, a garfio y a saeta, cuanto nace con alas.”  Hay que adelantar en el camino del progreso humano “sin suspicacias pueriles, ni confianzas cándidas”.

De entre todas las formas de asociación humana, la amistad es su preferida. La amistad, para Martí, es la más bella forma del amor, es el amor mismo desprovisto de las maravillosas volubilidades de la mujer. La amistad es el mejor refugio para todos los males, y el mejor estímulo para cualquier empresa. Quien tiene un amigo, vive feliz y nunca estará solo. En los momentos más difíciles de su vida, él siempre tuvo un amigo. “No se pueden hacer grandes cosas sin grandes amigos”, llegó a decir. Supo “construir”, “cultivar”, a sus amigos sobre la base del amor a la patria y a la humanidad. Así, desde el presidio político, a los 17 años, le escribe a Fermín Valdés Domínguez:

En mis desgracias, noble amigo, viste
¡Ay! mi llanto brotar; si mi tirano
Las arrancó de mi alma; tú supiste
Noble enjugarlas con tu amiga mano,
Y en mis horas de lágrimas, tú fuiste
El amigo mejor, el buen hermano.
Recibe, pues, con el afecto mío,
Este pobre retrato que te envío.


A su amigo Viondi le escribirá desde España, durante su segundo destierro, agradecido de que un español bueno pagara su fianza: “Grandes cosas estoy obligado a hacer, puesto que grandes bondades tengo que pagar.”

Y en los años más duros de la preparación de la Guerra Necesaria, cuando la envidia, la incomprensión y la mala fe de algunos le amargaban los días, le escribe a su amigo, el general Máximo Gómez: “Qué anhelo de verlo (…) Será gusto que me consuele de la fealdad y codicia de este mundo, y de la amargura incurable con que todo hombre sencillo y bueno ha de vivir en él.”

Sabe que no hay mejor refugio que un buen amigo, puesto que es un nido de comprensión que fabricamos con cuidado y ternura en el alma de la otra persona, ayudándole a construir, al mismo tiempo, en nosotros un nido igual para él. La amistad se cultiva, como una planta delicada y hermosa, no se produce espontáneamente. Recuerda siempre un diálogo de ese libro infinito que es El Pequeño Príncipe, que puede leerse en breve tiempo y sin embargo no nos alcanzará la vida para sacar todas las enseñanzas que encierra. Es el diálogo de la zorra y el Principito, cuando aquella le dice: “Por favor…,¡domestícame!”, y el Principito responde que no tiene tiempo, que debe seguir viaje; la zorra reflexiona que no conocemos más que las cosas que domesticamos, y los hombres nunca tienen tiempo de conocer nada. Compran las cosas hechas en los mercados, y como no hay mercados de amigos, por eso no tienen amigos. “¡Si quieres un amigo, domestícame!”  Recuerda eso siempre, porque el hombre es uno en todas partes, y todos los seres humanos tenemos necesidad del amor y la comprensión de nuestros semejantes. No podemos vivir aislados de los demás, porque estaríamos regresando al estado salvaje del animal que poco a poco vamos dejando atrás.

A Martí ningún dolor humano le es ajeno, no importa la condición del que sufre, para él es un hombre y considera su deber ayudarle a ser feliz. Por eso proclama que nadie tiene derecho de dormir tranquilo mientras haya un hombre, un solo hombre, infeliz.

Los pueblos de nuestra América, nacidos del dolor provocado por el conquistador insensible, de las apetencias egoístas del vecino del norte, y del amor innato de los americanos a la libertad, se preparan para convertirse del Nuevo Mundo, como lo llamaron geográficamente, en el Mundo Nuevo, por el afianzamiento de un nuevo tipo de relaciones humanas donde el hombre no sea el lobo del hombre, sino su hermano y protector. 

Martí, que ha vivido en  la colonia, en la metrópoli, en algunas de las jóvenes repúblicas americanas, donde el problema no era el cambio de formas sino el cambio de espíritu, que vivía y conocía las entrañas del norte revuelto y brutal que nos desprecia, presiente que en estas tierras, sin límites para el esfuerzo honrado, la libertad no tendría asiento mayor que el que le preparaban la solicitud leal, y la amistad sincera de los hombres.

Elpidio recostó la cabeza contra el espaldar del sillón y quedó absorto.  Imaginó el mapa de América que la maestra mostraba en la clase de Geografía. Pensó en los hombres caminando entre aquellas montañas y ríos. ¡Qué grande el Amazonas! ¡Qué altos los Andes, como el nervio del sur que lo atraviesa todo!; y las islas, son como un semillero de esmeraldas bordeando tierra firme. Nuestra América, el país inmenso, noble y desconocido para nosotros mismos, como la historia heroica y dolorosa que lo envuelve.

Cerró el libro despacio. Se levantó del sillón y caminó hacia la casa. Una brisa húmeda le acariciaba el rostro. La sombra del laurel se proyectaba sobre el patio como la de un gigante de mil brazos bajo la luz rojiza del sol que se ponía en el horizonte. Las nubes grises ya se habían disipado en lontananza.


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