El déficit sucio
Por Jorge Gómez BarataAl margen de otras connotaciones, el debate en Estados Unidos en torno a la autorización para elevar el límite de la deuda pública, devino en un hecho cultural que ha permitido a los profanos comprender rasgos hasta ahora ocultos del funcionamiento de la mayor economía mundial; aunque también es fuente de confusiones y de manipulaciones.
Comprar y pagar luego es una forma de gestionar la economía tan eficaz como ahorrar para consumir después. Esquemáticamente quien guarda para luego gastar, inmoviliza el dinero que posee, mientras que aquel que toma créditos opera con el que no tiene. Escoja usted.
Dar y tomar créditos no son necesariamente defectos, sino maneras de administrar la economía, amparar el crecimiento, promover el desarrollo y financiar el bienestar. Conceder créditos es una forma de movilizar los ahorros, invertir las ganancias y hacer negocios, no un acto de filantropía aunque, bajo ciertas circunstancias pueden ser una muestra de solidaridad o espíritu de cooperación.
Los individuos, los gobiernos y las empresas que se limitan a gastar estrictamente lo que ganan, las posibilidades de estancamiento son obvias, mientras que, en ciertas circunstancias, para aspirar al desarrollo es preciso operar con déficit. Para los países subdesarrollados, las personas de bajos ingresos y las pequeñas empresas en fase de fomento, prácticamente no existe otra alternativa para progresar que acudir al crédito.
El préstamo con fondos públicos es una de las vías con que cuentan los estados para apoyar a ciudadanos con habilidades empresariales interesados en establecer negocios, fundar pequeñas empresas o expandir las existentes, y para proveer financiamiento a los jóvenes para cursar estudios de formación técnica o educación superior y otras acciones solidarias asociadas a la promoción del bien común.
Para conseguir dinero en efectivo, casi todos los países desarrollados y algunos que no lo son, emiten bonos que colocan en los mercados y asumen como títulos de deuda sobre los cuales pagan intereses. El defecto de esta forma de endeudamiento “soberano”, se deriva de su carácter mercantil. Quien adquiere bonos presta su dinero al Estado que lo emite, sin inmiscuirse en el uso que el receptor hará del dinero que puede ser empleado, lo mismo para el desarrollo, emprender proyectos dudosos, alimentar los circuitos de corrupción, incluso para financiar guerras.
Ese modo irresponsable de operar el crédito, en los años setenta condujo a la crisis de la deuda externa en América Latina donde, en gran medida por la desregulación neoliberal, se incurrió en la paradoja financiera de “pedir préstamos para pagar deudas”, circunstancia aprovechada por el Banco Mundial y el FMI para imponer los conocidos “programas de ajuste estructural” proceso que hoy, por razones parecidas, se repite en algunos países de la zona euro.
Hasta no hace mucho, la compra de bonos del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos se consideraba una operación financiera segura y ventajosa; no sólo por tratarse de la mayor de las economías, sino por estar respaldada constitucionalmente. La Decimocuarta Enmienda a la Constitución norteamericana no deja lugar a dudas: “No se cuestionará la validez de la deuda pública de los Estados Unidos autorizada por ley…”. Por esas razones, hasta hace muy poco los títulos de deuda de los Estados Unidos recibían una calificación de AAA que les confería un gran valor en el mercado.
Lo que ahora ocurre en las finanzas públicas norteamericanas es que los sucesivos gobiernos republicanos, al optar por formulas neoliberales y promover una especie de desregulación salvaje, crearon un enorme desorden en los mercados financieros que permitió, entre otros al gobierno, incurrir en gastos multimillonarios que han dado lugar a un déficit que crece a ritmos de billones de dólares.
No se trata esta vez de la búsqueda de dinero para financiar objetivos de desarrollo púbicos y privados, asumir gastos sociales justificados e incluso para prodigar algunos tipos de ayuda a los sectores menos favorecidos, sino de un déficit derivado de acciones aventureras que como ocurre con diferentes guerras, agresiones e intervenciones, además ocasionan gastos excesivos que no aportan nada al pueblo norteamericano ni influyen en su seguridad y su bienestar.
No existe otro país donde se use el crédito de un modo más masivo que en los Estados Unidos, lo cual ha entrenado a las administraciones para lidiar con grandes déficits sin producir traumas económicos. Lo que ocurre esta vez es que se trata de “déficit sucio” e irracional que puede conducir a resultados desastrosos.
Al margen de las manipulaciones electorales, la alerta está dada. Los números están en rojo. Allá nos vemos.
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