Por Pedro Otero
El hombre moderno no puede vivir sin energía eléctrica, o al menos, así es teóricamente. Perdería casi todo el confort que le suministra ese misterioso flujo de electrones. Por eso en la actualidad la producción de energía eléctrica es vital para cualquier sociedad moderna, que la obtiene de centrales hidroeléctricas, campos eólicos, celdas solares, de la marea de los océanos, del hidrógeno, de la combustión del petróleo y de la fisión del átomo, entre otros sistemas de generación.
Las centrales termoeléctricas que producen la corriente mediante la quema de petróleo siguen predominando, aunque sus construcciones comienzan a mermar a causa de los vaivenes del precio en el mercado del hidrocarburo y a que, como se sabe, este combustible es un recurso natural finito. De ahí que la búsqueda de alternativas de fuentes generadoras constituye una permanente necesidad. La construcción de plantas nucleares para producir electricidad es una de esas variantes.
Según diversas fuentes, en el mundo hay en activo 435 centrales nucleares. Estados Unidos es la nación que posee mayor cantidad, con 103 reactores, seguida de Francia y Japón.
El problema radica en el riesgo que entraña el uso de este tipo de combustible. No son pocos los que se oponen radicalmente a su empleo, y no existe una sola organización conservacionista que apoye la construcción de reactores atómicos. Las razones son simples: no hay garantía contra los accidentes, casi todos letales, y los desechos tóxicos que genera son deletéreos para la vida por más de mil años. El sismo y maremoto que dañaron en marzo a la central nuclear japonesa de Fukushima es un elocuente ejemplo.
Desgraciadamente muchos de los residuos nucleares de plantas generadores de electricidad son vendidos a algún país del Tercer Mundo, de pocos recursos, y necesitado del dinero que recibe por prestar su territorio para cementerio de la basura nuclear.
Para almacenar los detritus atómicos se emplean recipientes capaces de durar hasta un milenio sin corroerse ni dejar escapar el material radiactivo, según se dice. Los expertos creen que los enterramientos de la basura nuclear a gran profundidad son el camino más confiable y expedito.
Otra dificultad radica en hallar sitios adecuados para ello y lejos de toda población, que con toda lógica, quiere ver bien lejos de sus moradas un depósito de desechos atómicos.
También el fondo de los océanos es otro sitio donde se guarda la basura atómica que usa el hombre para su beneficio.
Tales desechos, altamente radiactivos, conservados de esta manera, pueden provocar consecuencias graves. Nadie sabe con certeza cómo evolucionarán esas cargas, que cada día se acumulan más y más. Y nadie ha durado mil años para demostrarlo. El tema es tan peliagudo que comienzan a escucharse opiniones proponiendo considerar llevar esa mortal carga al espacio extraterrestre y dajarla viajar en el limbo sideral por los siglos de los siglos.
Por otra parte, los accidentes en plantas nucleares y equipos portadores de basura han sido frecuentes. Se pueden referir cientos. Desde la explosión de un reactor soviético en Chernobil, en 1986, hasta choques de barcos con residuos nucleares. Todos los accidentes provocaron daños. Algunos cobraron muchas vidas, otros enfermaron la naturaleza de su entorno. Las consecuencias de estos accidentes, aún perduran.
Por estas razones, países como Alemania y Suecia han expresado su decisión de no continuar construyendo centrales nucleares. Las que poseen continuarán produciendo energía hasta que cumplan su vida útil, para terminar siendo desmanteladas. Un loable ejemplo que otros estados deberían seguir.
Criada em Goiás associação de solidariedade a Cuba
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*Thaís Falone, vice-presidente da União Nacional dos Estudantes (UNE) |
Foto:Vinícius Schmidt Santos *
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